Si Sietes es todo un descubrimiento, aún resulta más gozoso el viaje que hasta él conduce una vez se llega a Villaviciosa y, ante la Casa Consistorial, se gira por una calle a la derecha que lleva a la AS-332. Todo lo que lleva a Sietes es pura Asturias. Dejando atrás la ría y el curioso olor a mar y verde que se percibe cuando iniciamos el ascenso a esta localidad maliayesa, el paisaje que se ve desde las ventanillas va regalando al viajero pequeños pueblos asomados a la carrera; ganado pastando en los praos, pomaradas repartidas aquí y allá y, en ocasiones hasta unas nubes bajas que prefieren acercarse más a tierra que quedarse en lo más alto del cielo. Resulta sorprendente que, en un ascenso corto, descubramos y reconozcamos que, en muchas ocasiones, las carreteras comarcales son las que nos llevan a esos rincones con encanto que no encuentra ni el mejor de los GPS.

En Sietes, a la entrada, las casas pintadas de colores vivos nos recuerdan que, hace tiempo, este pueblo fue elegido para promocionar el nuevo sistema operativo Windows 7, justamente por el nombre de esta pequeña localidad maliayesa, único en el mundo. Sin embargo lo impactante está más adentro, cuando se cruza hacia el interior del pueblo y, tras dejar atrás la pequeña y desvencijada casa azul número 38, cuyo mal estado conmueve, nos encontramos de sopetón con un número impensable de hórreos y paneras distribuidos desde el centro hasta los extremos, incluido el famoso hórreo bajo el cual pasa la carretera. Pegollos y más pegollos. Madera y más madera, Tejados, cables y varios postes de la luz se distribuyen el espacio. Allí, el horizonte está cubierto por estas construcciones que se fueron levantando entre los siglos XVI y XX, algunas de las cuales fueron objeto de rehabilitación hace unos años.

Una gran avenida de hórreos. Bien podría definirse así este espectacular conjunto etnográfico de Sietes. Y bajo los hórreos y las paneras, algún que otro viejo y oxidado carro del país, aperos de labranza, maderos, cajas, madreñas, leña... Y, junto a ellos, también hortensias, muchas hortensias, cuyos colores también empiezan a ser otoñales, contrastando de forma perfecta con el blanco azulado de la piedra.

Ramón Díaz Prida, que regenta junto a su mujer María Eugenia Chapela González («Nuchi» para todos) el bar Casa Prida, es un hombre enamorado de su pueblo y jamás se cansa de ejercer de cicerone informando a unos y otros sobre él. «Aquí hay unas 44 construcciones, de ellas doce son paneras; el resto, hórreos», afirma sin dudar. Mientras, en la cocina, Nuchi ultima uno de los platos que borda esta mujer natural de Cangas de Morrazo y que se define como una auténtica «apasionada de la cocina»: el pulpo con cachelos, en su punto justo de textura y sabor. Otros platos demandados por los clientes de Casa Prida es el lacón con grelos y su famoso plato de huevos fritos con patatas fritas, jamón y chorizo.

En cuanto al menú y, como sucede en muchos bares de pueblo en Asturias, «se come lo que toque ese día. Fabes pintes, cocido, paella, alguna carne o pescao, y el postre» dice. Eso sí, todos los domingos hay pote. Otros platos que se pueden degustar en Casa Prida son el pitu de caleya con arroz, una sabrosa tortilla de patata, carne asada o una buena empanada. Nuchi recuerda que, además de las empanadas, también hace tartas por encargo. Eso sí, antes del cafetín y el chupito bueno es terminar la jornada con algún postre casero como la tarta de almendra, de tres chocolates o la de queso. No cierran nunca.