REVOLUCIÓN FRANCESA (DOCUMENTOS)


Es sabido que Napoleón entendía el arte como instrumento de propaganda política y de sí mismo.

David quiso expresar con lealtad los grandes objetivos de Napoleón.
En este caso
David ha representado la mentira iconográfica. Se conmemora el triunfo de las tropas imperiales de 1800 en Marengo. Era una batalla contra el imperio austríaco. No fue tan grande el triunfo ya que la batalla fue muy cruel y hubo muchísimas bajas debido a las numerosas muertes. Napoleón fue el culpable de muchos de los desastres, su inoperancia quedó patente, pero, gracias a sus generales no se llegó a la desgracia absoluta. Napoleón para engrandecerse quiso que David lo representara triunfante sobre un corcel agitado que representara la revolución, mientras él como sereno jinete, personificara la paz. Napoleón quiso mitificarse al modo de los antiguos héroes clásicos, tales como Carlo Magno o Aníbal. El nombre de éste último aparece escrito debajo del de «Bonaparte» en una roca del ángulo inferior izquierdo de la composición. David representa a Napoleón con los atributos de los antiguos monarcas. Le capta en el momento en que se dispone a subir las rocas del monte de S.Bernardo en un brioso corcel. Se sabe que Napoleón pasó los Alpes sobre un pobre burro, en cambio, él quiso representarse a lomos de un caballo árabe de origen español que le había regalado Carlos IV. Se llamaba El Jornalero y era un pura sangre blanco.
DOCUMENTOS

1. Abolición del régimen feudal.
2. Declaración de Derechos del Hombre y el Ciudadano.
3. El Imperio de Napoleón.
4. El bloqueo continental. 1806
5. Declaración de Derechos del Hombre y el Ciudadano.
6. Consideraciones sobre Francia.
7. Definición del modelo revolucionario
8. El Congreso de Viena, 1814-1815
9. Nacionalidad contra legitimidad

1. Abolición del régimen feudal.

Art. 1. La Asamblea Nacional suprime enteramente el régimen feudal y decreta que los derechos y deberes, tanto feudales como censales,… la servidumbre personal y los que los representan, son abolidos sin indemnización, y todos los demás declarados redimibles, y que el precio y el modo de la redención serán fijados por la Asamblea NacionalArt. 3. El derecho de caza y coto abierto queda de igual forma abolido…

Art. 4. Todas las justicias señoriales son suprimidas sin ninguna indemnización..

Art. 5. Los diezmos de cualquier tipo y los censos a que dieran lugar bajo cualquier denominación con que sean conocidos y percibidos, incluso por abono, poseídos por los cuerpos regulares y seculares, como sus beneficios, los edificios y todo tipo de manos muertas, incluso de la Orden de Malta y otras órdenes religiosas y militares…, serán abolidos.

Art. 7. La justicia será gratuita (…)

Art. 11. Todos los ciudadanos, sin distinción de nacimiento, podrán ser admitidos a todos los empleos y dignidades eclesiásticas, civiles y militares, y ninguna profesión útil reportará deshonra.
Decreto del 4 de agosto1789de la Asamblea Nacional Francesa.

2. Declaración de Derechos del Hombre y el Ciudadano.

«Los representantes del pueblo francés, constituidos en Asamblea Nacional, considerando que la ignorancia, el olvido o el desprecio de los derechos del hombre son las únicas causas de las desgracias públicas y de la corrupción de los gobiernos, han resuelto exponer, en una declaración solemne, los derechos naturales, inalienables y sagrados del hombre, para que esta declaración, constantemente presente a todos los miembros del cuerpo social, les recuerde sin cesar sus derechos y sus deberes; para que los actos del poder legislativo y los del poder ejecutivo, pudiendo en cada instante ser comparados con el objetivo de toda institución política, sean más respetados; para que las reclamaciones de los ciudadanos, fundadas desde ahora sobre principios simples e indiscutibles, redunden siempre en el mantenimiento de la Constitución y en la felicidad de todos. En consecuencia, la Asamblea Nacional reconoce y declara, en presencia y bajo los auspicios del ser Supremo, los siguientes derechos del hombre y del ciudadano:Artículo 1. Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales no pueden fundarse más que sobre la utilidad común.

