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Europa

La leyenda de la Revolución francesa

Una ilustración ‘vintage’ muestra a ciudadanos franceses quemando carruajes reales en el Chateau d’Eu, una residencia real en Normandía durante la Revolución

Una ilustración ‘vintage’ muestra a ciudadanos franceses quemando carruajes reales en el Chateau d’Eu, una residencia real en Normandía durante la Revolución

Foto:ISTOCK

Esta época no dejó buenos registros en temas como la educación, la ciencia y la vida.

El 4 de mayo de 1789 una vistosa procesión recorre las calles de Versalles entre la iglesia de Nuestra Señora y la de San Luis para asistir a la misa que inaugura la reunión de los Estados Generales del Reino. El día siguiente tuvo lugar la ceremonia de apertura de la gran asamblea en el palacio de Versalles. Luis XVI había llegado al trono para recibir una pesada carga.
Educado en los preceptos de Fenelón, se le había enseñado que el rey debía persuadir, pactar, dialogar pero nunca imponer. Desde un principio había mostrado su buen corazón. En el invierno riguroso de 1784 se asistió a un espectáculo conmovedor. Los cristianos indigentes derramaban lágrimas de felicidad viendo entrar en las ciudades los convoyes con víveres enviados por el rey, su padre. Los judíos pobres lo hacían porque el rey les había liberado de pagar como animales al entrar en las ciudades. Decían: nos ha devuelto el honor.
En la carta de convocatoria de los Estados Generales dirigida a sus “amados y fieles” súbditos les pedía “que por una mutua confianza y por un amor recíproco entre el soberano y sus súbditos, sea traído lo más prontamente posible un remedio eficaz a los males del Estado; que los abusos de todo género sean reformados por buenos y sólidos medios que aseguren la felicidad pública”.
El papa Pío VI en el discurso sobre el asesinato del rey se expresó de la siguiente manera: “El carácter unánimemente conocido de este príncipe era naturalmente dulce y benéfico; su clemencia, su paciencia, su amor para con sus pueblos fueron siempre inalterables; incapaz de alguna dureza o rigor, se manifestó constantemente de un trato fácil e indulgente con toda clase de personas y este mismo excelente natural le inspiró la confianza de acceder al voto público de convocar los Estados Generales del Reino”.
Sin embargo, el 17 de junio los representantes del tercer Estado, a los que se unen unos miembros de los otros dos Estados, se declaran en Asamblea Nacional, medida ilegal que representa un golpe de Estado. El rey reacciona cerrando la sala de reuniones. Buscan otro lugar de reunión y lo encuentran en el Juego de la Pelota. Aquí juran no separarse por la fuerza y mutan a Asamblea Nacional Constituyente. El rey vuelve a reaccionar con extraordinaria prudencia y blandura, tratando de evitar el derramamiento de sangre y la guerra civil.

Educación ‘evolucionaria’

