Se dedicaron al contrabando de armas, ocultando los revólveres en hogazas de pan, tarros de mermelada y osos de peluche. Horadaron redes de búnkeres subterráneos, bombardearon líneas ferroviarias, sabotearon el suministro de agua de una ciudad entera, se hicieron pasar por arias y flirtearon con los guardias de la Gestapo para, a la menor oportunidad, descerrajarle un tiro certero. Fueron “las chicas del gueto”, las jóvenes judías que alimentaron la resistencia contra los nazis en Polonia, una historia hasta ahora desconocida que, con décadas de retraso, arroja luz sobre aquella insólita camaradería.

“Aunque sabían que no iban a tumbar a los nazis y solían bromear con que su arsenal entraba en la cesta de una bicicleta, muchas de ellas lucharon por la dignidad y por el futuro, para que cuando los judíos miraran atrás dijeran: ‘algunas lucharon por nosotros, por nuestra identidad’”, reconoce en conversación con El Independiente Judy Batalion, la autora de “Hijas de la resistencia: la historia desconocida de las mujeres que lucharon contra los nazis” (Seix Barral), un documentado ensayo sobre aquellas mujeres que ejecutaron levantamientos y trataron de torpedear el Tercer Reich.

“Un número importante de aquellas jóvenes actuaron motivadas por un tremendo dolor. Habían visto como sus familias habían sido asesinadas y como habían perdido a sus parientes”, confirma Batalion, una nieta de supervivientes polacos nacida en Canadá que reunió las primeras pesquisas de la resistencia en la Biblioteca Británica.

“Empecé a encontrar material por accidente hace quince años. El primer documento fue un libro en yidis de 1946 que contenía pequeños extractos de decenas de jóvenes judías que combatieron a los nazis y que procedían principalmente de los guetos de Polonia. Aquello me impactó. Nunca había escuchado nada parecido”.

Una reunión de jóvenes sionistas en la granja de entrenamiento agrícola de Będzin. Casa de los combatientes de los guetos

Renia, la hábil contrabandista

Arrancó entonces una tarea detectivesca que, entre traducciones, búsquedas de legajos, diarios o fotografías y entrevistas con descendientes de las protagonistas, le ocupó la década siguiente. “Fue un proceso complicado porque en algunos casos eran textos que habían sido escritos en la clandestinidad y solo figuraban nombres en clave”, apostilla Batalion, que durante su estancia en Londres trabajó como comisaria de arte por las mañanas y comediante por las noches.

Mi cabeza siempre regresaba a Renia porque era una mensajera y estaba implicada en misiones

JUDY BATALION

“Durante mucho tiempo este proyecto consistió en buscar y leer”, rememora. En ese deambular de archivo en archivo, se topó con heroínas como Renia Kukielka, una contrabandista de armas que se adentró en territorio hostil. Se alistó después de que en septiembre de 1939 los alemanes irrumpieran en la localidad polaca de Chmielnik y prendieran fuego o fusilaran a una cuarta parte de su población. Renia había sido testigo de que el único vecino que ofreció oposición contra los nazis fue un niño judío y optó, iracunda, por abrazar la resistencia armada.

“Ni era una idealista ni una revolucionaria sino una chica espabilada de clase media que se vio inmersa en una repentina e interminable pesadilla”, escribe Batalion. “Desde muy pronto supe que ella era la historia principal. Muchas de las chicas estaban muy ideologizadas, eran socialistas pero no era el caso de Renia. Ella solo escribía un relato y eso me interpeló. Mi cabeza siempre regresaba a Renia porque era una mensajera y estaba implicada en misiones y movimientos. Además, logró sobrevivir y aquello también era importante para darle al libro un sentido pleno”.

Cortesía de Merav Waldman

Una chica espabilada

Renia Kukiełka en Budapest, 1944. Es el personaje central de la crónica de Judy Batalion. «Renia no era una idealista ni una revolucionaria sino una chica espabilada de clase media que se vio inmersa en una repentina e interminable pesadilla», describe Batalion, impresionada por la precisión de sus escritos. Lo había perdido todo -familia, amigos y casa- y no era una portento físico pero su hoja de servicio fue extensa: espió a los acólitos de Hitler, hizo posible el contrabando de armas en los guetos o cruzó líneas fuertemente protegidas. Al ser torturada por la Gestapo, un episodio que casi le cuesta la vida, tampoco cedió.