Artículo 2. El objetivo de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre. Estos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión.

Artículo 3. El principio de toda soberanía reside esencialmente en la Nación. Ningún cuerpo ni individuo puede ejercer autoridad que no emane expresamente de ella.

Artículo 4. La libertad consiste en poder hacer todo aquello que no dañe a un tercero; por tanto, el ejercicio de los derechos naturales de cada hombre no tiene otros límites que los que aseguren a los demás miembros de la sociedad el disfrute de estos mismos derechos. Estos límites no pueden ser determinados más que por la ley.

Artículo 5. La ley no tiene derecho de prohibir más que las acciones nocivas a la sociedad. Todo lo que no está prohibido por la ley, no puede ser impedido, y nadie puede ser obligado a hacer lo que ella no ordena.

Artículo 6. La ley es la expresión de la voluntad general. Todos los ciudadanos tienen derecho a contribuir personalmente, o por medio de sus representantes, a su formación. La ley debe ser idéntica para todos, tanto para proteger como para castigar. Siendo todos los ciudadanos iguales ante sus ojos, son igualmente admisibles a todas las dignidades, puestos y empleos públicos, según su capacidad, y sin otra distinción que la de sus virtudes y talentos.

Artículo 7. Ningún hombre puede ser acusado, arrestado ni detenido, si no es en los casos determinados por la ley, y según las formas por ella prescritas. Los que solicitan, expiden, ejecutan o hacen ejecutar órdenes arbitrarias deben ser castigados, pero todo ciudadano llamado o designado en virtud de la ley, debe obedecer en el acto: su resistencia le hace culpable.

Artículo 8. La ley no debe establecer más que penas estrictas y evidentemente necesarias, y nadie puede ser castigado sino que en virtud de una ley establecida y promulgada con anterioridad al delito y legalmente aplicada.

Artículo 9. Todo hombre ha de ser considerado inocente mientras no sea declarado culpable, y si se juzga indispensable el detenerlo, todo rigor que no fuere necesario para asegurarse de su persona será severamente reprimido por la ley,

Artículo 10. Nadie debe ser molestado por sus opiniones, incluso religiosas, con tal de que su manifestación no altere el orden público establecido por la ley.

Artículo 11. La libre comunicación de los pensamientos y de las opiniones es uno de los más valiosos derechos del hombre. Todo ciudadano puede pues hablar, escribir, imprimir libremente, salva la obligación de responder del abuso de esta libertad en los casos fijados por la ley.

Artículo 12. La garantía de los Derechos del Hombre y del Ciudadano necesita de una fuerza pública; esta fuerza queda instituida para el bien común y no para utilidad particular de aquellos a quienes está confiada.

Artículo 13. Para el mantenimiento de la fuerza pública y para los gastos de administración, es indispensable una contribución común. Esta contribución debe ser repartida por igual entre todos los ciudadanos, según sus facultades.

Artículo 14. Todos los ciudadanos tienen el derecho de comprobar por sí mismos o por sus representantes la necesidad de la contribución pública, de consentirla libremente, de vigilar su empleo y de determinar su cuantía, su asiente, cobro y duración.

Artículo 15. La sociedad tiene el derecho de pedir cuentas de su administración, a todo agente público.

Artículo 16. Toda sociedad en la que la garantía de los derechos no está asegurada, ni la separación de los poderes determinada, no tiene Constitución.

Artículo 17. Siendo la propiedad un derecho inviolable y sagrado, nadie puede ser privado de ella, si no es en los casos en que la necesidad pública, legalmente comprobada, lo exija evidentemente, y bajo la condición de una indemnización justa.
(Asamblea Nacional Constituyente de Francia, 26 de agosto 1789)».

