Semanario Nº 3

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Marandu de la Patria

“Mariano Moreno” Semanario de efemérides

Posadas, Misiones, Argentina Año I - Nº 3 Abril 2011 DESTACADO DE LA SEMANA!

Pancho Sierra El Santo de los Pobres Espiritualidad Criolla

LO IMPORTANTE LOS 33 ORIENTALES De San Isidro a la Emancipación del Uruguay

PERSONALIDADES Felipe Senillosa El Ingeniero de la Patria

Batalla de San Roque El “Manco Paz” Mateo Banks. Estanciero y Asesino

Resumen La Matanza de Mateo Banks (1922) Desembarco de los Treinta y Tres Orientales (1825) Fallecimiento del ingeniero Felipe Senillosa (1858) La tragedia de Luan Lauquen (1883) Nacimiento de Carlos Luis Spegazzini (1858) Nacimiento de Francisco “Pancho” Sierra (1831) Batalla de San Roque (1829) Fallecimiento del Tcnl José Zeballos (1867) Nacimiento de Giacomo Bove (1852)

ESCUELA DE GOBIERNO NÉSTOR KIRCHNER www.encuentroamericano.com.ar Fuente: Revisionistas.com


18 de Abril

La matanza de M ateo Banks

Mateo Banks (1878­1955)

Fue uno de los crímenes más sonados de su época: ahogado por la bancarrota, un chacarero de Azul, portador de prestigioso apellido, mató a sangre fría a ocho personas, entre éstas a tres de sus hermanos y dos de sus sobrinas A la una y cuarto de la tarde del martes 18 de abril de 1922, el chacarero Mateo Banks, de 44 años, disparó su rifle Winchester sobre la espalda de su hermano Dionisio Banks. La bala le atravesó el tórax. Mateo Banks lo remató con un segundo tiro. Dionisio estaba acompañado por su hija Sarita Banks, de 12 años, quien, aterrorizada, trató de escapar. Pero Mateo Banks la alcanzó, golpeándola con la culata del rifle. Semidesvanecida, la arrastró fuera del casco de la chacra La Buena Suerte, en un campo del partido de Azul, trescientos kilómetros al sudoeste de Buenos Aires. Mateo Banks arrojó a Sarita al jagüel. Recargó el rifle y, asomándose, terminó de matar a la niña con dos disparos. Luego, comprobó que Dionisio estuviera muerto. Buscó un colchón y sobre él tendió el cadáver de su hermano. Esperó la noche. A las ocho, llegó en sulky el único peón que trabajaba en la chacra, un tal Juan Gaitán, que había ido al cercano pueblo de Parish para hacer una diligencia. Mientras Gaitán guardaba el sulky en el galpón, Mateo Banks, sin pronunciar una palabra, lo mató de un balazo en el pecho. Subió al sulky y se dirigió a su propio campo, El Trébol, a cinco kilómetros de La Buena Suerte. En El Trébol trabajaba un peón llamado Claudio Loiza. Mateo Banks le dijo a Loiza que Dionisio estaba enfermo y le pidió que lo acompañara a La Buena Suerte para atenderlo. ­Iré más tarde, patrón, a caballo. ­No hay tiempo. Vamos en el sulky. El peón accedió y el sulky salió al camino. En algún punto del trayecto, Mateo Banks paró el sulky. Se había caído el rebenque y le pidió al peón que lo recogiera. Cuando Loiza bajó, Mateo Banks le disparó al cuello. Loiza cayó malherido. Mateo Banks, con parsimonia, lo remató. Escondió el cuerpo en un pajonal cercano. Volvió a El Trébol. Allí vivían otros dos hermanos: Miguel, de 49 años, junto con su esposa, Julia Dillon, y María Ana Banks, soltera, de 54. Cuando Mateo Banks llegó, Julia lo llamó para la


cena, pero él se quedó en su habitación, aduciendo que no se sentía bien. A las once de la noche no quedaba nadie levantado en El Trébol. Salvo Mateo Banks. Agazapado en la oscuridad de su cuarto, esperaba para completar su raid de sangre. A las once y diez, se deslizó al patio y golpeó la ventana cerrada de María Ana. En susurros, para no despertar a los demás, Mateo Banks le dijo a su hermana que Dionisio estaba muy mal y que debían ir a La Buena Suerte para asistirlo. María Ana se cubrió con un chal y subió al sulky, que una vez más retomó el camino entre ambas chacras. En algún lugar, Mateo frenó el caballo, levantó el rifle que llevaba a sus pies y disparó a bocajarro contra María Ana. Pateó el cadáver, que quedó tirado en el camino. El sulky volvió a El Trébol. Mateo Banks llamó a la puerta de la habitación de Miguel y Julia. Julia se asomó: Mateo Banks le dijo que se sentía mal y le pidió un té. Cuando Julia apareció, le disparó al pecho. Miguel estaba enfermo, en la cama. Sin embargo, al oír el tiro que había matado a su mujer, se levantó. Mateo Banks apareció en el vano de la puerta y le disparó a su hermano un balazo en el cuello. Quedaban vivas tres personas: Cecilia y Anita Banks, de 15 y 5 años, hijas de Miguel y Julia, y María Ercilia Gaitán, la hijita del peón, de 4 años. Mateo Banks entró al cuarto donde dormían las tres y mató a Cecilia. Dejó el rifle, aferró a las dos niñas más pequeñas y las llevó a un cuarto vacío, que cerró con llave. La trama La orgía de muerte había terminado. Con la parsimonia de un autómata, Mateo Banks había exterminado a toda su familia: tres hermanos, una cuñada, dos sobrinas y dos peones; en total, ocho víctimas. Mateo Banks recorrió el escenario como un artista que revisa minuciosamente su obra. Inclinándose sobre los muertos, les tomó el pulso para asegurarse de que no hubiera quedado en ellos ni un hálito de vida; los acomodó, los tapó con mantas. Volvió a subir al sulky, regresó a La Buena Suerte, donde se aseguró de que Dionisio estuviera muerto, y se asomó al pozo para comprobar que seguía allí el cadáver de Sarita. Eran las cuatro de la mañana del 19 de abril. Bajo la lóbrega luz lunar, Mateo Banks se dirigió al pueblo. El sulky se detuvo ante la casa del médico de la familia, el doctor Rafael Marquestau. Mateo Banks golpeó a la puerta. Luego de largos minutos, se entreabrió una ventana: ­¿Quién es? ­Soy Mateo Banks. Quiero hablar con el doctor. ¡Algo terrible ha pasado! El médico, que conocía bien al chacarero, lo encontró dominado por la ansiedad: ­¡Acabo de matar a Gaitán! ­le dijo Mateo Banks entre sollozos­. ¡Pasa algo que no tiene nombre! ¡Han asesinado a toda mi familia! ¡Les dispararon! Los muertos están allí; he pasado toda la noche con ellos… Los he cubierto con mantas. Loiza me disparó al pie y luego huyó…


El médico se vistió con prisa. Corrió al sulky. Junto con Mateo Banks se dirigieron a las chacras, donde la luz del nuevo día ya iluminaba el horror. ­Hay que avisarle a Carús ­le dijo Mateo Banks al médico. Antonio Carús era un abogado y político conservador, caudillo del pueblo. Pero Marquestau insistió en que fueran a la policía. El comisario Luis Bidonde jamás hubiera imaginado que la mañana del 19 de abril la tragedia llegase de esa forma al pueblo de Azul. ¿Acaso el diablo mismo había aparecido en aquel lugar pacífico de la llanura bonaerense? La policía descubrió un escenario que horrorizaría al país: en La Buena Suerte y El Trébol, las fincas de la prominente familia Banks, y sus inmediaciones, yacían los cadáveres de Dionisio, Miguel y María Ana Banks, Julia Dillon, las niñas Sarita y Cecilia Banks, además del cuerpo de uno de los peones, Gaitán. El denunciante, Mateo Banks, repetía una y otra vez que Gaitán y Loiza lo habían atacado tras abatir a toda su familia. Los ir landeses Esta historia había comenzado hacía mucho tiempo: quizá cuando, noventa años antes, en 1832, el coronel Pedro Burgos había fundado el Azul, fuerte militar cercano a un arroyo de aguas con esa coloración. Con el tiempo, desaparecido el peligro de los malones tras la derrota de Catriel y otros caciques, el Azul, como Tandil, Olavarría, Coronel Suárez y diversos pueblos del sudoeste provincial se habían convertido en prósperos centros agrícolas. En 1922, el partido del Azul tenía 30.000 habitantes, entre los cuales se contaban fuertes colonias de inmigrantes vascos, franceses, italianos e irlandeses, como los Banks. El padre de Mateo Banks había llegado a la Argentina en 1862, huyendo de las pestes, las guerras y la miseria del verde Erín. Se casó con otra irlandesa de apellido Keena y aquí fundó una familia que se estableció primero en Chascomús y luego en el Azul. Pero ahora, en aquel amanecer de 1922, el apellido Banks habría de convertirse, en la historia criminal argentina, en un “caso”: el mayor crimen colectivo consumado por un solo hombre en 15 horas espeluznantes. Miles y miles de azuleños indignados acompañaron hasta el cementerio los cuerpos de las víctimas. ¿Quién había tronchado de esa forma alevosa la vida de aquellos pioneros? Los siete ataúdes fueron velados en la iglesia catedral. La marea humana cargó a hombros los ataúdes. El juez de paz, el alcalde, los concejales, los hombres prominentes del pueblo, el jefe de la guarnición: todos encabezaban el duelo popular presidido por Mateo, el único Banks que quedaba en el Azul (una hermana, Catalina, había regresado a Irlanda). El comisario Bidonde, mientras tanto, debía resolver el enigma. ¿Quién y por qué había cometido los crímenes? Las primeras batidas hallaron el cuerpo del peón Loiza, de manera que eran ocho los muertos. Todo tipo de rumores conmovían al pueblo, trayendo ecos de otras masacres de inmigrantes, como la sucedida en el Tandil, cuando los seguidores del fanático curandero y santón Tata Dios degollaron a 36 inmigrantes. Había sido un 1° de enero de 1872, casi exactamente medio siglo antes… Pero, por las