Cortesía de Merav Waldman

Una nueva vida tras la guerra

El 6 de marzo de 1944 Renia llegó a Haifa (Palestina) tras cruzar el estrecho del Bósforo en barco y viajar en tren, con paradas en Alepo (Siria) y Beirut (Líbano). Había abandonado Polonia como una fugitiva buscada por la Gestapo y halló en un kibutz (una comuna agrícola israelí) un lugar idóneo para escribir su memoria de resistencia. Tuve una vida plena. En la fotografía, en 2008 en la boda de su nieta Merav.

Casa de los combatientes de los guetos

Movimiento Libertad

Renia actuó como mensajera del movimiento Libertad en la ciudad de Będzin, en el sur de Polonia. En la imagen, Renia se halla en la fila inferior a la derecha. Posa con otros integrantes de Libertad en Budapest en 1944.

Décadas de silencio

En los primeros compases de la búsqueda, una pregunta torturó a la autora: “¿Cómo las historias de cientos de mujeres involucradas en tales actos de valentía eran desconocidas?”. “Hubo muchas razones, pero al menos dos narrativas sufrieron el mismo silencio: la resistencia judía en el Holocausto, en particular en Polonia, y la experiencia de las mujeres en aquellos años. Existieron motivaciones políticas que dieron forma al relato del Holocausto, también razones culturales e incluso personales. Las que sobrevivieron no contaron su historia o lo hicieron al principio, pero luego pararon”, arguye. “No creo que lo olvidaran, pero no lo contaron”.

Callaron porque les perseguía no haberse despedido de sus seres queridos y un sentimiento comparable al de los supervivientes de Auschwitz

JUDY BATALION

Una interrupción autoimpuesta, en algunos casos, por la creencia de que serían acusadas de haber colaborado con los nazis o por el sentimiento de culpa. “Habían dejado a sus familias para luchar en la clandestinidad. Les perseguía la decisión de no haberse despedido de sus seres queridos y un sentimiento comparable a quienes sobrevivieron a Auschwitz. Llegaron a pensar que no merecía la pena contar su historia. Muchas eran aún muy jóvenes tras la guerra y lo habían perdido todo, desde la familia hasta la nacionalidad. Terminaron de refugiadas en países cuyos idiomas no hablaban y quisieron comenzar de nuevo y tener hijos que fueran normales y felices”.

Habían conocido el revés terrible de vivir plácidas existencias en sus ciudades de origen a sobrevivir confinadas en un par de manzanas, condenadas al hacinamiento. Como Bela, otra de las milicianas, casi todas habían comprendido que “su única opción, si querían seguir viviendo, era vivir para vengarse”. Y, para lograrlo, explotaron todo lo que tenían a su alcance, incluido su supuesta “belleza aria”. Fue así como se infiltraron en filas enemigas. “Las mujeres desempeñaron un papel muy importante en la resistencia porque les fue más fácil hacer ciertos trabajos que a sus compañeros varones”, asevera Batalion.

Casa de los combatientes de los guetos

Entrenamiento

Antes incluso de que comenzara la guerra, los jóvenes judíos -hombres y mujeres- solían celebrar campamentos. Unos acontecimientos que acabarían sirviendo como entrenamiento para la posterior resistencia contra los nazis. En la imagen, miembros de la comuna de entrenamiento de pioneros en Bialystok en 1938.

Museo estadounidense conmemorativo del Holocausto

Guaridas de la resistencia

Se confundieron en el interior de los guetos, donde llegaron a horadar redes de búnkeres. Cualquier lugar era bueno para ocultar un arsenal o celebrar sus reuniones clandestinas. En la fotografía, el dormitorio de un búnker construido por la resistencia judía como parte de los preparativos para el levantamiento del gueto de Varsovia en 1943.

Facilidad para la infiltración

“Les resultaba más sencillo disfrazarse de cristianas. Una de las principales razones es que las judías no estaban circuncidadas. Si se sospechaba que un hombre era judío, solo hacia falta llevarlo hasta un puesto y bajarle los pantalones. Las mujeres, en cambio, no tenían esa marca física de la identidad judía en su cuerpo”, explica la investigadora.

Ellas se habían empapado de la cultura polaca y se movían mejor entre sus vecinos. “La educación era obligatoria para ambos sexos en la década de 1930 pero muchas familias optaron por enviar a sus hijos varones a las escuelas privadas judías mientras que sus féminas iban a colegios públicos polacos. Las chicas tenían amigas cristianas y estaban al tanto de sus costumbres y tradiciones. Aprendieron mejor el polaco y lo hablaban sin atisbo de acento”.

