Cuidados

Así cambia tu cuerpo de los 20 a los 30 años

Los 30 años, la edad a la que empezarás a ser consciente de que vas a peor. De manera irreversible. No te preocupes, son sólo pequeñas cosas, señales, anticipos. De que perderás forma, sueño, vista, memoria, te saldrán arrugas, las resacas serán horribles y que ya vas camino a algo llamado vejez.
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Zac Efron demuestra que cumplir 30 años no tiene que suponer un lastre para nuestra juventud (aunque sea espiritual).Cortesía de Netflix

Actualizamos este contenido sobre cumplir 30 años tras el revuelo que ha causado el (tremendo) cambio de look de Zac Efron a sus 32 años. ¿No sabes de qué te estamos hablando? Abre Netflix y dale al play a Con los pies en la tierra, docuserie que toma la sostenibilidad como eje central con el objetivo de encontrar soluciones al deterioro medioambiental. ¿Nuestra conclusión? Que, oye, a lo mejor cumplir 30 años no es una debacle apocalíptica

“Por recobrar mi juventud lo haría todo en el mundo, excepto ejercicio, levantarme temprano o ser respetable” -Oscar Wilde, ‘El Retrato de Dorian Gray’

La vida te odia a partir de los veintitantos. Estás fabricado para tener hijos muy pronto, correr más lejos y durante más tiempo que ningún otro animal -enhorabuena, runners, sois los únicos coherentes con nuestra biología- y poco más a partir de ahí. Quienes cumplen 30 años mienten como bellacos cuando te dicen que no te envidian, que no es para tanto, que se lleva bien. Le mienten a la genética, a la que le da absolutamente igual lo que hagas a partir de los 25.

Que no pasa nada, nuestra biología tampoco se imaginó nunca que nos haríamos nuestras propias casas, dominaríamos el fuego, tendríamos electricidad, volaríamos hasta la luna o llenaríamos Internet de porno. Para eso inventamos cosas. Aunque ninguna de ellas puede evitar lo inevitable: lo que te pasa al cumplir los 30.

La memoria no es lo que era a los 30 años

El primero de los cambios que te espera en cuanto llegues un poquito más lejos en la vida que Kurt Cobain o Jim Morrison es la pérdida de memoria. Es pequeña, lenta, poco preocupante, pero empieza aquí. 

Tu hipocampo (el cerebral, no tu caballito de mar), donde almacenas la memoria y tu GPS, empieza a encoger a partir de los 30 años. Tendrás algún lapsus, olvidarás una cita y no recordarás una de cada tantísimas veces cómo se llama esa fruta que es como un albaricoque pero en grande. Repite conmigo: no es grave. No es un indicador de que vayas a tener Alzheimer ni nada así. No seas agonías.

Aparte, influyen un montón de factores: el estrés, la resaca, la falta de sueño y otras cuantas cosas muy, pero que muy comunes a partir de los 30 años -o que ya lo eran a los 20, pero tu cuerpo podía con todo- conducen al lapsus. 

También, a partir de aquí, casi todos tus recuerdos importantes se convertirán en algo adornado por tu cerebro. Algo que irá a más con la edad. A los 15 años, una chica te agarró y te metió el morro. A los 30, ese recuerdo será una literaria historia de amor fugaz. A los 75 años, contarás a tus nietos como os besasteis sobre los fuegos del Monte del Destino, mientras el Anillo Único se consumía. Y en tu cabeza será verdad. Es, posiblemente, la parte que más mola de envejecer.

Con 30 años, además, ves peor de cerca

Lo llevas haciendo desde que eras un crío, pero en esta década te darás cuenta por primera vez de que, a veces, te cuesta enfocar o se te cansa la vista tras varias horas delante del ordenador. Tus ojos, simplemente, pierden capacidad. Es algo llamado presbicia (aunque es mucho más bello el término inglés ‘presbiopía’: ver como un anciano).

Pierdes dioptrías de potencia. A un ritmo de tres por década. Tienes la mitad de enfoque que un niño de 10 años que puede pasarse las horas muertas viendo hormigas. Te estás quedando sin macro. Y nos pasa a todos. Siempre. Sin remedio. También, si eres miope, te puedes saltar este paso: la miopía encubre la presbicia. ¿Tienes más de 30 años? Empieza a quitarte las gafas para leer.

Te vuelves lento, engordas antes y es posible que ya no puedas batir un récord mundial deportivo

Tu metabolismo se ralentiza, a un declive aproximado de un 1% a partir de los 30 años. Un metabolismo más lento implica menos gasto de calorías en reposo (más de la mitad de tu consumo calórico). Menos calorías en reposo significa que comiendo lo mismo engordarás más. Es decir, el ejercicio o la dieta ya no son opciones sino obligaciones si quieres mantenerte en forma. Tus músculos empiezan a perder eficacia, acumulas más grasa corporal, eres el time-lapse viviente de un edificio viniéndose abajo.

Nunca volverás a ser el que fuiste -o, bueno, el que podrías haber sido, que a lo mejor a los 25 eras uno con tu sofá artesanal fabricado con cortezas de pizza a medio masticar-. Todo esto viene acompañado de un declive general en la resistencia, la capacidad pulmonar, la fuerza y todo eso que te hacía un vigoroso titán en la juventud. 

Duermes menos y descansas peor, también. Tus heridas no se cierran como antes y tus huesos pierden densidad (esto último más pronunciado si eres mujer), tras haber alcanzado su máximo esplendor un poco antes de la treintena.

¿No me crees? Echa un vistazo a nuestros referentes físicos, los atletas profesionales. Hace unos años, unos investigadores se dedicaron a revisar todos los récords mundiales del atletismo y cuántos años tenían sus artífices: una media de edad de 26 años. Pero no te sientas mal, joven al borde de los 30 años: los nadadores lo tienen mucho peor, porque es posible que después de los 21 años necesiten llamarse Michael Phelps para ser determinantes.

A partir de los 30 años aparecen las primeras arrugas

Hay una bola termonuclear en el cielo emitiendo dos tipos de radiaciones: la que te quema y la que te mata. Tu piel intenta protegerte de ambas y de otros cuantos cientos de agresiones. Tu piel no está ahí para lucir mona y hacerte tope guapo, que son características secundarias. Está para salvarte la vida todos los días, durante muchas horas. 

En algún momento, el proceso reparador con el que se regenera de tanta agresión falla, y la piel se repara mal. Eso son tus primeras arrugas. Y las que vengan: las señales externas de que tú eres la encarnación de la obsolescencia programada.

Y tienes la peores resacas del mundo

Volverse progresivamente tonto, ciego, cansado, cebón y feo tiene poca broma, pero si hay algo peor a la vuelta de la treintena son las resacas como martillos de Thor contra tu vida. 

Resacas más duraderas, más sufrientes y de las que tardas más en salir. No es sólo porque tu hígado se vuelva menos eficaz a la hora de convertir un veneno en otros venenos más purgables, sino por una mezcla de todo lo anterior. Si bebes como un veintañero, llorarás como un bebé al día siguiente.

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