dudas, todos los cerrojos y tranqueras del sur de la provincia habían sido reforzados y las armerías agotaron existencias. Apenas cayó la tierra sobre los féretros de pino, el comisario Bidonde detuvo a Mateo Banks, en principio inculpado por la muerte de Gaitán. La prensa nacional, en especial los vespertinos de Buenos Aires La Razón, Crítica y Ultima Hora, dedicaban amplios espacios de sus ediciones al crimen. De La Plata había llegado un investigador­estrella, el comisario Ricardo de la Cuesta, que se hizo cargo de los largos y exhaustivos interrogatorios al único testigo vivo y también principal sospechoso de los crímenes: Mateo Banks. El chacarero se aferraba con uñas y dientes a su versión, pero pronto las contradicciones minaron su relato: el balazo que Banks alegaba haber recibido en la bota no era tal, sino un agujero hecho con un punzón; las autopsias determinaron que el calibre de las heridas correspondía al de la escopeta del sospechoso. Pero, sobre todo, se había descubierto que los Banks, ejemplo de inmigrantes triunfadores, escondían un secreto: en efecto, Miguel, Dionisio y María Ana eran prósperos, pero Mateo Banks estaba completamente arruinado. Al cabo de tres semanas, el asesino confesó. La condena El juicio a Mateo Banks, acusado de ocho homicidios consumados con premeditación y alevosía, tuvo lugar en el Sport Club de Azul, habilitado como tribunal. El lugar estaba abarrotado de gente y el acusado, un hombre robusto cuya pelirroja testa y amplios bigotazos denunciaban su ascendencia irlandesa, debió ser protegido por la policía pues el público quería agredirlo. En el juicio, Mateo Banks se retractó de la confesión, que le había sido arrancada, dijo, con torturas. Pero las evidencias reunidas en la acusación del fiscal, el doctor Horacio Segovia, eran lapidarias contra Banks. La siguiente historia salió a la luz. Mateo Banks tenía mucho prestigio en Azul, lo mismo que sus hermanos. Era socio del Jockey Club, vicecónsul de Gran Bretaña, representante para el sur de la provincia de la marca de autos Studebaker ­uno de los últimos modelos de esta marca, una elegante voiturette, se lo había reservado Mateo Banks y con él se paseaba por Azul. Era un católico respetado, de los que portaban el palio en las procesiones, e integraba varias ligas de beneficencia. Su sólida posición social se consolidó al casarse con una mujer de postín, Martina Gainza, con la cual había tenido cuatro hijos. Mateo Banks y su mujer no vivían en el campo, sino en el centro de Azul, en una casa en la calle Necochea, con verja, jardín y un frente decorado. En algún momento, Banks, quizá por su afición desmedida al juego, comenzó a perder su fortuna. “Banks, con su vida de «rico artificial», pensó que todo se arreglaría… y perdió toda noción de sentimientos humanos. No vaciló en sacrificar su apellido… Es una víctima de los vicios humanos que destruyen la dignidad, la honradez y hasta el amor de la familia…” Así lo crucificaba en un artículo un diario de Azul durante el proceso.


El fiscal Segovia probó hechos incontrovertibles: en 1921, Mateo Banks había vendido su parte del condominio familiar a sus hermanos. Y pocas semanas antes del crimen, había falsificado un poder de Dionisio para venderle a un rematador de la zona varios miles de cabezas de ganado, que ya no le pertenecían. Como señala Hugo A. Hohl en su exhaustivo estudio del caso Banks Crimen y status social (1998), el criminal había cometido una estafa: en el momento en que sus hermanos lo denunciaran, no le cabía a Mateo Banks otro destino que la cárcel. Por otra parte, el crimen había sido preparado con minucia: Mateo Banks había comprado días antes en una armería de Azul cartuchos de 12 milímetros, los que utilizó. Y el mismo día de la masacre había intentado envenenar a su familia echando estricnina en el puchero, aunque, al equivocar la dosis, no produjo consecuencias: tanto Julia Dillon como María Ana y Dionisio echaron a la basura la comida, de asqueroso gusto. Para el fiscal Segovia, Banks planeó el múltiple asesinato con total racionalidad: ¿por qué no mató a la pequeña Anita Banks? Porque la esposa de Dionisio no vivía en La Buena Suerte; estaba recluida en un manicomio. A Mateo le hubiera tocado un tercio de la herencia, compartida con la mujer de Dionisio y con la hermana de los Banks que vivía en Irlanda. No era necesaria, para este plan, la muerte de Anita. ¿Por qué ensañarse con Cecilia y con los peones? Porque eran testigos indeseables que hubieran arruinado su versión. Según Segovia, cada movimiento de Banks había sido pensado: para sorprender a Loiza y a Gaitán, hombres fuertes que le habrían opuesto resistencia, usó estratagemas. Su plan de acusar a los peones salvó a la nena María Ercilia Gaitán: no era coherente que el peón asesinara a su propia hija. La defensa de Banks, convertido por la prensa en un monstruo social, no fue aceptada por abogado alguno. Finalmente, la asumió el joven defensor de oficio Luis Larrain, que hizo lo imposible por salvar a su cliente insistiendo en la teoría de que los dos peones eran los culpables, quizá con la complicidad de algún otro asesino ignoto. Pero Mateo Banks nunca pudo explicar la farsa del agujero en la bota izquierda. El 3 de abril de 1923, la vista de la causa se dio por concluida. El tribunal, integrado por los doctores Lisandro Salas, Abdon Bravo Almonacid y Armando Pessagno, le cedió la palabra al acusado, que se levantó y, tras limpiar con un pañuelo sus anteojos sin aro, dijo: ­Señor presidente: mucho se ha hablado de este horrendo crimen… He pasado diez meses con el corazón y el alma desgarrados por el dolor y el sufrimiento de las injusticias de las que fui objeto… He aguantado mi dolor en silencio… en la fe de Dios y en la justicia de mis jueces… Por esta cruz (la señala al público), mi pedido es uno solo: ¡que se haga justicia! Fue condenado a reclusión perpetua. Pocos meses antes se había abolido en la Argentina la pena de muerte. Larrain alegó vicios de forma y pidió al tribunal la nulidad del proceso. Le fue concedida. El juicio se realizó por segunda vez, pero trasladado a los tribunales de La Plata. Entonces, Mateo Banks sorprendió a todos al nombrar como abogado al penalista más caro de Buenos Aires, Antonio Palacios Zinny, una especie de Perry Mason de su época, célebre por sus exitosas defensas de casos difíciles. ¿Quién pagó sus honorarios?, se preguntaba la opinión pública. Nadie, pero el abogado sabía que el país entero estaría pendiente de su defensa, y su prestigio como defensor de causas perdidas se multiplicaría a pesar de ser Mateo Banks el prototipo del asesino


irredimible. Según cuenta Roberto Tálice en su libro de memorias Cien mil ejemplares por hora, durante este segundo proceso a Banks el defensor Palacios Zinny urdió una estratagema para impresionar a los jueces. Entregó a su cliente una pastilla de cianuro, que contenía una dosis no letal. Banks debía levantarse, proclamar su inocencia e ingerir el veneno. El hábil penalista no sólo había asegurado a su cliente que ese gesto inclinaría al tribunal en su favor. También habría vendido la exclusiva al vespertino Crítica, cuyos mejores reporteros cubrían la sesión del juicio ese día. En un momento, Palacios Zinny comenzó a hacer desesperadas señas a su defendido, indicándole que se tomara la cápsula. Banks lo miraba fijamente, pero nada sucedió. Según Tálice, a último momento el asesino desconfió… El tribunal de alzada confirmó la sentencia de culpabilidad y la pena de reclusión perpetua. En 1924, Banks fue trasladado al penal de máxima seguridad de Ushuaia, donde convivió con otros presos famosos, como Cayetano Santos Godino (el Petiso Orejudo) y Simón Radowitzky, el anarquista que había asesinado en 1909 al jefe de policía Ramón Falcón. Durante su permanencia en Ushuaia, Mateo Banks fue un preso de conducta ejemplar. Concedió numerosas entrevistas, para las cuales el director del penal le prestaba su despacho. Hasta allí llegó un día el popular periodista Juan José de Soiza Reilly, que se fotografió junto al preso Mateo Banks vestido con el tradicional traje a rayas. Mateo Banks recuperó la libertad en 1949. Intentó regresar a Azul, pero la repulsa social se lo impidió. Era un muerto en vida. Su nombre y sus crímenes eran tan famosos que hasta habían inspirado dos tangos: Doctor Carús, de Martín Montes de Oca, y Don Maté 8 (léase “Mateocho”, el apodo con el que lo había bautizado la prensa), con música de Domingo Cristino y letra de José Ponzio. Para sobrevivir, Mateo Banks cambió de identidad y se trasladó a Buenos Aires. Quería perderse en el anonimato de la gran ciudad. Con documentos falsos a nombre de Eduardo Morgan, alquiló una pieza sin baño en la pensión de la calle Ramón Falcón 2178, en el barrio de Flores. El mismo día de la mudanza, con una toalla y un jabón, se dirigió Mateo Banks hasta el final del pasillo, entró en el baño y cerró con llave. Se desnudó y al meterse en la bañera resbaló. El golpe en la cabeza le provocó la muerte. Tenía 77 años. Fuente Abos, Alvaro – Ocho ataúdes para Mateo Banks. Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado La Nación Revista – Buenos Aires, 29 de enero de 2006