Les resultaba más sencillo disfrazarse de cristianas. A diferencia de los varones, las mujeres judías no tenían una marca física como la circuncisión en su cuerpo

JUDY BATALION

En mitad de aquella densa desolación, Renia y sus acólitas -que procedían de agrupaciones juveniles previas al conflicto- hallaron una suerte de resiliencia. Desplegaron sus artes de la impostura y conectaron los guetos, que llegaron a contarse por un centenar. Los abastecieron de armas y ejercieron las funciones de correo.

¿Cómo pudieron hacer todo aquello en unas circunstancias tan sombrías? “Los guetos eran lugares terribles. Estaban hambrientos, padecían enfermedades, vivían ocupados físicamente y mentalmente. Una familia podía habitar en una única estancia”, recuerda Batalion. “Estas mujeres eran miembros de movimientos juveniles previos a la guerra que creían en la educación, la moral y la autosuficiencia”.

En los años previos al avance de Hitler, cuando apenas despertaban a la adolescencia, habían sido enseñadas a “cuidarse y cuidar de sus comunidades” y “mantener cierta espiritualidad”. De todas las acciones que firmaron, la autora de la crónica más completa hasta la fecha rehúsa escoger una. “Fueron todas formas de desafío y lucha. Había quienes administraban escuelas clandestinas y otras mujeres que iban a matar agentes de la Gestapo. No puedo quedarme con una y descartar otras”.

Carnet de identidad ario falsificado de Lonka Kozibrodska, otra de las judías de la resistencia. Casa de los combatientes de los guetos

Una trama para Spielberg

Las mujeres que convirtieron el dolor en furia probablemente ni siquiera “usaban el término feminista”. “Se llamaban revolucionarias. Eran socialistas y habían leído a Rosa Luxemburgo. Pertenecían a grupos igualitarios. Eran, ya se sabe, iguales pero diferentes. Ejercieron de líderes antes de la guerra y tenían ideales. Creo que hoy podríamos llamarlas feministas y progresistas. Las mujeres hicieron trabajo manual y físico, labraron la tierra y se prepararon en autodefensa. Llevaban incluso pantalones”, enumera la responsable de recuperar su huella.

Había vivido la herencia del Holocausto como un trauma y este libro me hizo ver que hubo valentía, fortaleza y pasión

JUDY BATALION

Algunas de las biografías que recorren “Hijas de la resistencia” servirán para la versión cinematográfica que prepara Steven Spielberg. Batalion participa en la escritura del guión. “Una película es mucho más breve que un libro y precisa de todo un proceso de enfocar y escoger. Está siendo una adaptación muy interesante, aunque se halla en una fase muy embrionaria”, narra la escritora.

El resultado, admite, podría ser la versión femenina de “Malditos Bastardos”, el filme de Quentin Tarantino que retrata la misión de matar nazis de un grupo de milicianos. “De algún modo será así aunque cada película tiene sus propios estilo y lenguaje”. Batalion, que llegó a viajar a Israel para reunirse con algunos de los descendientes de estas heroínas, confiesa que la investigación le hizo reconsiderar su propio legado familiar, sometido a un reajuste. “Yo había vivido la herencia del Holocausto como un trauma, como una patología, y este libro me hizo ver que hubo valentía, fortaleza y pasión. Me permitió sentir orgullo de mi origen”.

Casa de los combatientes de los guetos

Camaradas de armas

La resistencia armada judía operó en más de 90 guetos de Polonia. En la imagen, Gusta Davidson y Minka Liebeskind en un campo de verano en 1938. Ambas fueron camaradas del movimiento de resistencia del gueto de Cracovia. Las que se enrolaron eran conscientes de que, en caso de ser capturadas, se enfrentarían a una muerte atroz, desprovista de compasión. Se produjeron hasta nueve levantamientos en guetos de Polonia.

Casa de los combatientes de los guetos

En tierra hostil

La labor de las jóvenes judías se desarrolló en muchos frentes: sobornaron y flirtearon con los verdugos; hicieron contrabando de armas; o ayudaron a cientos de camaradas a escapar. En la instantánea, la mensajera Hela Schüpper y la dirigente de Akiva, Shoshana Langer, disfrazadas de cristianas fuera del gueto, en el lado ario de Varsovia. Corría junio de 1943.

Cortesía del Archivo fotográfico del Yad Vashem

Vitka y sus compañeras de armas

Vitka Kempner, líder de la resistencia en Vilna (Lituania), escapó del gueto por la ventana de los aseos de la sinagoga de su pueblo. Su huida la llevó a dirigir a combatientes en el frente. En la fotografía, Vitka (la primera a la izquierda) junto a Ruzka Korczak y Zelda Treger, armas en ristre.