Desdibujados por una densa humareda, sus negros perfiles avanzan raudos hacia el espectador; en su aparición fantasmagórica entre la lluvia y la neblina, el vapor de la moderna locomotora difumina aún más si cabe su paso sobre el puente, en cuyos sillares enrojecidos parece reverberar la energía que emana de las ígneas calderas de la máquina. Pinceladas sueltas y vigorosas, colores puros, fuerza, ritmo y movimiento se conjugan en este lienzo de Turner dedicado al ferrocarril, sin duda uno de los ingenios paradigmáticos de la primera revolución industrial. Cuando, en 1844, expuso esta obra en las salas de la Royal Academy de Londres, el artista había sobrepasado ya el cénit de su carrera y había alcanzado aquella libertad de expresión, aquel intenso trazo cromático, atmosférico y vibrante, rayano en la abstracción, que convertía la luz y el color en algo más que simples elementos pictóricos de la representación de la naturaleza. "Lluvia, vapor y velocidad", que ese era el título de la tela, suponía en cierto modo un homenaje al Gran Ferrocarril Occidental y al puente sobre el Támesis, levantado a la altura de Maidenhead, entre 1837 y 1839, según los planos de uno de los más famosos ingenieros británicos de la época, Isambard Kingdom Brunel. Un homenaje hacia todo un signo de los tiempos de cambio en que a John Mallord William Turner (Londres 1775 - Chelsea, 1854) le había tocado vivir.