19 de Abril

Desembarco de los Treinta y Tres Orientales

El juramento de los Treinta y Tres Orientales – Obra de Juan M. Blanes

En 1823, Juan Antonio Lavalleja regresaba a la Banda Oriental –en ese entonces Provincia Cisplatina bajo el dominio portugués recientemente devenido brasileño­ luego de estar cinco años preso en la Isla de Cobras. El ex lugarteniente de Artigas se afincó en la zona denominada “Rincón de Zamora”, actual departamento de Tacuarembó, y dio rienda suelta a su gusto por las actividades vinculadas al ganado. Pero eso no dudaría mucho pues, al producirse ese mismo año el movimiento llamado de “Los caballeros orientales”, Lavalleja no tardó en unirse nuevamente a la causa revolucionaria. Primero se trasladó a las provincias argentinas de Entre Ríos y Santa Fe y luego pasó a Buenos Aires, buscando apoyo para iniciar la cruzada libertadora de la Banda Oriental. Ese primer intento independentista fracasó y Lavalleja decidió asilarse en Buenos Aires, pero no se dio por vencido. Un año después alquiló los galpones de un saladero en la zona de Barracas y allí se abocó a organizar la invasión a la Banda Oriental. A comienzos de 1825, casi todo el sur del continente americano había logrado independizarse de la colonización española. Con la batalla de Ayacucho, en 1824, se había puesto punto final a la dominación española. Pero aún sobrevivía otra dominación, la de los brasileños en la zona de la Banda Oriental, llamada por los colonizadores Provincia Cisplatina. La misma databa de 1820, cuando empezó siendo dominación portuguesa y que luego, con la independencia de Brasil de Portugal, pasó a manos de los brasileños. Al enterarse del resultado de la batalla de Ayacucho, Lavalleja decidió redoblar los esfuerzos para conseguir la soñada independencia. La idea era reunir una fuerza expedicionaria que se dirigiría a la Banda Oriental para liberarla del dominio brasileño. De eso resultó la conformación de un grupo de treinta y tres hombres que por agua emprendió viaje a territorio oriental. Embarcaron en dos lanchones en San Isidro, un poco al norte de Buenos Aires, en las nacientes del Río de la Plata. Se internaron hacia el delta del Río Paraná, navegando sobre todo en la noche, a fin de eludir los patrullajes brasileños.


Su primer destino fue la isla Brazo Largo, donde acamparon cuatro días, transcurridos los cuales decidieron que era el momento de intentar el cruce hacia la costa oriental del Río Uruguay. La empresa fue exitosa ya que el 19 de abril de 1825 los treinta y tres orientales estaban poniendo sus pies en la Playa de la Agraciada. Allí los esperaba Tomás Gómez, un hacendado de la zona, con una caballada, y el “baqueano” Andrés Cheveste, un conocedor del territorio. En el camino se les fueron uniendo otros contingentes de milicianos y el grupo logró ocupar primero Dolores y luego Villa Soriano. Avanzaron hacia el sureste eludiendo Mercedes, una ciudad muy bien defendida por los brasileños. Todavía faltaba el encuentro con el grupo de Fructuoso Rivera, que en ese momento formaba parte del ejército ocupante. El grupo de Rivera había sido enviado por el general Lecor para detener a los liderados por Lavalleja. Pero el encuentro, el 29 de abril de 1825, no derivó en una batalla como era de esperar, sino en el conocido “abrazo del Monzón” (río a orillas del cual ocurrió el hecho), porque Rivera no enfrentó a Lavalleja sino que se unió a él. La incorporación de Rivera fue fundamental para el éxito de la campaña, llevando a que el alzamiento contra la dominación brasileña se extendiera a toda la Banda Oriental. De ahí en más se sucedieron más ocupaciones, Lavalleja organizó el gobierno del territorio liberado y finalmente llegaron las batallas de Rincón y Sarandí que liberaron completamente a la Banda Oriental de la ocupación brasileña. La bandera de los Treinta y Tres Orientales

Bandera original de los Treinta y Tres Orientales Los orientales que resistían en Argentina la dominación luso­brasileña, y que se lanzaron a liberar la patria en la Cruzada Libertadora, necesitaban un estandarte. Adoptaron entonces para su bandera los colores que José Artigas ­quien se había visto obligado a retirarse al Paraguay en 1820­ había usado siempre. La bandera de los Treinta y Tres orientales es actualmente uno de los símbolos patrios uruguayos, junto con el Pabellón Nacional, la bandera de Artigas, el Himno Nacional y la escarapela nacional. Está formada por tres franjas horizontales.


La azul, en la parte superior, simboliza la grandeza. La blanca, en el medio, la república. La roja, en la parte inferior, la sangre derramada por la libertad y la independencia. Lleva la leyenda “Libertad o Muerte” reafirmando el juramento que animaba la Cruzada y que habían hecho los orientales a su Patria. Fuentes Filosi, Analía – Desembarco de los Treinta y Tres Orientales. González, Cecilia – La Bandera de los Treinta y Tres Orientales.


20 de Abril

Felipe Senillosa

Ing. Felipe Senillosa (1790­1858) Nació en Tarragone, España, el 26 de mayo de 1790. Cuando cumplió trece años fue enviado a Madrid, a cursar matemáticas a la Universidad de Alcalá de Henares, fundada por el cardenal Cisneros, tres siglos antes. A los dieciocho años, en 1808, se trasladaba de Madrid con 100 hombres reunidos en el camino, a Zaragoza, para ponerse a las órdenes de Palafox en la defensa inmortal de aquella ciudad contra los franceses invasores. Allí fue destinado como teniente de cazadores Walones y agregado al servicio de ingenieros, pero aprovechando el heroico defensor los conocimientos matemáticos adquiridos por Senillosa, dispuso que fortificase el castillo de Alfageria, que había sido morada de los reyes de Aragón y que Felipe V convirtiera en fortaleza. El sitio duró cuatro meses y la plaza debió capitular, como Sagunto contra los cartagineses y como Numancia contra los romanos, evidenciándose una vez más el valor de la raza hispana. Felipe Senillosa prisionero, fue remitido por los franceses a Nancy (1). Cuando recuperó su libertad, sus paisanos lo repudiaron porque ya no sustentaban las convicciones políticas de otrora y porque se había debilitado su adhesión al régimen imperante en la Península. Regresó a Francia en 1813 y se incorporó a las águilas imperiales, efectuando la campaña el Norte. Peleó en Silesia y en Alemania, así como en Sajonia y Holanda. En 1814 regresó a España y lo motejaron de “el afrancesado”, siendo estrechamente vigilado, como si fuera un espía. Nadie pensaba en utilizar sus ricos conocimientos militares y matemáticos, adquiridos en costosa experiencia y áspero trajín y se vio obligado a emigrar, dirigiéndose a Londres, en 1815, donde conoció a Rivadavia, Sarratea y Belgrano y desde aquel momento empezó a interesarle la causa emancipadora de Sud América, decidiendo su viaje a Buenos Aires, donde esperaba que sabrían valorar mejor sus amplios conocimientos; cambiando de horizonte, cambiaría de espíritu y el recuerdo de las memorables batallas napoleónicas de: Katzbach, Leipzig, Arnheim, Hanau, Lutzen, Vurtzen y Bautzen, a las que había asistido, permanecería del otro lado del hosco Mar Atlante. Llegado a Buenos Aires, el Directorio lo designaba con fecha 3 de febrero de 1816, Director y Preceptor de la “Academia de Matemáticas” y siete meses después, director de todas las academias establecidas en Buenos Aires. El 12 de junio de 1817 elevó al gobierno un sucinto Plan de Educación, que aquél agradeció a su autor por el loable celo


con que se contraía a promover la primera y preciosa educación. Fundó también en aquella época un periódico que tituló: “Los Amigos de la Patria y de la Juventud”, destinado a defender los intereses de la instrucción pública. Fue miembro de la “Sociedad del Buen Gusto del Teatro” (para la que fue nombrado el 30 de octubre de 1817). Cuando en el año 1821 se instituyó en el gobierno del general Martín Rodríguez, la Universidad de Buenos Aires, Senillosa figuró entre los primeros profesores con rango directivo. El 31 de enero de 1818 fue nombrado miembro de la comisión de caminos. En 1820 publicó un Tratado Elemental de Aritmética. El 25 de junio de 1821 se le nombró catedrático de Geometría Descriptiva y sus aplicaciones, en la Universidad. El 24 de setiembre de 1824 fue nombrado para formar parte de la Comisión Topográfica de la Provincia de Buenos Aires, junto con Vicente López y Avelino Díaz, catedrático de ciencias fisico­matemáticas el último, y Senillosa, Prefecto de Ciencias Exactas. En 1825 formó parte de una comisión en la que figuraba Juan Manuel de Rosas, para trazar la línea de fronteras exterior al Tandil, recientemente poblado por el general Rodríguez, comisión en la cual actuó también el coronel Juan Lavalle. El 26 de junio de 1826 fue nombrado primer ingeniero del Departamento Topográfico y dos años después, Presidente del mismo, con fecha 10 de enero de 1828. En los comicios electorales del 22 de julio de 1827, Senillosa fue elegido para ocupar una banca de diputado en la H. Sala de Representantes. En 1832 fue elegido diputado a la Legislatura de la Provincia de Buenos Aires, siendo reelegido al terminar aquel período. En 1838 fue designado nuevamente Presidente del Departamento Topográfico. Más tarde volvió a ser diputado, cargo que ejercía en diciembre de 1849. Por treinta años consecutivos, Senillosa es el consejero técnico de cuanta misión útil se constituye en el país para ejecutar obras de provecho. Publica en 1817 una “Gramática Española”; redacta una “Memoria sobre pesas y medidas”, que Juan Manuel de Rosas reglamenta para uso en el país; con Lahitte y Anchorena contribuyó a especificar las atribuciones del Ministerio de Pobres y Menores; proyecta construir un muelle sobre la rada de Buenos Aires; elige los planos para edificar la Nueva Aduana en el antiguo Fuerte y dirige la ejecución de las obras, cumplimentando esta ímproba tares sin remuneración de ninguna clase, estimulado solamente por su profundo deseo de ser útil a la sociedad en cuyo seno vive con ese afán de minero que cuenta sus años por el número de las obras ejecutadas, que son como el desquite póstumo de estas vidas extraordinarias, ante el silencio involuntario y obstinado de la posteridad. El 25 de abril de 1837 fue admitido como socio correspondiente de la Real Academia de Buenas Letras de Barcelona. El 26 de agosto de igual año fue nombrado miembro de una comisión, conjuntamente con el doctor Eduardo Lahitte y Nicolás Anchorena, para presentar un reglamento que especificase las atribuciones del Ministerio de Pobres y Menores. En enero de 1839 fue designado miembro del Tribunal de Recursos Extraordinarios, y por impedimento del Ministerio Fiscal y de la Presidencia del Dr Lahitte, desempeñó las funciones del presidente del referido Tribunal. En 1842 formó parte de la Comisión de Hacienda de la Sala de Representantes. En 1844, fue nombrado miembro de la Sociedad Real de Anticuarios del Norte. En 1852 ofreció al gobierno sus servicios en la Guardia Nacional como ingeniero militar. El 18 de diciembre de 1853 fue nombrado miembro de la Comisión Filantrópica, y el 28 de abril de 1854, miembro


de la comisión encargada de presentar las medidas necesarias para el arreglo de las tierras. Desde el Directorio hasta Caseros compartió todas las vicisitudes argentinas, favorecido por una salud que la muerte tardó en quebrantar a los 68 años, pues falleció en Buenos Aires, el 20 de abril de 1858. El 26 de julio de 1855 había sido nombrado miembro del Consejo consultivo del Gobierno; el 8 de junio de 1856, elegido miembro de número del Instituto Histórico­ Geográfico del Río de la Plata, y en diciembre de 1856, Ingeniero Inspector del Departamento Topográfico. Contrajo matrimonio con Pastora Botet. Rosas le dispensó permanente amistad por el esfuerzo admirable de su espíritu bien templado y de su indiscutible capacidad para el desempeño de los puestos públicos. Refer encia

