Image: Lluvia ácida

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Letras

Lluvia ácida

José Manuel Benítez Ariza

9 junio, 2005 02:00

José Manuel Benítez Ariza. Foto: B.A.

Algaida. Sevilla, 2005. 226 páginas, 16 euros

La buena nómina de autores españoles y latinoamericanos que conformaban la colección Calembé bien merecían una difusión mayor, que por fin ha llegado. Ojalá el público la secunde también con su apoyo y garantice su continuidad.

En la apetecible nómina ya se incluyó hace casi seis años el gaditano Benítez Ariza, cuya obra, por su calidad y abundancia, es ya conocida por el público iniciado. Benítez tiene en su haber libros de todo pelaje: artículos, novelas, poesía y cuento. En este último ha destacado como un cultivador perseverante, aunque es sabido que el cuento es un género que leen los que des- creen de los best-sellers y cultivan quienes escriben contra corriente.

Esta nueva incursión de Benítez Ariza en las distancias cortas -de las anteriores destacaré El hombre del velador, publicada en la misma colección Calembé en 1999- se compone de 17 relatos y un epílogo -precisamente este último da título al volumen- que abordan, casi sin excepción, dos de los grandes males del hombre contemporáneo: la frustración de sus sueños acompañada de una lacerante soledad. Varios de estos textos se atreven, además, a explorar con mirada crítica y cargada de ironía el desquiciado mundo editorial, ya sea para referirse al amiguismo literario -"Madrid"- o a otras cuestiones más intimistas, como la relación del escritor con el lejano mundo exterior y su reacción ante la envidia -"Apartado"-: son mis favoritos. En ese terreno se mueve Benítez Ariza como pez en el agua y se le nota el bagaje de quien lleva muchos años conociendo los entretelones del mundo editorial, sus grandezas y sus miserias. También demuestra el autor un gran dominio a la hora de contarnos historias: narra con precisión, mantiene una tensión que crece hasta el desenlace, sorprende en los finales, que nunca siguen el juego al lector y perfila a sus personajes hasta hacerlos de carne y hueso en su fragilidad. Da la impresión que el narrador esconde mucho más de lo que muestra al hablar de sus criaturas, sabia estrategia. Lo único algo excesivo en este libro es el epílogo, en el que Benítez se empeña en justificarnos su querencia por el género breve, a mi juicio, sin necesidad alguna. Libros como este no necesitan explicación alguna. Lectores, sí.