3. El Imperio de Napoleón.El sueño Napoleónico de someter a Europa bajo su autoridad, se enfrentó a la resistencia de los países que, organizados en sucesivas coaliciones, mantuvieron a Francia en un permanente y desgastador pie de guerra. (…)Como Inglaterra era la única potencia europea que se mantenía invencible frente a Napoleón, el emperador decretó contra ella el bloqueo continental, es decir, la prohibición a todos los países de Europa de comerciar con la isla. Portugal se negó a cumplir el decreto, ya que le significaba la parálisis económica, por lo que Napoleón emprendió una campaña contra este país. Esto obligó al emperador a firmar un tratado con España que le permitiera cruzar con sus tropas por territorio hispano, pero en la Entrevista de Bayona se apoderó de la corona española que cedió a su hermano mayor José Bonaparte. La resistencia española le significó a Francia seis años de desgastadoras campañas y con ella, la suerte de Napoleón comenzó a decaer.

En el otro extremo del escenario europeo, Alejandro I, zar de Rusia, organizó con Inglaterra la Sexta Coalición. La fracasada campaña contra Moscú le significó pérdidas de las que jamás se pudo recuperar el ejército francés. El gran desastre lo obligó a abandonar el suelo español. En la batalla de Leipzig de 1813, conocida también como la de las seis naciones, los ejércitos aliados de Austria, Rusia y Prusia llegaron hasta París, y Napoleón fue desterrado a la isla de Elba. En Francia se restableció la dinastía borbónica con el reinado de Luis XVIII, y la Europa vencedora se preparaba en Viena para restaurar el orden del Antiguo Régimen.

En 1815, Napoleón huyó de la isla Elba y regresó triunfante a París provocando la huida de Luis XVIII. El retorno solo duró cien días, ya que las tropas francesas fueron aplastadas por el general inglés Wellington en Bélgica, en la batalla de Waterloo. Confinado en la isla Santa Elena, Napoleón murió en 1821.

Con el retorno de Luis XVIII para restaurar la monarquía absoluta en Francia y la definitiva caída del Imperio de Napoleón I, desaparecía el primer gran ensayo de establecer un orden internacional en el mundo contemporáneo.
Patricia Jiménez, Historia Universal, Edit. Santillana, Santiago 1996, p.241

4. El bloqueo continental. 1806Dueño de la Europa continental, Napoleón se decide por la guerra económica contra Inglaterra. Desde Berlín decreta el bloqueo continental.Artículo 1. Se declara a la Islas Británicas en estado de bloqueo.

Artículo 2. Se prohíbe todo comercio y toda correspondencia con las Islas Británicas.

Artículo 3. Todo súbdito de Inglaterra, de cualquier condición que sea, que se encuentre en los países ocupados por nuestras tropas o por las de nuestros aliados, será hecho prisionero de guerra.

Artículo 4. Todo almacén, toda mercancía, toda propiedad, perteneciente a un súbdito de Inglaterra, se incautará.

Artículo 5. El comercio de las mercancías inglesas queda prohibido, y toda mercancía perteneciente a Inglaterra, o proveniente de sus fábricas y de sus colonias, se declara incautada.

Artículo 7. Ningún buque directamente procedente de Inglaterra o de las colonias inglesas, o que haya estado allí después de la publicación del presente decreto, será recibido en ningún puerto.

Artículo 8. Todo barco que, por medio de una falsa declaración, contravenga la disposición precedente, será aprehendido; y el navío y la carga se confiscarán como si fuesen propiedad inglesa.

Artículo 10. Se dará comunicación del presente decreto, por nuestro ministro de Relaciones exteriores, a los reyes de España, de Nápoles, de Holanda y de Etruria, y a los demás aliados nuestros, cuyos súbditos son víctimas, como los nuestros de la injusticia y de la barbarie de la legislación marítima inglesa.
NAPOLEÓN BONAPARTE. Berlín, 21 de Noviembre de 1806.