(1) Mientras estuvo prisionero, Senillosa escribió en Francia un Tratado de Mnemónica o Arte de fijar la memoria, que se conserva inédito en poder de la familia. Fuente Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado.


20 de Abril

Carlos Luis Spegazzini

Carlos Luis Spegazzini (1858­1926)

Nació en Bairo, distrito de Ivrea, Piamonte (Italia), el 20 de abril de 1858, hijo del general del ejército piamontés Luis Spegazzini y Carolina Turina, perteneciente a una familia de diplomáticos. Hizo sus primeros estudios en el famoso colegio Marco Foscarini de Venecia, e ingresó más tarde a la Scuola Enologica di Conegliano, donde se recibió en 1879. Fue su maestro el célebre botánico italiano Pier Andra Saccardo, quien despertó su vocación por la micología y la fanerogamia. A los 18 años le comunicó el resultado de sus primeros estudios sobre ciertos hongos parásitos de plantas y sus estados evolutivos. A fines de 1879, se embarcó con destino al Brasil, pero al llegar a Río de Janeiro, la encontró azotada por una epidemia de fiebre amarilla, por lo que resolvió continuar su viaje a Buenos Aires. Aquí conoció al doctor Domingo Parodi, bajo cuya protección se hizo coleccionista, organizador de herbarios, preparador de pieles y esqueletos de animales. En noviembre de 1880, se incorporó al gabinete de Historia Natural de la Facultad de Ciencias Físicas y Naturales, encargado de coleccionar plantas y hacer preparados microscópicos. Bien pronto realizó excursiones por los alrededores de la ciudad, conoció el Riachuelo, San José de Flores, Recoleta, Palermo e hizo su primera publicación sobre los “Funghi argentini pergillus primus”, en los “Anales de la Sociedad Científica Argentina”. En esa institución pronunció varias conferencias. En 1881, denunció en los diarios de la capital, la existencia en el país de la Peronóspora de la vid (plasmofora vitícola). A fin de ese mismo año, se incorporó a la expedición científica a la Patagonia y Tierra del Fuego en la corbeta “Cabo de Hornos” bajo la dirección del teniente de la marina italiana Santiago Bove, como botánico y representante de la Universidad de Buenos Aires. Después de haber recorrido varios puntos de la costa patagónica y de la isla de los Estados tuvieron que abandonar en Punta Arenas el “Cabo de Hornos”, porque no se prestaba para la navegación en los canales del archipiélago fueguino, debiendo continuar en la goleta “San José”. Lamentablemente naufragaron en la bahía Slogget, pero los náufragos fueron recogidos por el cúter “Allen Gardiner” de las Misiones inglesas, que los llevó nuevamente a Punta Arenas, en donde persistiendo en su empeño explorador alquilaron la balandra “San Pedro” para continuar recorriendo la costa de Tierra del Fuego y luego Río


Gallegos y Santa Cruz. Finalmente se embarcaron de nuevo en el “Cabo de Hornos” y regresaron a Buenos Aires. Las colecciones hechas por el sabio Spegazzini en esa expedición fueron numerosas y de un gran valor científico Las correspondientes a la Patagonia, estrecho de Magallanes e islas de los Estados se salvaron por haber quedado a bordo del “Cabo de Hornos”, perdió, en cambio, en el naufragio, lo que había recogido en parte de Tierra del Fuego. En medio de tanta desgracia, afortunadamente, tuvo la suerte de salvar sus libretas de apuntes que contenían un catálogo minucioso de todas las plantas, tanto fanerógamas como criptógamas observadas en cada localidad visitada y las descripciones detalladas de las especies que le eran desconocidas o de las que por sus flores u otros caracteres merecieron su especial atención. Durante ese viaje Spegazzini recogió ejemplares de 1.108 especies botánicas (293 fanerógamas, 20 pteridófilas, 461 de hongos, etc.). Su labor fue elogiada por Bove y también por Alberto de Agostini. Además, estudió las lenguas y costumbres de los indígenas, su vocabulario, y publicó elementos de su gramática. En 1883, hizo nuevos viajes a Santa Cruz, y uno de estudio por el norte del país hasta el Chaco y el Paraguay. Formó parte, en carácter de bacteriólogo, de la comisión encargada de elegir y dictaminar sobre el lugar en que había de fundarse la nueva capital de la provincia de Buenos Aires. En ésta, que tomó el nombre de La Plata, se radicó en 1884, y contrajo matrimonio con María de la Cruz Rodríguez. Mientras, en 1883, fue nombrado por la Municipalidad de la Ciudad de Buenos Aires para colaborar con el doctor Pedro. N. Arata, director de la Oficina Química creada poco antes. La Universidad de Buenos Aires le encargó la dirección del Jardín Botánico. En 1885, ocupó la cátedra de higiene e historia natural, y luego la de química en el Colegio Provincial de La Plata, recientemente creado. Dos años después formó parte del personal docente del Instituto Agronómico de Santa Catalina, que pasó más tarde a la Facultad de Agronomía y Veterinaria, encargándosele el curso de patología vegetal. Spegazzini poseía una vasta y profunda ilustración, así que enseñó, además de la botánica a la cual se dedicó especialmente, zoología, mineralogía, geología, micrografía y química. Fue designado director general de estudios en 1890, y vicedecano a principios de 1891. En abril del citado año, por razones de índole económica, el gobierno de la provincia propuso a la Legislatura la clausura de la Facultad. Spegazzini junto con el veterinario Desiderio Bernier expuso el grave error que tal decisión significaba, consiguiendo salvar a la Facultad. En la nueva organización conservó la dirección de los estudios hasta 1899. Volvió a ella en 1905, como miembro del Consejo de Enseñanza. En 1898, al fundarse el Ministerio de Agricultura de la Nación, Spegazzini asumió la dirección de la sección Botánica y Fitopatología. Reunió allí junto a su hijo Propile Luis (fallecido en 1911), el Herbario del Ministerio. También fue profesor de la Facultad de Ciencias Físico­Matemáticas de la Universidad de La Plata, donde enseñó química analítica; en la Facultad de Química y Farmacia dictó botánica médica desde 1900 hasta su jubilación en 1912. Siendo Florentino Ameghino director del Museo de Historia Natural, en 1903 lo nombró botánico, desempeñando ese cargo por espacio de veinte años. Fue consejero, académico y vicedecano de la Facultad de Agronomía de La Plata, donde revalidó su título, miembro correspondiente de academias y sociedades científicas nacionales y


extranjeras, socio honorario de la Sociedad Científica Argentina y de la Sociedad Argentina de Ciencias Naturales, académico honorario del Museo de La Plata, fundador de la Sociedad Ornitológica del Plata (hoy Asociación Ornitológica del Plata), y de la Revista Argentina de Botánica. Participó en numerosos congresos, comisiones nacionales y extranjeras, y su producción científica que se eleva a más de 200 trabajos abarca sobre todo las fanerógamas y los hongos. Cuando comenzó sus estudios sobre la flora patagónica, se conocían en la Argentina tan sólo 39 especies de hongos que habían sido recogidos en expediciones anteriores por Alcides D’Orbigny, Charles Darwin y otros investigadores. Con los estudios de Spegazzini esta cifra se elevó a 2.500. Puede decirse que el sabio no dejó de explorar rincón alguno de la Argentina que pudiera ofrecer un interés botánico. En 1907, con dos de sus hijos y un reducido número de colaboradores, se internó en la selva misionera partiendo de Santa Ana de Loreto por el río Yaberibí hasta el río Chapú, y de allí a Fracán, en donde establecieron su centro de trabajo, llegando en sus incursiones a Yaguaritica, San Pedro, Pepirí­Guazú y hasta las cabeceras de San Antonio. Se tuvo conocimiento de su regreso a los centros poblados, cuando una nueva expedición estaba a punto de emprender su rescate, considerándolo perdido en la selva. De esta expedición regresó con más de 6.000 ejemplares botánicos, 4.000 insectos reptiles y rocas. El Tercer Congreso Internacional de Botánica, reunido en Bruselas, en 1910, incluyó su nombre entre los micólogos más eminentes de la época. Sus publicaciones son famosas en todo el mundo, por el gran aporte que significaron para la anatomía y sistemática vegetal. Entre ellas podemos mencionar tres: 1) “Cactasearum platenses tentamen”; 2) “Funghi argentini nova v. critici”, en el que describió aproximadamente 882 especies de hongos argentinos; 3) “Mycetes argentiinenses”, publicado entre 1899 y 1912, en el que trató 1.546 entidades taxonómicas. En 1925, publicó la “Revista Argentina de Botánica”, en cuatro entregas escritas casi enteramente por él. Spegazzini era un políglota: dominaba el latín y el griego, hablaba todos los dialectos italianos; el francés, el alemán, el inglés, el castellano, el portugués, los idiomas de la Malasia, el japonés, las lenguas fueguinas, el guaraní, etc. Falleció en La Plata, el 1º de julio de 1926. Numerosas y muy demostrativas fueron las honras fúnebres. Dejó un testamento donando una casa de la Calle 55, Nº 477, al Museo de la Plata, para ser destinada a un Instituto de Botánica que lleva su nombre, incluyendo su instrumental, colecciones, exicata y biblioteca. La inauguración de este instituto tuvo lugar el 26 de abril de 1930. El Laboratorio de Farmacología Experimental del Instituto Biológico Argentino, inaugurado en Florencio Varela (Prov. de Buenos Aires), en 1927, lleva también su nombre. La Sociedad Argentina de Ciencias Naturales decidió consagrar un número íntegro de su revista “Physis” a la memoria de este gran botánico. Sendas calles de la ciudad de La Plata y Buenos Aires, así como una estación del Ferrocarril Roca, lo recuerdan por su labor científica.


