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¿Cuándo comenzamos a ser jóvenes?

Jon Savage aborda en un espléndido ensayo la historia de la adolescencia, un concepto que nace en el siglo XIX, desde su exaltación con los románticos hasta su manipulación por los nazis.

Un daguerrotipo de 1890 que muestra a una de las primeras bandas
Un daguerrotipo de 1890 que muestra a una de las primeras bandaslarazon

Jon Savage aborda en un espléndido ensayo la historia de la adolescencia, un concepto que nace en el siglo XIX, desde su exaltación con los románticos

hasta su manipulación por los nazis.

La idea de la juventud no siempre fue atractiva y prestigiosa como lo es hoy día. Hubo un tiempo en que los niños y los jóvenes no tenían el mismo estatus jurídico y moral que los adultos. La enorme mortalidad infantil en el mundo antiguo y medieval fue quizá una de las causas. Era un mundo joven, pero los jóvenes poco tenían que decir. Aunque bien es verdad que se maduraba antes y los distintos ritos de paso en el mundo premoderno señalan que se entraba antes en la edad adulta. Pero la juventud es un invento más reciente, quizá del romanticismo, cuando el pálido joven romántico y soñador, el Werther goethiano, idealista y suicida, entra en escena. El prestigio que tiene la juventud de nuestra época posmoderna no es casual, sino que se ha forjado desde ese siglo XIX que vio la revolución filosófica de Nietzsche y empezó a vislumbrar las nuevas ciencias, como la sociología de Comte y Weber y la psicología de Freud y Jung.

Ha sido el periodo comprendido entre el último cuarto del siglo XIX y el final de la Segunda Guerra Mundial, con el nacimiento del concepto «teenage», cuando se consagra la juventud dominadora del planeta, de las tendencias y de la moda que tenemos hoy en nuestra sociedad contemporánea. A analizar ese surgimiento de las ideas sobre la primacía de la juventud y el afianzamiento de su estudio como etapa diferenciada entre la niñez y el mundo adulto se dedica un espléndido ensayo de Jon Savage titulado precisamente «Teenage. La invención de la juventud, 1875-1945». Savage no es historiador, sino periodista curtido en la investigación y análisis de las subculturas juveniles en Inglaterra, América y Europa al hilo de la música popular. Pero eso no desmerece en absoluto su obra, que es un monumento de intrahistoria y microhistoria, un análisis concienzudo y erudito de las manifestaciones de esta obra histórica que se entrelaza con los grandes personajes y eventos del siglo XIX y XX y que nos ayuda a comprender mejor la historia de las mentalidades.

Un asesino en serie

Desde que algo cambió a finales del XIX, el mundo de la juventud adquirió de repente un inusitado interés en todos los ámbitos. Esta magnífica indagación desde la edad clave del «fin de siglo» sitúa en dicho contexto el surgimiento de este concepto ético y estético en sus implicaciones culturales, políticas y hasta comerciales. El viaje comienza con dos ejemplos emblemáticos: Marie Bashkirt-seff y Jesse Pomeroy. Es decir, la primera adolescente que escribe un diario íntimo en el que da cuenta de la evolución de su psique y el primer asesino en serie menor de edad que hace tambalear los cimientos del sistema legal y moral de los Estados Unidos de finales del XIX.

Desde entonces, Savage ejemplifica el proceso con casos como Rimbaud, Wilde, Peter Pan, el Mago de Oz y los Boy Scouts, y muchos otros hitos de la evolución de la cultura de lo juvenil que nos sirven para emprender una investigación fascinante. El concepto de la juventud está marcado por su estudio psicológico diferenciado por Stanley Hall en su monumental obra «Adolescence» (1907) y llama la atención, desde entonces, su utilización por parte de la política, la propaganda y el mercado. Es apasionante también el desarrollo de la delincuencia juvenil en las grandes aglomeraciones urbanas de Inglaterra, Alemania y Estados Unidos, que provoca una respuesta jurídica importante, como la creación de los primeros Juzgados de Menores y la reforma penal para afrontar esos delitos cometidos por los «gangs» de Nueva York, los «hooligans», los apaches o las bandas en París y Londres, Chicago o Berlín. Por no hablar de la explosión de la cultura popular juvenil con el jazz o el swing, que arrasa en Europa y que es combatido por las autoridades del Tercer Reich y los colaboracionistas franceses como modas y músicas que cohesionan grupos juveniles incómodos para el estado.

Pronto se toma conciencia de la importancia de focalizar correctamente a los jóvenes al servicio de una idea más o menos elevada, de patria, nación o religión. El nacionalismo europeo explotó decisivamente los movimientos juveniles y ejemplos clave que se estudian en el libro, aparte de los Boy Scouts, son los Wandervogel alemanes y los neopaganismos diversos que se dan en el centro de Europa. También las bandas juveniles del fascismo italiano y de las Juventudes Hitlerianas, con sus derivas militaristas, se pueden ver en este contexto. El libro presenta brillantemente este historia global del origen de la juventud y explica cómo se aprovechó su pujanza y su idealismo en los diversos conflictos sociales o bélicos de la primera mitad del siglo XX. Un libro, en fin, que será un clásico imprescindible para entender la juventud.