5. Declaración de Derechos del Hombre y el Ciudadano. (FRAGMENTO)

«Los representantes del pueblo francés, constituidos en Asamblea Nacional, considerando que la ignorancia, el olvido o el desprecio de los derechos del hombre son las únicas causas de las desgracias públicas y de la corrupción de los gobiernos, han resuelto exponer, en una declaración solemne, los derechos naturales, inalienables y sagrados del hombre, para que esta declaración, constantemente presente a todos los miembros del cuerpo social, les recuerde sin cesar sus derechos y sus deberes (…) Artículo 1.- Los hombres nacen y permanecen libres e iguales en derechos. Las distinciones sociales no pueden fundarse más que sobre la utilidad común.
Artículo 2.- El objetivo de toda asociación política es la conservación de los derechos naturales e imprescriptibles del hombre. Estos derechos son la libertad, la propiedad, la seguridad y la resistencia a la opresión.
Artículo 3.- El principio de toda soberanía reside esencialmente en la Nación. Ningún cuerpo ni individuo puede ejercer autoridad que no emane expresamente de ella.

Artículo 16.: Toda sociedad en la que la garantía de los derechos no está asegurada, ni la separación de los poderes determinada, no tiene Constitución.

(Asamblea Nacional Constituyente de Francia, 26 de agosto 1789)».

6. Consideraciones sobre Francia.1º Ninguna constitución es el resultado de una deliberación; los derechos de los pueblos no están nunca escritos, (…) los derechos escritos sólo son títulos declarativos de derechos anteriores, de los que sólo pueden decirse que existen porque existen (…).3º Los derechos e los pueblos parten de las concesiones de los soberanos, pero los derechos de los soberanos ni de la aristocracia no tienen fecha, , no autor.

7º Ninguna Nación puede darse la libertad sino la tiene (…)

10º La Libertad ha sido siempre un don de los reyes (…)

De Maistre, J. 1815. (Teórico de la Restauración) En: J. González Fernández
Historia del Mundo Contemporáneo, Edit. Edebe, Barcelona 1998, p. 49.

7. Definición del modelo revolucionario

Ahora existe un modelo, revolucionario que oponer al conservadurismo: el ejemplo francés. Según este modelo, es posible la existencia de una sociedad no estamental y la abolición del régimen señorial, y es posible también que funcione un sistema económico sin gremios y cofradías, que se exprese la soberanía nacional, que se reconozcan los derechos individuales y que exista un Estado no confesional. Una grana parte de Europa había entrado en contacto con esta realidad porque la «Gran Nación» y, después, el Gran Imperio extendió las conquistas revolucionarias a casi toda Europa. La abolición de los derechos feudales, la proclamación de los Derechos del Hombre, la instauración del régimen constitucional, la difusión del Código Civil y del Concordato, fueron las semillas de lo que había de ser enseguida el liberalismo del siglo XIX. Además, al difundir por todas partes el principio de la soberanía nacional y el derecho de los pueblos a disponer de ellos mismos, la «Gran Nación» hizo tomar conciencia a los pueblos del principio de las nacionalidades. Pueblos que tenían la misma nacionalidad y se hallaban divididos entre distintas soberanías querían unirse para formar un solo Estado. Pueblos que pertenecían a distintas nacionalidades, sometidos a un único Estado, deseaban, en cambio, separarse. La reivindicación nacionalista iba de la mano, generalmente, de la reivindicación liberal.Frente a este modelo se estableció teoría Contrarrevolucionaria, auspiciada principalmente por Metternich, quien lideró el Congreso de Viena.

fuente: Michelet Peronet, Del Siglo de la Luces a la Santa Alianza, página 296.