La revolución tiene sus cuarteles en el Palais-Royal, centro neurálgico de la actividad revolucionaria, del juego y de la prostitución. En sus múltiples tiendas hay espacio abundante para la pornografía. Mercier, testigo de la época, describe: “Los cuadros, los grabados libertinos, las novelas eróticas, sirven de enseñanza a la masa de prostitutas alojadas en las buhardillas. No se leían en Sodoma y Gomorra los libros que se imprimen y que se venden públicamente en el Palais–Égalité”, como se había rebautizado el Palais-Royal. En sus cafés y salones se reúnen, protegidos por el duque de Orleans, primo del rey y la persona más rica de Francia, revolucionarios de todos los pelajes. El duque tiene la esperanza de dirigir la revolución y sustituir a su primo Luis XVI.
30 de junio de 1789. Algunos guardias franceses insubordinados son encarcelados. Cuando la noticia llega al Palais-Royal la multitud reacciona dirigiéndose a la prisión donde están los detenidos y los libera. La Asamblea Nacional, saliéndose de su cometido legislativo, dictamina por boca del jacobino Chapelier que “en cualquier otra circunstancia serían culpables, pero hoy en día no son realmente sino muy excusables”.
Sus correligionarios no tuvieron la misma consideración con él cuando lo guillotinaron en 1794. El resultado de la clemencia fue que se acabó con la disciplina militar. El 10 de julio, las tropas están totalmente insubordinadas y confraternizando con los revolucionarios.
12 de julio. Camille Desmoulins lanza el grito: “A las armas” desde el Palais-Royal. La multitud se apodera de unas figuras de cera del ministro Necker y del duque Orleans, ídolos del momento, y las pasea en triunfo mientras la ciudad se llena de desórdenes y violencias.
Curiosa revolución encabezada por los bustos de dos de los ciudadanos más ricos del país. Esa noche, las tropas se retiran de París y la libran a los revolucionarios que aprovechan la ocasión para incrementar la violencia.
El lunes 13, los robos, los incendios, el asalto, las prisiones se multiplican. La municipalidad de París decreta, por su cuenta, la organización de una milicia de 48.000 hombres que juran no emplear las armas que les han sido confiadas sin las órdenes de la municipalidad y solo para la defensa de la comuna y la conservación de la libertad pública.
Y llega el día 14. La multitud asalta Los Inválidos y se apodera de 30.000 fusiles. Entonces se dirigen a la Bastilla, vieja fortaleza prácticamente sin medios de defensa: 15 cañones viejos que solo sirven para disparar salvas de ordenanza y unos pocos fusiles. La guarnición está formada por 32 guardias suizos y 92 inválidos que habían jurado, impulsados por el gobernador, hombre ilustrado, utilizar las armas solo si eran atacados. Los enviados por los autoridades revolucionarias desayunan con el gobernador de la fortaleza que los recibe amablemente.

Negociación sin acuerdo

La Bastilla disponía de dos recintos. Los insurgentes entran sin mayor dificultad al espacio intermedio entre el muro exterior y el interior. Aquí, según el periódico el Moniteur, “el pueblo se arroja en masa al patio y corre hacia el segundo puente para apoderarse de él mientras hace una descarga de mosquetes contra la tropa. Esta responde con un fuego vivo y sostenido que fuerza a los asaltantes a retirarse en desorden al recinto exterior desde donde no dejan de disparar sobre la tropa, aunque sin atreverse a acercarse para atacar el segundo puente”.
En ese momento una delegación del ayuntamiento se presenta a negociar. Los de la fortaleza izan bandera blanca para parlamentar, pero no se llega a ningún acuerdo. Cuando se retiran los enviados, la masa intenta asaltar la Bastilla, pero sus defensores hacen fuego nuevamente y dispersan a los asaltantes, algunos de los cuales caen abatidos.

En la Vendea se llevó a cabo el primer genocidio documentado de la Historia: 250.000 muertos en una población de 600.000 habitantes.