Fuente Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino – Buenos Aires (1985). Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado Moncaut, Carlos Antonio – Carlos Luis Spegazzini, el ilustre sabio platense.


20 de Abril

La tragedia de Luan Lauquen

Sitio en donde se produjo la tragedia de Luan Lauquen el 20 de abril de 1883

Luan Lauquen en lengua mapuche significa “laguna del guanaco” y es un parque ubicado en la actual provincia de La Pampa, cerca de la ciudad de Winifreda, a unos 80 kilómetros al norte de Santa Rosa (la capital provincial) y a unos 150 kilómetros al oeste de Trenque Lauquen. En 1879, la columna Trenque Lauquen de la 5º División del Ejército, bajo las órdenes del coronel Hilario Lagos en el avance hacia el Río Negro, alcanzó este lugar (Luan Lauquen), el 23 de mayo. Pertenecía a los Territorios Nacionales como siendo “tierra libre de indios”. El lugar estaba muy retirado de la línea de fortines de frontera que se extendía entre Guaminí y Trenque Lauquen. Las campañas al desierto habían terminado y nadie dudaba que una nueva era de paz y trabajo había llegado a esa zona fronteriza, pero un suceso trágico hizo desaparecer esa certeza. Luan Lauquen, fue el sitio donde terminaron sus vidas el 20 de abril de 1883, un muy conocido estanciero de Cañuelas, William Mc Clymont; su capataz; el escocés Alexander Mc Phail; su amigo, Andrew Purvis; y al menos cuatro “peones”. El acontecimiento causó una gran impresión en aquella época, no solamente en Buenos Aires, sino también en los propios pagos locales. Tanto es así, que hasta muy recientemente los viejos relatores de la historia local se referían a esos acontecimientos como un hito cronológico “un antes” o “un después” de la muerte del “inglés”. William Mc Clymont o “don Guillermo” como todos lo llamaban, había nacido el 18 de julio de 1834 en la colonia escocesa de Santa Catalina de Monte Grande, cerca de Buenos Aires, y fue bautizado bajo el rito de la religión presbiteriana escocesa. Sus padres, John Mc Clymont y Catherine White, habían emigrado de Ayrshire en 1825 en el buque “Synnetri”, junto con otros 250 escoceses, y eligieron Monte Grande para establecerse. La colonia era en realidad una empresa comercial organizada por dos hermanos, los Robertson, que compraron la tierra y se la alquilaban a ocho granjeros entre los cuales se hallaba John Mc Clymont y sus cuñados William y James White, La colonia estaba bien organizada en base a la tradición de las comunidades agrícolas escocesas, y los colonos eran muy trabajadores y perseverantes, conforme al mejor uso escocés. Así la colonia adquirió gran prosperidad en pocos años pero, circunstancialmente, se vio envuelta en una contienda a causa de un conglomerado de razones políticas, sociales y


económicas aunque la más importante de todas fue el estallido de la Guerra Civil entre los partidarios de Juan Manuel de Rosas y los de Lavalle. En ese tiempo nació William y en Monte Grande ya sólo quedaba un pequeño grupo de colonos. La familia Mac Clymont permaneció en este sitio hasta 1841, cuando John adquirió la estancia la Cabaña, en Cañuelas, que había pertenecido a John Miller, y que limitaba con su otra estancia más conocida: La Caledonia. No se sabe mucho de la niñez de William Mc Clymont. Tal vez haya sido educado en la escuela escocesa e San Andrés, que había fundado su tío Roberto. Se sabe, sin embargo, que varios chicos de Mac Clymont fueron allí pensionados cerca de 1840. En 1858, su padre le cedió la estancia El Totoral, muy cerca de Guardia del Monte, bajo la condición de que debía administrarla él mismo, como realmente lo hizo. El 17 de junio de 1863, William contrajo matrimonio con Lucinda, la hija de Andrew Miller, que era el encargado de La Caledonia, por cuenta de su hermano John. Los recién casados fueron a vivir primero al Totoral pero en 1869 se mudaron a La Caledonia, que William había vuelto a comprar para su mujer, veinte años después que la viuda de John Miller la hubiese vendido. La estancia permaneció en manos de la familia Mac Clymont durante casi otro siglo. Según relatos y fotografías de la época, William Mc Clymont era alto y bien parecido, con ojos azules de penetrante mirada, de cabello y barba rojos. Al igual que sus antepasados escoceses, poseía espíritu de pionero. Llegó a ser conocido como un hábil ganadero y amasó una considerable riqueza, incluso varias estancias. Dentro de la comunidad escocesa fue respetado por su noble carácter, y su esposa se refería a él, como hombre de profunda fe religiosa. Para la gente de Cañuelas, Mc Clymont constituía una figura familiar, que gustaba cabalgar vigilando sus tierras, con sus largas piernas asomando bajo la monta de su caballo. Su generosidad para con los necesitados le valieron ser localmente reconocido como “el padre de los pobres”. Tenía un carácter aventurero, amante de las carreras cuadreras y comprometido en la política vecinal, cosa que todo habitante de origen británico trataba de evitar y así fue que en 1874 colaboró con la campaña del general Mitre, hasta el punto de enviarle un grupo de peones armados con lanzas de tacuaras y tijeras de esquilar. Luego de la derrota de Mitre, Mc Clymont fue a prisión, por razones políticas, durante varios meses. Más tarde su suerte cambió al darle su apoyo al general Roca, y fue recompensado con el obsequio de una magnífica montura de plata que perteneció a la familia hasta que fue donada al Príncipe de Gales, cincuenta años después. Hacia 1883, la Argentina había alcanzado cierta estabilidad política, la cual promovió un período de paz y prosperidad. Por entonces William contaba con 48 años y vivía con holgura en su muy segura y recientemente modernizada estancia La Caledonia. Dos acontecimientos interrumpieron su pacífica vida. Primero, una larga serie de días de lluvia inundaron su campo hasta el punto de que muchas ovejas murieron ahogadas. Ocurrió luego que el Gobierno ofrecía en venta, por un precio irrisorio, grandes lotes de campo “libres de indios” en los nuevos Territorios Nacionales.


Mc Clymont respondió de inmediato, hipotecó sus estancias y compró 50.000 hectáreas de campo en Luan Lauquen. Se trataba de una inversión con futuro, puesto que el ferrocarril ya llegaba hasta 9 de Julio, y se proyectaba su extensión hasta Trenque Lauquen. En poco tiempo la inquietud de Mc Clymont lo condujo a la tragedia. Sin tomar en cuenta el consejo de sus amigos, no quiso esperar a que sus dos hijos mayores regresaran de Escocia, donde se hallaban estudiando, y decidió partir solo hacia el oeste para asentar en su nueva propiedad 10.000 cabezas de ganado. Ante rumores que la zona no estaba totalmente libre de indios, Mc Clymont resolvió pedir ayuda militar al presidente Roca pero éste lo rechazó con el argumento de que no estaba dispuesto a dispersar soldados en cada establecimiento de frontera. Resolvió entonces Mc Clymont tomar un grupo de hombres, entre ellos al capataz escocés Alexander Mc Phail, compañero de estancia Andrew y nueve o diez peones, todos ligeramente armados. Desde la terminal del ferrocarril en 9 de Julio, viajaron hacia el oeste con el ganado y carros de bueyes llenos de provisiones y postes de alambrado. Pasaron a través del más avanzado establecimiento civilizado, hacia el oeste: Trenque Lauquen, y se adentraron en la actual provincia de La Pampa. La mayoría de ellos no regresaría jamás. Pocos días después, uno de los peones de Mc Clymont regresó a Trenque Lauquen porque se había herido, involuntariamente, con un cuchillo. Contó que los demás estaban bien y trabajando en el oeste conforme lo habían decidido. Pero la noche del 21 de abril, regresaron otros dos peones, Oriza y Urquiza, esta vez con alarmantes noticias. Informaron al comisario Sustaita que Mc Clymont y su gente habían chocado con un grupo de indios y estaban en peligro. El día anterior, a las 7 de la mañana, Mc Clymont y sus hombres habían llegado a un despoblado a unos 20 kilómetros al oeste de su punto de destino, Luan Lauquen, cuando avistaron una tropilla de caballos y se detuvieron. Observaron que dos indios, casi desnudos, corrían a esconderse en un bosque. Fueron perseguidos por el grupo que estaba conformado por unos cincuenta hombres, la mayoría indios, y entre ellos dos desertores del Ejército. Se inició entre ellos una violenta lucha; la gente de Mc Clymont estaba armada y a caballo, mientras que sus adversarios estaban de a pie. Los soldados desertores portaban rifles Remington y los indios tenían sólo lanzas, que de a pie no podían utilizar eficientemente. No fue, por lo tanto, una sorpresa que al principio de la lucha resultase favorable a Mc Clymond, hasta que el peón que guardaba los caballos, equivocadamente, los dejó ir al lugar de la pelea. En aquél momento un grupo de unos doce indios tuvo éxito en apoderarse de sus propios caballos. En vista de ello, Mc Clymont dio orden de abandonar la refriega y ponerse al galope hacia Trenque Lauquen, perseguidos por los indios con sus caballos descansados, mientras que los de Mc Clymont pronto comenzaron a sentir el cansancio. Alexander Mc Phail era un hombre muy pesado y su caballo fue el primero en aplastarse. Por un tiempo Mc Phail pudo correr al lado del caballo de Mc Clymont, sujetándose de la silla, pero pronto se cansó y rogaba que se lo abandonase a su suerte. Ese pedido era para permitir que los demás tuviesen mayor oportunidad de escapar.