8. El Congreso de Viena, 1814-1815

Una vez derrotado Napoleón, los reyes y gobernantes de las potencias vence­doras quisieron restaurar el Antiguo Régimen anulando las reformas revoluciona­rias. Las potencias victoriosas estaban decididas a restaurar el antiguo orden y a contener las fuerzas políticas que la revolución había liberado en Europa Para ello, los monarcas convocaron un Congreso en Viena, que se inicio en septiembre de 1814 y terminó en Julio de 1815.El periodo de la historia de Europa occidental que abarca los años posteriores al Congreso de Viena recibe el nombre de Restauración, porque la dinastía de Borbón había sido restaurada en el trono de Francia (el nuevo rey fue Luis XVIII). También, de manera similar, recuperaron sus tronos todos los monarcas que ha­bían sido desposeídos por Napoleón y restablecieron la monarquía absoluta en sus Estados. Sin embargo, Luis XVIII mantuvo algunos de los principios de li­bertad política y social establecidos por la Revolución, por ejemplo decidió conservar la carta constitucional del año 1814, que garantizaba la libertad de culto, de prensa y las garantías individuales. Mantuvo también los códigos y la administración administrativa y judicial creada por Napoleón. ¡No todo estuvo perdido después de la Restauración!

No obstante, si bien los demás países de Europa se vieron sometidos a los dictámenes más duros de la restauración (sobre todo en España con el regreso de Fernando VII), no todo estaba perdido para los ideales establecidos por la revolución, pues las guerras y la revolución no solo habían transformado a la sociedad Francesa, sino a toda Europa durante la era Napoleónica. Francia se había encargado de transmitir y extender al mundo los ideales de libertad, igualdad, fraternidad, soberanía popular, junto a los derechos naturales del hombre, como propiedad, seguridad y opinión. Asimismo permitió la transformación de la Monarquía absoluta en monarquía constitucional y el establecimiento de los aspectos básicos del gobierno republicano.

9. Nacionalidad contra legitimidad

Si dejamos aparte su extremidad occidental, Francia, Portugal y España, la Europa de 1815 era un desafío al sentimiento nacional que había surgido en todas partes motivado, a la vez, por la difusión de las ideas de la Revolución y por el odio contra el conquistador francés. El sentimiento nacional obliga a que la comunidad de hombres a la cual se pertenece tenga su propio gobierno. Sin embargo, cuando hay que definir la comunidad nacional, las opiniones difieren.Una primera escuela, principalmente alemana, considera la nacionalidad como un producto de los fenómenos inconscientes e involuntarios: en esencia, la lengua materna y las tradiciones populares. La lengua materna es la única que se aprende «involuntariamente». Si la nación se define por su lengua, todos los que hablen francés deben pertenecer a Francia, todos los que hablen alemán a Alemania, tanto si quieren como si no. Esta teoría fue creada por Herder en el siglo XVIII. Pero mientras que Herder se preocupaba poco del Estado y hablaba en términos de naciones culturales, sus sucesores pretenden la identificación Estado-nación basado en la lengua.

La segunda escuela es principalmente francesa. Considera que la nacionalidad se funda sobre un fenómeno consciente y voluntario: el deseo de pertenecer a tal nación o a tal otra, deseo expresado de diversas maneras: plebiscitos, elecciones, votos de los representantes de la población. La fiesta de la Federación, el 14 de julio de 1790, estableció así la nación francesa. Si se sigue la teoría alemana o romántica, Alsacia, que habla un dialecto germánico, debe ser alemana; el país valón y la Suiza francesa deben ser franceses.

Si se sigue la teoría francesa o clásica, Alsacia es francesa porque ha demostrado su voluntad de pertenecer a Francia; a la inversa, la Suiza francesa, al rechazar su anexión a Francia, como lo manifestó en 1814, no es francesa sino Suiza.