Después de unas escaramuzas, producto más bien de la confusión, el populacho, que no había combatido, entra en la prisión y comienza a ensañarse con los inválidos que, minutos antes, habían confraternizado con los invasores. Los guardias suizos, los únicos que realmente habían combatido, tienen más suerte. Los blusones de lienzo de su uniforme hacen que los tomen por prisioneros y pueden escapar.
El gobernador de la Bastilla es asesinado, su cabeza cortada por un aprendiz de carnicero y paseada en triunfo por las calles de París. Otros defensores de la Bastilla también son asesinados y sus cabezas paseadas clavadas en picas. Fueron liberados los siete prisioneros encerrados en la fortaleza: cuatro falsificadores que desaparecieron inmediatamente, un pervertido encerrado allí a petición de la familia y dos ancianos locos a los que hubo que volver a encerrar en otro lugar.
Una ola de espanto y horror recorrió al pueblo de París. Sin embargo, a las pocas horas el crimen se convirtió en la lucha del pueblo por la libertad y contra la tiranía. Para que la revolución triunfase “había que amoralizar a las masas; hacerlas perder la noción de lo que era el bien y el mal en su definición bíblica”, como dijo el antiguo comunista español Enrique Castro Delgado hablando de la revolución en España.
Durante todo el siglo XVIII, en todas partes, empezando por los salones de la nobleza, se difunden los ataques a toda autoridad, política o religiosa.
“Mil lindas cabecitas empolvadas se embriagan con las teorías que las harán rodar al cesto del verdugo”, como dijo Gaxotte. En las Memorias del conde de Ségur leemos: “Nos reíamos de las graves alarmas de la vieja corte y del clero, que abominaba de este espíritu de innovación. Aplaudíamos las escenas republicanas de nuestros teatros, los discursos filosóficos de nuestras academias, las obras atrevidas de nuestros literatos…”.
A lo largo de los tres años siguientes el rey continuará en la misma tónica de cesiones ante los hechos consumados: traslado a París secuestrado por la turba, Constitución Civil del Clero, Constitución Nacional, encarcelamiento en las Tullerías de él y de su familia, y un largo etcétera de concesiones que no aplacaban nunca las demandas de los revolucionarios. Es la Revolución francesa.
Algunos resultados son los siguientes. El 21 de enero de 1794 fue guillotinado el rey. María Antonieta, el 16 de octubre. Después ejecutaron a la hermana del rey, Madame Isabel. Al año siguiente murió en prisión el heredero, Luis XVII, un niño de 10 años. A pesar de sus servicios a la revolución, Felipe de Orleans, que cambió su nombre por Felipe Igualdad con el advenimiento de la República, gran maestre de la masonería, regicida, fue ejecutado en 1793.
Durante el Terror, entre 1793 y 1794, más de 30.000 franceses fueron guillotinados. Los muertos producidos por la revolución oscilan, según los cálculos, entre dos y ocho millones de personas. En la Vendea se llevó a cabo el primer genocidio documentado de la Historia: 250.000 muertos en una población de 600.000 habitantes. La ley de 1.° de agosto de 1793 prescribía el exterminio de los hombres, la deportación de las mujeres y de los niños y la destrucción del territorio.
Entre otras medidas “ilustradas” se promulgó la supresión de las congregaciones religiosas y el cierre de las universidades y de las academias. Para fomentar la investigación científica, ejecutaron a varios científicos, entre ellos Lavoisier, padre de la química moderna. Mientras, las iglesias se convertían en templos de la razón. Al mismo tiempo, decretaban la enseñanza primaria y secundaria obligatoria, pero cerraban las únicas escuelas existentes: las de la Iglesia. Gran parte del patrimonio artístico fue destruido.

Más secuelas

La Revolución francesa dejó otras secuelas. La economía francesa, y la de toda Europa, quedó destrozada. La renta per cápita de Francia disminuye casi a la mitad entre 1780 y 1815 y eso a pesar del pillaje de Europa y del descenso de la población por guerras y asesinatos. El mismo panorama nos encontramos en la cultura. En 1788 el 43 por ciento de los franceses sabía escribir. En 1815 ese porcentaje se había reducido al 39 por ciento.
Claro que también hubo beneficiados por la revolución. No exactamente el pueblo, sino los 80.000, aproximadamente, que en nombre de la libertad, de la igualdad y de la fraternidad se apropiaron de las tierras y edificios de la Iglesia, el 7–8 por ciento de la propiedad francesa, ahora denominados “bienes nacionales”. Así se acabó con los hospitales y escuelas.
Ah, pero ¿qué hay de los Derechos del Hombre y del Ciudadano? Como dijo Fustel de Coulanges, existían desde hacía más de 1.000 años. Si acaso, la revolución los formuló más abstractamente.
La destrucción se extendió por toda Europa. Las feraces llanuras del norte de Italia, toda España, Dinamarca, y toda la Europa central desde el Rin hasta Moscú fueron devastadas. El incendio se propagó a la América con las guerras llamadas de independencia. Y todo comenzó en aras del diálogo y de la paz.
AGUSTÍN ANDRÉS IRAZOLA
Para EL TIEMPO
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