La verga y las barras de fútbol

Juanllucho Salgado
4 min readJun 27, 2017

Quien siente fanatismo por un club o equipo de fútbol, sabe que nunca en la vida se considera la posibilidad de que exista otro mejor que el de nuestros colores, y por añadidura, reconoce que ir al estadio implica el deber de alentar con saltos, gritos o mínimamente palmas que siguen un ritmo constante y repetitivo, el de un corazón ilusionado.

La cancha de fútbol es el único escenario en que el silencio es inadmisible, de ser así, el momento se torna horrible, pesado, vergonzoso; prefiero el silencio en una primera cita o en una despedida de soltero, pero jamás en un estadio. Fiesta y alegría son hermanas del fútbol, siamesas eternas, una condición que no se puede cambiar.

Las hinchadas organizadas en barras se encargan de animar el partido por 90 minutos, animan el encuentro en todo el sentido de la palabra, la música, colores, humo y papeles, forman parte de un todo que junta la identidad con el orgullo por vestir un color, pero ese orgullo, como todo en el fútbol, tiene dos caras.

Sólo creeré que la paz mundial es posible cuando llegue el día en que Emelec y Barcelona se pongan de acuerdo para intercambiar los colores de sus camisetas por un año, ya sé que la primera impresión que deja esta idea es tontamente romántica, pero si nos detenemos a pensar, a quién apuñalarían los delincuentes que se ocultan en las barras bravas, a los amarillos o a los azules, eso sin duda haría que sus lindas cabecitas exploten en serie.

“No somos como los putos del Emelec”, “Las coquetas de Emelec”, “Los pUtos de la Liga”, “Crónica Rosa (Roja)”, “Barcelocas”, “Verga para Barcelona”, “Verga para Emelec”, “Te daré Liga pUta”, estas son expresiones incluidas en casi toda dedicatoria de cánticos y comentarios, expresiones que se aderezan con referencias a violaciones, agresiones y abuso sexual diverso y multiforme.

No soy un defensor de lo políticamente correcto, ese concepto nos ha llevado a la represión constante de ideas brutas que se prohíben en la superficie lingüística pero crecen y se alimentan en su subsuelo, sin confrontarse con otras ideas, sin la oportunidad de ser refutadas y evolucionar, estancadas, limitadas, obligadas a estancarnos y limitarnos.

Sin caer en el mar de lo políticamente correcto, me parece necesario cuestionar porqué gran cantidad de cánticos de barra brava hacen referencia a dar verga o violar al rival o utilizar la diversidad sexo-genérica como insulto, porqué el sexo como acto posesivo y esclavizador se convierte en referencia de ser o representar algo mejor que el otro, y así una goleada se convierte en una escena digna de película porno, e incluso porqué atacar al otro es un elemento necesario en el proceso de construir a mi club y mi equipo, porqué mi equipo es mejor en medida que el otro es calificado como maricón, puto o digno de chuparme los huevos, considero mejor alternativa el hacer cánticos que alienten más a los míos y violenten menos a los otros.

El sexo tiene una concepción históricamente ligada al poder, poder que cambia de manos por quién está arriba, quién domina o se humilla, quién se entrega de frente o da la espalda, confiando, rogando, agrediendo, mordiendo, llorando, elevándose o deprimiéndose en poder, por poder.

Soy hincha de un club y he sido abonado del mismo por 6 de los últimos 8 años, los últimos dos años he ido con más frecuencia a la barra brava, amo, de verdad amo saltar, cantar y aplaudir por 90 minutos junto a gente le dedica al club mucho más que esos 90 minutos, son personas que viajan, pintan, hacen banderas, y se autofinancian en colaboración de más gente loca por el fútbol.

En la barra están personas que ni conozco pero de seguro sienten en el corazón el mismo ritmo frenético e ilusionado cuando saltan en las gradas de cemento la noche del viernes o mediodía del domingo, recibiendo lluvia, sol, o lo que se le ocurra al clima con personalidad múltiple de la ciudad, desde el punto más alto de la General Sur, desde donde se mira la Catedral de la cual Santa Ana se quiere bajar para ella también agarrar un rollo de papel en sus manos y lanzarlo para que haga una parábola, que junto a las otras decenas de rollos de papel, dibuja el escenario más acogedor de un recibimiento, “En este rollo van mis energías para la Genkidama del gol” pensé más de una vez cuando era niño.

Me duele la violencia del fútbol, me duele en serio, me indigna como pocas cosas, o sea la violencia en general, pero soy futbolero, no se explica, se siente.

Obviamente estos cánticos son sólo la representación de lo que reprimimos antes, el estadio se convierte entonces en una zona de catarsis general a lo represivo y dictatorial de lo cotidiano, lo que se debe cambiar es bastante y no se ubica sólo en el fútbol.

Creo en el deporte como medio para casi todo, creo mucho más en el fútbol que en la FIFA, creo que el Deportivo Cuenca es el mejor equipo del mundo, mejor que el Manchester o Boca Juniors, y eso no va a cambiar en toda mi vida, y cuando voy al estadio le canto, le aliento, le amo, porque me ha dado más alegrías y tensiones de las que podría recordar. Quisiera un fútbol de fiesta, alegría y paz.

Quizá soy un soñador, pero ni fregando soy el único.

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