Bélgica constituye un ejemplo excelente. Cuando en 1830 se sublevó contra los Países Bajos (que englobaban artificialmente a neerlandeses y belgas), algunos de sus habitantes habrían aceptado su anexión a Francia. La oposición de los británicos, hizo imposible la solución, y Luis Felipe, rey de los franceses, prefirió aceptar este punto de vista antes que arriesgarse a la guerra. De este modo, el nacionalismo belga, que ya existía, pudo darse a sí mismo libre curso y conseguir la creación de un pequeño estado independiente. Es notable el hecho de que este Estado haya sido formado por habitantes que hablan dos lenguas, el francés y el neerlandés. La revuelta contra la dominación holandesa partió de ambos grupos que acogieron con satisfacción la independencia. La nación belga es, pues, el resultado de la voluntad popular y no de la lengua. Bélgica y Suiza son naciones con varias lenguas. A pesar de las querellas lingüísticas del siglo XX en Bélgica, se trata, en ambos casos, de dos naciones sólidas en el pleno sentido de la palabra.

De este modo se comprende mejor el carácter antinacional de la Europa de 1815, basada, como hemos visto, en el principio de la legitimidad y en el equilibrio europeo. Dos naciones, la alemana y la Italiana, están divididas, la una en 39 Estados y la segunda en 7. Hay además dos grandes Estados históricos plurinacionales: el Imperio austriaco y el Imperio otomano.

En el primero, aparte de los austriacos de habla alemana, encontramos a checos, eslovacos, polacos, eslavos del Sur (eslovenos, croatas, serbios), húngaros, rumanos e italianos. En el segundo, aparte los turcos, encontramos a griegos, búlgaros, eslavos del Sur (sobre todo serbios), albaneses y rumanos. . .Finalmente, en todo el resto del continente existen nacionalidades sometidas: Irlanda al Reino Unido, Noruega a Suecia, alemanes al reino de Dinamarca, los finlandeses, los bálticos y los polacos a la Rusia zarista. Otros polacos están sometidos a Prusia.

Así, pues, el sentimiento nacional se ha convertido en una fuerza política. En todas partes los pueblos sometidos aspiran a la independencia; incluso en los Balcanes, donde el nivel de vida es más bajo y el analfabetismo más extendido, reaparece el orgullo de pertenecer a un gran pueblo. Los poetas exaltan la nacionalidad, los historiadores reencuentran las glorias pasadas, los filólogos depuran la lengua y restauran su nobleza. Al movimiento intelectual se sobreponen los movimientos políticos reformistas o revolucionarios. En resumen, por todas partes surge una potencia nueva, y todos los que miran hacia el futuro consideran con simpatía este estremecimiento de la libertad y de la dignidad humana.

Veremos cómo la Europa de 1815, construida contra la hegemonía francesa, chocará no contra una Francia cada vez más resignada y satisfecha, sino contra nuevas fuerzas que rechazan con horror el viejo principio de legitimidad convertido en mantenedor de una situación que juzgan intolerable.

Fuente: Jean Duroselle, Europa de 1815 a Nuestros Días, Editorial Labor, Barcelona, 1981. P. 22-24

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Acerca de Annyhen

Magíster en Historia, Licenciada en Educación, Profesora de Historia, Geografía y Ciencias Sociales por la Pontificia Universidad Católica de Valparaíso. Académica de Universidad de Las Américas. Ámbitos actuales de desempeño: Aseguramiento de la Calidad en Docencia Universitaria, diseño curricular, acompañamiento académico, análisis del proceso formativo, evaluación de logro de perfiles de egreso, entre otros.
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4 respuestas a REVOLUCIÓN FRANCESA (DOCUMENTOS)

  1. Mafe Daza dijo:

    me dicen porfavor quienes son los integrantes del cuerpo social…!!

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  2. Revolución Francesa

    Capitulo III

    Luis XVI trata de escapar

    Si se considera en conjunto la Constitución elaborada por la Asamblea Constituyente, hay que reconocer que tuvo enorme importancia histórica. En muchos de sus puntos sirvió de modelo para las transformaciones posteriores de los estados absolutos y feudales en estados modernos de derecho.