Mc Clymont no lo quiso así; ordenó a sus hombres que desmontasen, a excepción de los dos que fueron enviados a Trenque Lauquen en busca de ayuda. Los nueve restantes, pusieron sus caballos en círculo y los mataron para poder ponerse, aunque precariamente, a cubierto detrás de ellos. Los indios cargaban sobre el grupo cuando los dos que salieron en busca de ayuda los vieron por última vez. Habiendo escuchado estas noticias, el comisario Sustaita reunió a su gente, pero se dio cuenta de que eran muy pocos para intentar un rescate. No había tropa en Trenque Lauquen, sino sólo algunos voluntarios, encabezados por un noble alemán (Carlos Kienast), que decidieron unirse a la gente del comisario Sustaita. Se reunió, entonces, una tropa de 18 hombres, fuertes y bien armados, que de a caballo se dirigieron hacia Luan Lauquen. Entre tanto, se informó por telegrama a Buenos Aires de la lucha que se estaba librando y también se anotició de los sucesos a Lucinda, la esposa de Mc Clymont, quien le rogó al presidente Roca que hiciera todo lo posible para ayudar a su marido y a su gente. Al estar, en aquel tiempo, la mayoría de los puestos militares de frontera fuera del alcance del telégrafo, se despacharon mensajeros que llegaron el 24 de abril, cuatro días después de papelea, a los fuertes Coronel Campos y General Acha, con las órdenes de actuar. Se envió al mayor Méndez con 50 hombres del Primer Regimiento al lugar de la lucha, mientras, por otra parte, se le ordenó al mayor Alba ir con otros 50 soldados del Primer Batallón hacia el oeste, para cortar la retirada de los indios. Cuando el mayor Méndez llega a Luan Lauquen, se encontró con que el comisario Sustaita había llegado, el 23 de abril, demasiado tarde para el rescate. William Mc Clymont, Alexander Mc Phail, Andrew Purvis y cuatro peones habían sido muertos en manos de los indios. Mc Clymont tenía seis terribles heridas de lanza; Purvis tenía una bala en el hombro derecho y luego había recibido muerte con las lanzas. La policía los enterró a todos en el lugar y regresó a Trenque Lauquen. Aparentemente los indios se habían retirado hacia las colinas conocidas como de Pincén, en recuerdo del cacique de ese nombre, llevándose con ellos 100 caballos de Mc Clymont. Fueron perseguidos por el mayor Alba y por 10 hombres del Primer Regimiento, bajo las órdenes del alférez Lucero, que estaba de regreso hacia el este de Victorica. La tropa alcanzó a los indios en su huida y, en esa oportunidad, se veían sobrepasados en número. Hubo una serie de encuentros, durante los cuales muchos de los indios fueron muertos. El cuñado de William Mc Claymont, Alexander Miller, y el hermano de Andrew Purvis, salieron hacia el oeste a recobrar los cadáveres. Mc Clymont fue fácilmente identificado por el oro con que tenía arreglado sus dientes. Sus restos, juntamente con los de Purvis y Mc Phail fueron trasladados a Buenos Aires y se les dio de nuevo sepultura en una gran ceremonia que tuvo lugar el 20 de mayo en el viejo Cementerio Británico de la calle de la Victoria. El acta de defunción señala lacónicamente: “causa de muerte: matado por los indios”. La lápida de William Mc Clymont, ahora en el Cementerio de la Chacarita, tiene el siguiente epitafio: “In Memoriam del Sr. Mc Clymont. Murió el 20 de abril de 1883, a la edad de 48 años. Las almas de los justos están en las manos de Dios, en ellas


el mal no les tocará” (traducido del inglés); la de Mc Phail es más explícita: “Consagrado en memoria de Alejandro Mc Phail, oriundo de Mull Agyleshire, Scotland, que fue muerto por los indios en Luan Lauquen, el 20 de abril de 1883, a la edad de 40 años”. Se agregó “… No tengáis miedo, Soy yo (también traducido del inglés). ¿Fueron realmente los indios los que los mataron? Había quienes tenían dudas sobre esta cuestión y conviene recordar que inmediatamente después de la tragedia, corrieron rumores que los asesinos de Mc Clymont y sus hombres no fueron los indios sino forajidos o “gauchos malos”. Se ha señalado que grupos numerosos de indios no podían haber sobrevivido luego de las campañas al desierto. En contra de esa sospecha se erigen los telegramas oficiales de las autoridades policiales y militares que siempre señalan a los indios como autores de los asesinatos y que, por cierto, no beneficiaba a un gobierno sumido en tantos problemas. Por otra parte, los líderes de las pandillas indias se identificaron como capitanejos Brejo, Peines, Grandicuin y Nelipan. No hay testimonios de que esos indios vivieran en el área, sino más bien debe suponerse que estuviesen cruzando el desierto provenientes de las estribaciones de los Andes o aun de Chile. Otras redadas de indios fueron citadas en 1883 y existe un informe excelente realizado por un viajero norteamericano llamado Newbery, titulado “Pampas Grass” y editado por Guarania en 1953. Hubiera sido o no responsabilidad de los indios, la batalla de Luan Lauquen fue sin duda la última y mayor de las ocurridas en el oeste de la Argentina y determinó que las autoridades incrementasen la actividad militar y extendiesen la red telegráfica. Poco después el ferrocarril alcanzó el “lejano oeste”, y el territorio quedó totalmente poblado. En ese sentido, la tragedia de Luan Lauquen sirvió a otro propósito. En noviembre de 1981, la ciudad de Santa Rosa, capital de la provincia de La Pampa, perpetuó la memoria del incidente con la designación de una de sus calles con el nombre de Guillermo Mc Clymont. Fuente Cobbol, Petter (familiar de Mac Clymont) Mayo, José F. – Un titán del desierto, Gral. Conrado E. Villegas Colaboración Patricia Cabeza Miró – Trenque Lauquen.


21 de Abril

Francisco Sierra

Fotografía de Francisco Sierra (1831­1891)

Francisco “Pancho” Sierra, nació en Salto (Pcia. de Buenos Aires), el 21 de abril de 1831, fecha que no se ha podido confirmar con documentos. Era el hijo del primer matrimonio del español Francisco Sierra con Raimunda Ulloa, familia acomodada del norte bonaerense. Fueron sus hermanos: Enrique, Adolfo, Justo, Toribia y Carlota. Al fallecer Raimunda, Francisco Sierra se volvió a casar con Raimunda Báez. Sus padres lo trajeron a Buenos Aires para realizar los estudios de bachillerato, y se dice que también cursó varios años en la Facultad de Medicina. Así lo afirmó en alguna oportunidad el Dr. Adolfo M. Sierra, su sobrino. (1) Parece ser que, en tiempos que residía en Buenos Aires, el joven Pancho Sierra tuvo que experimentar un fracaso sentimental, que torció el rumbo de su existencia. Se da hasta el nombre de la muchacha: Nemesia Sierra, que era prima suya. Lo cierto es que súbitamente desapareció de la Capital y se instaló en el campo, en la heredad “El Porvenir”, entre Carabelas y Colón. Hacia 1872 se inició una etapa de su vida dedicada “a servir constantemente a cuantos me necesitaron”, según sus propias palabras. Lo hizo cobijando en sus campos a gente pobre, repartiendo dinero y curando enfermos durante casi 20 años. “El Censor”, en su edición del 19 de setiembre de 1886, publicó una valiosa información sobre Francisco Sierra, constituida por una semblanza del mismo y por la entusiasta proclama que dirigió a sus amigos, incitándolos a trabajar por la candidatura de Máximo Paz, quien al mes siguiente, visitó Pergamino en gira preelectoral. La proclama de Sierra venía certificada por Rafael Hernández, delegado del Comité Central del partido, y otros más para demostrar que el documento era auténtico y reflejaba realmente la palabra del caudillo. Aparte de esa incursión política, el mito del personaje comenzó a crecer en vida, alimentando por curaciones que, en el concepto popular, eran milagrosas. Muchas personas que fueron desahuciadas por los médicos habían sido curadas por Pancho Sierra, entre ellos, los acaudalados estancieros Ortiz Basualdo, Roberto Cano y otros más.


