El hombre-árbol

HOMENAJE A FRANZ KAFKA

Una mañana, tras un sueño intranquilo, K. se despertó convertido en árbol.

El hombre-árbolNi siquiera recordaba haber soñado aquella noche. Varias veces cerró los ojos para volver al extraño sueño del que no había despertado convenientemente, pero al abrirlos constató, horrorizado, que en el lugar donde debía estar su brazo izquierdo, ahora brotaba la frondosa rama de un árbol efímero.

De alguna manera –pensó- estaba atrapado en un delirio que no tardaría en deshacerse como las volátiles guedejas de una niebla de attrezzo.

Sin embargo, eso no ocurrió.

Tras largas horas de inmovilidad la rama reafirmó su existencia con nuevos brotes de hojas esbeltas y verdísimas.

Sopesó la posibilidad de amputar el miembro rebelde, pero dos objeciones le detuvieron: para empezar nadie podía asegurarle que tras la mutilación recuperase la humanidad de su brazo y lo que es peor, el nuevo apéndice, contra su naturaleza fibrosa, seguía siendo sensible y K. no se sentía capaz de superar el dolor que ello, con toda certeza, conllevaría.

Buscar una solución quirúrgica era algo que ni se planteaba. Imaginaba el impacto mediático de su “singularidad” y sentía escalofríos.

Algo le decía que tampoco así solucionaría el problema.

Encerrado en su casa los días transcurrieron lentos y monótonos.

La alimentación no varió porque el árbol se nutría del cuerpo de K. con una naturalidad pasmosa sin interferir en las restantes funciones físicas, químicas o psíquicas de su naturaleza humana. Parecía haberse integrado y fundido en aquélla como una parte más de su esencia.

No hubo esquizofrenia ni desgarro ni confusión. Pasados los momentos iniciales de estupor, K se dejó llevar por su nuevo estado sin intentar siquiera una lucha inútil condenada de antemano a un fracaso delirante.

Un día notó que el árbol palidecía. No advirtió señal alguna de que estuviese muriendo, ni enfermo, pero una imperceptible languidez del verde le hizo pensar que algo no iba bien.

K salió al jardín.

El aire estaba perfumado con los aromas del azahar y del pino, de la albahaca y el romero, del jazmín y el espliego. El sol acariciaba las hojas envolviéndolas en una cálida bienvenida.

Un plácido bienestar arrobó al hombre, que cerró los ojos y se abandonó a la impresión por entero.

Y el árbol sintió.

Cierta calidez leñosa le invadió por completo. Sus pies iniciaron un tímido movimiento para hundirse en el suelo y… no recordó nada más.

El hombre-árbol completó el ciclo y ahora cobija algunos pájaros de íntima voz y levísima presencia.

La felicidad es sólo el delicado rumor del viento entre sus hojas.

el hombre-árbol 2© Javier Castaño.  Madrid a 16 de octubre de 2007.

2 respuestas a «El hombre-árbol»

Deja un comentario