Cosme Mariño (1) en una de sus crónicas cuenta cómo curaba Sierra en su estancia de El Porvenir: “Hemos presenciado la romería permanente de enfermos de toda clase que acudían a caballo, en charret, coches y sulkys. Hemos visto de paso su manera de curar, generalmente con agua magnetizada o por medio de la sugestión. Pocas veces lo hacía por imposición de las manos pues por lo general ya conocía desde que el enfermo detenía su carruaje cuál era su mal, así he visto el caso que a un enfermo paralítico le dijera desde su casa: ­¡Bájese amigo y acérquese! ­Señor –contestó un pariente del enfermo­ ¡es que no puede caminar! ­Pero ¿a qué ha venido? ­A que usted lo cure, señor. ­Bueno, si quiere que lo cure obedezca y venga caminando ¡Bájese, paisano, y arrímese! ­¡Es que no puedo, señor! ­Si… Yo se que puede… haga un esfuerzo y verá”. No es menester continuar. El tullido caminó, igual que el paralítico del Evangelio. No por intervención de la mediumnidad curativa sino de fuerzas naturales que algunas personas poseen y desarrollan. Agua magnetizada, sugestión e imposición de las manos: tales eran los recursos de Pancho Sierra. Hoy podemos decir: hipnosis, psicoterapia inconsciente, por medio de virtudes naturales. Un acto de comunicación espiritual entre médico y paciente, como diría el Dr. Walter Bräutigam de Heidelberg. La hidroterapia, por su parte hizo muchos prosélitos en nuestro país durante la segunda mitad del siglo XIX. Aparecieron muchos “médicos del agua fría”, discípulos a veces bastardos de aquel campesino austríaco llamado Vincent Priessnitz. El caudillo oriental Aparicio Saravia tuvo fama de curar por medio de agua fría. Pancho Sierra también practicaba la hidroterapia. Pero seguramente como un elemento inconsciente más de la psicoterapia. Como recurso subordinado, digamos. Las principales curaciones de Sierra se refieren a casos de tullidos. Al escribirlo no podemos dejar de recordar las discutidas curaciones de Jaime Press. La ciencia, por lo pronto, ha establecido la existencia de enfermedades –por ejemplo, tortícolis espástica­ en cuya aparición intervienen alteraciones orgánicas en la esfera de lo corporal y conflictos o traumas en la esfera psíquica (Bräutingam). En su terapia se produce una relación a la vez anímica y corporal. En 1890, Pancho Sierra se casó con Leonor Fernández, de 16 años, sobrina nieta, en la iglesia “San Francisco de Asís” de Rojas; de este matrimonio nació una hija póstuma Laura Pai que se radicó en la Plata. Falleció el 4 de diciembre de 1891. Su sepulcro se encuentra en el cementerio de Salto, lugar de peregrinación de sus fieles. Dos semanas después, en la sección “Publicaciones Varias” del diario “La Prensa” de Buenos Aires, apareció un suelto recordándolo. En él se proyectaba la realización de un homenaje de los espiritistas para depositar una corona blanca, ceremonia que se llevó a cabo el 15 de marzo de 1892, fue el primer acto de glorificación póstuma del personaje. Ese fue el punto de partida para la evolución posterior de dicha glorificación. Posteriormente aparecieron numerosas publicaciones que difundieron la efigie y los prodigios del benefactor bonaerense.


Contó entre sus amistades las de Adolfo Alsina, Rafael Hernández, Máximo Paz y el general Roca. Cosme Mariño dijo que: “La mayoría de los que se titulan discípulos de Pancho Sierra no son tales, sino simples explotadores, gentes sin oficio, que sólo se proponen vivir a costa de la credulidad general”. A su fama de hombre de profunda virtud curativa se agregó la de ser un improvisador afortunado en el arte de payar. Poseía el don del canto, y no eludió la ocasión en demostrarlo. De sus contrapuntos solamente han quedado el recuerdo, porque de ellos no se tomaron versiones que pudieran ofrecer elementos para una valoración acertada. Era de rostro blanco, facciones aristocráticas, nariz aguileña y ojos azules. Su barba y cabellos prolongados y abundantes, enteramente blancos, le daban un parecido al poeta Guido y Spano. Fermín Chaves como otros historiadores e investigadores consideran que el Pancho Sierra no fue en vida un practicante del espiritismo y que su imagen espiritista es exterior y ajena a su personalidad y quizá posterior a su muerte, “sería espiritista por atribución”. Refer encias (1) El Dr. Adolfo M. Sierra nació en Pergamino en 1883 y murió en Buenos Aires en 1963. Se había graduado de médico en 1910 con la tesis “Sobre un medicamento: el pyramidón”, que se conserva en la Colección Candioti de la Biblioteca Nacional. Se especializó en psiquiatría y psicología y fue durante veinte años médico del Hospicio de las Mercedes. Ejerció las cátedras de psicología y de lógica en el Colegio Militar de la Nación, y de psicología experimental en el Instituto Nacional del Profesorado de Buenos Aires, cátedra en la que sucedió a José Ingenieros. (2) Cosme Mariño (1847­1927) periodista, primer director del diario La Prensa. Fue el fundador de la revista Constancia y autor del libro “El espiritismo en la Argentina”, que trata del espiritismo en nuestro país desde sus orígenes en 1879 hasta 1924. Fue el introductor, junto al masón Rafael Hernández, del Espiritismo Kardeciano en nuestro país; dicha corriente filosófica fue desarrollada, en Argentina, por la “Sociedad Teosófica Argentina”, relacionada estrechamente con la Masonería de la época. Fuente Chávez, Fermín – Pancho Sierra, en la leyenda y en la historia. Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino – Buenos Aires (1985). Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado Todo es Historia, Año 1, Nº 5, Buenos Aires, setiembre de 1967.


22 de Abril

Batalla de San Roque

La batalla de San Roque se libró el 22 de abril de 1829 en el valle que hoy cubre las aguas del lago, en la actual localidad de Villa Carlos Paz

Entre los años 1828 y 1862, en intentos enfrentados por organizar definitivamente al país, las fuerzas políticas más importantes se alinearon en dos grandes corrientes: unitarios y federales. Unos, pretendían organizar un gobierno central que ejerciera el control de Buenos Aires por sobre el resto del país. Los otros, buscaban defender los intereses del interior y obtener una cierta autonomía por parte de las provincias, basándose, fundamentalmente, en la diferente índole, intereses y necesidades de los habitantes del interior, y teniendo en cuenta las grandes distancias y la casi inexistencia de comunicaciones entre Buenos Aires y las principales ciudades. Este complejo panorama debe tenerse en cuenta especialmente, a fin de dimensionar de manera conveniente, una y otra postura política. Los dirigentes federales, con distintas modalidades en su accionar político, se aproximaban mucho más que los unitarios a la verdad histórica y política de los pueblos a los que representaban. Mientras tanto, en la ciudad­puerto de Buenos Aires, las miradas estaban orientadas hacia intereses fundamentalmente de origen mercantilista, radicados en Europa. En el interior se vivía la realidad de cada ciudad o pueblo, muchas veces más cercana a intereses económicos y de desarrollo locales, con soluciones menos onerosas en lo político y económico que las que pretendía Buenos Aires. Los protagonistas de estos enfrentamientos serían el Brigadier General Rosas, el Brigadier General Urquiza, el General Facundo Quiroga, el General Mitre, el General Lavalle, el General Paz, el General Viamonte y el General Balcarce. En 1828, desaparecido el poder central (fin del Congreso Nacional y del sistema presidencial, y fracaso de la Constitución de 1826), los unitarios comprometieron en su lucha a las tropas que regresaban del Uruguay al mando de Lavalle y Paz, entre otros. El 1º de diciembre de 1828, estalló la revolución en Buenos Aires, encabezada por Lavalle, quien se proclamó gobernador. Dorrego abandonó la ciudad y fue derrotado en Navarro, el 9 de diciembre de 1828. Posteriormente, el 13 de diciembre, fue fusilado. En enero de 1829, llegó el resto de las tropas al mando del General Paz, quien se unió a Lavalle, y juntos trazaron un ambicioso plan. El General Paz decidió actuar sobre Córdoba, y el 22 de abril de 1829 con una fuerza de alrededor de 1.000 hombres, venció


a su gobernador –general Juan Bautista Bustos­ en San Roque. La batalla de San Roque se libró en el valle que hoy cubren las aguas del lago, en la actual localidad de Villa Carlos Paz. Esta victoria le dio una sólida adhesión de las provincias de Tucumán y Salta. Luego, enfrentó a Facundo Quiroga ­Comandante de Armas de La Rioja­, y obtuvo los triunfos de La Tablada (22 de junio de 1829) y de Oncativo (25 de febrero de 1830). Por otro lado, los ejércitos del General Lavalle y del Coronel Rosas, defensor del federalismo, combatían en Puente de Márquez, el 26 de abril de 1829. En esta ocasión, Lavalle fue derrotado. Mediante la Convención de Cañuelas, el 24 de junio de 1829 ­suscripta entre Juan Lavalle, Gobernador de la Provincia de Buenos Aires, y Juan Manuel de Rosas, Comandante General de la Campaña­, se fijó la elección de una nueva Junta de Representantes, la cual elegiría al gobernador. Este hecho no se cumplió, y el 24 de agosto se firmó la Convención de Barracas, por la que se designaba a Juan José Viamonte como gobernador provisorio. Este restauró la Legislatura que funcionaba en la época de Dorrego, y eligió gobernador a Juan Manuel de Rosas, otorgándole facultades extraordinarias para ejercer el poder. Fuente Apuntes de Historia Argentina III del Colegio Militar de la Nación, Año 1973. Floria, Carlos Alberto y García Belsunce, César – Historia de los Argentinos, Buenos Aires, 1994. Revista del Suboficial – Acontecimientos acaecidos entre 1828 y 1835. Servicio Histórico del Ejército, Síntesis de las Guerras y Campañas del Ejército Argentino, 1810­1930. Turone, Gabriel O. – El Combate de San Roque


22 de Abril

José Zeballos

Tcnl José Zeballos (1806­1867)

Nació en Buenos Aires en 1806, siendo sus padres José Zoilo Zeballos y Joaquina López, porteños. Inició su carrera de soldado en marzo de 1830, en calidad de subteniente del Regimiento “Patricios de Buenos Aires”, ascendiendo en noviembre del mismo año a teniente 2º. En febrero de 1831 pasó con un destacamento de su cuerpo de guarnición a la isla Martín García, permaneciendo allí hasta mitad de aquel año. En abril de 1832 fue promovido a teniente 1º; a capitán de milicias el 10 de noviembre de 1837; y a ayudante mayor de línea el 3 de octubre de 1838. El 19 de junio de 1839 fue graduado capitán del Regimiento Nº 1 “Patricios de Infantería”, mandado por el general Celestino Vidal, cuerpo que el 1º de enero de 1840 pasó a llamarse Batallón 1º de Infantería, permaneciendo siempre de guarnición en Buenos Aires, hasta el 22 de julio de 1845, en que dicho cuerpo, comandado por el coronel Ramón Rodríguez, marchó a Santos Lugares, y en octubre del mismo año, siguió para tomar parte en la campaña del Paraná, asistiendo el 20 de noviembre al combate sostenido en la Vuelta de Obligado contra las naves franco­británicas, jornada donde se combatió rudamente y en la que Zeballos fue herido de gravedad. Se halló, igualmente, en las demás acciones sostenidas por las tropas federales contra buques anglo­franceses; en el Quebracho, al paso del convoy enemigo aguas arriba, el que tuvo una duración de seis horas, el 16 de enero de 1846; segundo tiroteo en el mismo punto, contra el vapor inglés “Harpy”, el 11 de mayo del mismo año; y finalmente combate general del Quebracho, el 4 de junio de igual año, que duró más de tres horas, contra la escuadra anglo­francesa, constituida por 7 vapores y 5 buques a vela, que convoyaban 95 buques mercantes, aguas abajo, y de los que 4 quedaron varados frente a aquel paso. Pos su participación en estos gloriosos hechos de armas, Zeballos recibió la efectividad de capitán de la 2ª compañía el 15 de julio de 1846. Regresó a Buenos Aires de aquella campaña el 23 de setiembre de 1849, y en setiembre de 1851 pasó al batallón “Guardia Argentina” mandado por Ramón Rodríguez, y después de Caseros se incorporó al ejército de Urquiza, siendo promovido a sargento mayor de infantería, el 22 de junio de 1852, habiendo sido disuelto en el mes de marzo el batallón “Guardia Argentina”. Se halló en el pronunciamiento del 11 de setiembre de aquel año, como sargento mayor del Batallón “Federación”, que mandaba el coronel Matías Rivero, habiendo marchado hasta el Puente de Márquez en persecución de las fuerzas del general Galán. El 12 de noviembre del mismo año fue disuelto aquel


batallón y el mayor Zeballos fue destinado a la Mesa de Infantería, de la Inspección General de Armas, en reemplazo del coronel Felipe López, puesto en el que permaneció durante el sitio sufrido por esta Capital, desde diciembre de 1852 al 13 de julio de 1853. El 5 de noviembre de este último año pasó en su clase, al Batallón 4º de Guardias Nacionales, que mandaba el coronel Domingo Sosa, donde permaneció hasta el 22 de febrero de 1858, en que pasó a la P. M. I. El 17 de junio de 1859 fue destinado a la P. M. A., pasando a la Inspección General de Armas, por segunda vez, yen enero de 1861, a la 6ª División del G. M. El 23 de diciembre de 1864 fue ascendido a teniente coronel graduado, siguiendo en el anterior destino hasta su fallecimiento ocurrido en Buenos Aires el 22 de abril de 1867, a la edad de 61 años. Había contraído enlace en esta ciudad, el 8 de enero de 1862 con Matilde Mejías, de 25 años, porteña, hija de Rudecindo Mejías y Anastasia Valdivieso, porteños; la que falleció el 15 de febrero de 1903. Fuente Yaben, Jacinto R. – Biografías argentinas y sudamericanas – Buenos Aires (1939)


23 de Abril

Giacomo Bove

Giacomo Bove (1852­1887)

Nació en Maranzona, cerca de Acqui (Piamonte), el 23 de abril de 1852. Desde pequeño ingresó como alumno aspirante en la Academia Naval de Nápoles, de donde egresó guardiamarina el 25 de setiembre de 1872. Embarcado en el “Governolo” visitó entre los años de 1873 y 1874, Singapur, China y Japón. Después formó parte de los estados mayores de las naves: “María Adelaida”, “Caracciolo” y “Doria”, con los grados sucesivos de subteniente y teniente. Con el ingeniero Giordano hizo más tarde una exploración a Borneo y luego a Filipinas. A bordo del “Washington” participó en la campaña hidrográfica para el relevamiento de las costas de Sicilia y Calabria. En 1878, el gobierno sueco, a instancias del comendador Cristóbal Negri, presidente de la Sociedad Geográfica Italiana y geógrafo insigne, consintió en que un oficial de la Marina Italiana se incorporara a la expedición ártica de Otto Nordenskjöldm y Bove se embarcó después de haber triunfado en un concurso de catorce participantes, abierto para elegir el que debía gozar tal privilegio. La nave de la expedición se llama “Vega” y partió de Karlskrone el 26 de junio de ese año; el joven oficial italiano fue el autor de la carta general de navegación de Tromsö a Yokohama, así como de otras parciales, y de la estación de invierno de la Vega, que duró 294 días en las costas de Siberia. Bove efectuó allí hermosas colecciones de organismos marinos y de objetos de interés etnográfico para los museos italianos y suecos. Su regreso a Italia fue triunfal; y se saludó en él, el resurgimiento de la vieja tradición marina de los italianos. Dio en Roma una conferencia en el teatro “Alhambra”, en febrero de 1880, sobre los resultados del viaje ártico, y en el mismo acto expuso su proyecto de exploración a los mares y tierras antárticas, hecho en colaboración con el comendador Negri. Sus informes de aquel viaje, dirigidos a la Sociedad Geográfica y al Ministerio de Marina son documentos de suma importancia para los conocimientos geográficos de aquella época, y lo fueron los viajes posteriores. Bove realizó el afortunado viaje polar ártico del barón Nordenskjöld y Pallander (1878­ 79), que halló el famoso paso del nordeste, que tanto preocupaba a los geógrafos. El teniente Bove partió de Génova el 3 de setiembre de 1881 para realizar la expedición a las tierras australes, con el ánimo deprimido, pues no había conseguido de su patria todo el apoyo que esperaba; había hecho un viaje previo a nuestro país a fines de abril,


para convenir en Buenos Aires los preliminares de la expedición. En 1881, llegó a la Argentina precedido de justa fama, para realizar la tan ansiada expedición a las tierras y mares australes en el “Cabo de Hornos”, puesto bajo el mando del bravo comandante Luis Piedrabuena, y con el patrocinio del Instituto Geográfico Argentino que financió el viaje en representación del gobierno nacional. Además del teniente Bove, jefe científico de la expedición, y de Carlos Spegazzini, botánico y representante de la Universidad de Buenos Aires, participaron en el viaje los hombres de ciencia doctores Domingo Lovisato (geólogo), Decio Vinciguerra (zoólogo) y el teniente Juan Roncagli (geógrafo), secretario de Bove y dibujante de la Comisión. La expedición partió de Buenos Aires, el 18 de diciembre de 1881, dirigiéndose primeramente a la Isla de los Estados, y después al Estrecho de Magallanes. Luego la expedición se fraccionó, pasando Bove con Spegazzini y Lovisato, a la goleta “San José” con la que pudieron navegar por los difíciles y angostos canales fueguinos alcanzando el Canal de Beagle, pero naufragando después de luchas inenarrables en la Bahía Slogget, el 31 de mayo de 1882. En razón de esos viajes, estableció los derechos de la soberanía argentina en la Antártida. Más tarde fueron recogidos por el cúter de las Misiones Inglesas “Allen Gardiner”, a bordo del cual regresaron a Punta Arenas, haciendo escala en Ushuaia. Exploraron además, las costas del norte de Tierra del Fuego, alcanzando Río Gallegos, y por fin, Santa Cruz donde se encontraba el teniente Roncagli y la “Cabo de Hornos”, que condujo a los expedicionarios de regreso a Buenos Aires, desembarcando el 1º de setiembre de 1882. Los resultados de la expedición Bove fueron expuestos en Buenos Aires, en acto público patrocinado por el Instituto Geográfico que se realizó el 27 de setiembre de 1882, presidido por el doctor Estanislao S. Zeballos, y dedicado al doctor Ladislao Netto, director del Museo Nacional de Río de Janeiro. En 1883, Bove exploró el territorio de Misiones, remontando el Alto Paraná hasta el Salto de Guayra; partió de Buenos Aires, el 20 de setiembre, y regresó a principios del año siguiente; fue su compañera de viaje, la señora Luisa Bruzzone, viuda del príncipe Iaworka. Con cartas, artículos en los diarios y un libro magníficamente ilustrado “Note di un viaggio nelle Misione ed Alto Paraná”, que apareció en 1885, Bove realizó una intensa propaganda para la colonización de aquel territorio con inmigración italiana, no teniendo mayor éxito en sus gestiones. De regreso a Italia fue encargado por el gobierno, a fines de 1885, de una misión al río Congo y sus territorios adyacentes, acompañado por el profesor Strassano y el capitán Fabrello, llegando el 18 de enero de 1886, a las bocas del gran río. Italia debe a la información proporcionada por Bove, el no haberse embarcado en costosa empresa de conquista de aquellas tierras africanas. El 1º de enero de 1887, dimitió Bove su grado de capitán ante el ministro de Marina, y casi inmediatamente, fue encargado de la Dirección General de la Compañía de Navegación “La Veloce”, especialmente en lo que se refería al fomento de la línea al Río de la Plata. Mas, en su viaje al Congo había contraído una enfermedad nerviosa que lo atormentaba y perturbaba grandemente su función digestiva con todas sus consecuencias, y no pudiendo sobrellevar tanto sufrimiento, a pesar de las tentativas de cura, puso fin a su vida, en Verona, el 9 de agosto de 1887, a los 35 años de edad.


Bove amaba a nuestro país, estaba profundamente convencido de que la prosperidad argentina era un bien para Italia, y que en ninguna región de la tierra el obrero italiano podía hallar tantas condiciones favorables para el trabajo como la que brindábamos. En este sentido, realizó una activa propaganda e instó a su amigo Edmundo De Amicis, para que visitara estas tierras y escribiera sobre ellas. Bove fue muy querido por cuantos le conocieron. Tenía un físico atrayente y un carácter afable y bondadoso; era simultáneamente, un hombre de mundo y un hombre de ciencia. El general Julio A. Roca, presidente de la república entre los años 1880­86, lo distinguió mucho y lo ayudó en sus empresas, y lo mismo hicieron el general Mitre y el Dr. Guillermo Rawson. Un monte y un glaciar de aquellas lejanas regiones perpetúa su memoria. Fuente Cutolo, Vicente Osvaldo – Nuevo Diccionario Biográfico Argentino – Buenos Aires (1985). Efemérides – Patricios de Vuelta de Obligado Scarrone, Maria Teresa – Curadora del museo y presidenta de la asociación “Giacomo Bove & Maranzana”. Sergi, Jorge F. – Historia de los Italianos en la Argentina, Buenos Aires (1940).


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