    La Constitución abolió todas las diferencias entre los ciudadanos (títulos, armas, escudos, nobleza) pero encerraba contradicciones: toda su base era republicana, mientras que en la cúspide conservaba un monarca hereditario. En verdad, al rey le quedaba una función puramente decorativa, puesto que carecía de todo influjo en el nombramiento de las autoridades, elegidas por el pueblo. Una caricatura de la época lo representaba con una simple máquina de aprobar.

    Extraordinaria influencia para excitar las pasiones tuvieron en París y también en el campo los volantes impresos y las discusiones de los clubes. La completa libertad de prensa permitió al Marat estimular los peores instintos de la plebe a sus periódicos sobre todo en el «Amigo del Pueblo». Entre los clubes tuvieron importancia preponderante el de los cordeleros, establecido en un convento de franciscanos, y el de los jacobinos, llamado así por el local en que celebra sus sesiones, un convento jacobino (nombre dado en París a los frailes dominicanos). En aquél, el principal orador era el gigantesco y cínico Georges Jacques Dantón, abogado. En éste, el virtuoso y orgulloso Maximiliano Robespierre, (en la imagen) miembro de la Asamblea Constituyente.

    En medio de esta situación anárquica, Mirabeau intentó dominar la Revolución con un gobierno fuerte. Para ello, planeó sacar al rey de su permanencia forzada en París y trasladarlo a una provincia segura desde donde pudiera convocar a una nueva Asamblea que revisara los artículos de la Constitución referente al poder ejecutivo. Pero los medios que quería poner en práctica para realizar estos propósitos -actuación sobre la opinión pública por medio de una oficina secreta de prensa y una policía secreta, soborno, incitación a sublevaciones, provocación de guerra civil en perjuicio de la Asamblea Constituyente- eran armas de doble filo. Mirabeau no pudo llevar a cabo sus planes, porque falleció en abril de 1791, justo a tiempo para conservar su popularidad.

    Huída de los reyes

    Luego de su muerte, los reyes fueron inclinándose cada vez más hacia el plan de huída de Mirabeau, pues vivían bajo una presión insostenible. En la noche el 20 de junio de 1791 se llevó a cabo la fuga de la familia real, pero la empresa fracasó. El rey, vestido de criado, fue descubierto y tuvo que volver a París en medio del repique de campanas, junto a una multitud que lo insultaba y bajo la vigilancia de la Guardia Nacional.

    Ante esto, la Asamblea Constituyente se hizo cargo del poder ejecutivo y ordenó a los ministros que ejecutaran sus decretos sin sanción o aprobación del rey. Además, dio a conocer a las potencias extranjeras que había asumido el gobierno.

    Pese a esto, no existía animadversión hacia la monarquía o deseo de abolirla. Tanto es así que, después de su fuga, el rey fue repuesto con todos sus derechos. Pero fuera de la Asamblea, la opinión republicana iba teniendo cada vez más adeptos.

    El 28 de septiembre de 1791 la Constitución elaborada por la Asamblea Nacional, transformada luego en una Asamblea Constituyente, quedó definitivamente redactada y fue propuesta al rey para su aceptación. El 14 de ese mes, el rey le prestó el juramento prescrito, pero lo hizo muy a regañadientes y con el propósito de procurar su reforma y buscar el apoyo de las potencias extranjeras.

    El 28 de septiembre de 1791 la Asamblea Constituyente se disolvió y fue sustituida por la Asamblea Legislativa. Antes de hacerlo, tomó dos importantes acuerdos: decretó una amnistía general y decidió que ninguno de sus miembros pudiera postular a la Asamblea Legislativa.

    Izquierdas y derechas

    La Asamblea Legislativa se reunió teniendo en su seno personas inexpertas en los negocios públicos. Pronto éstos se dividieron en diferentes partidos. En la derecha tomaron asiento los partidarios incondicionales de la Constitución de 1791, apoyados principalmente por el club de los Feuillants (grupo moderado desprendido de los jacobinos) y por la clase media burguesa. En los bancos de la izquierda tomaron asiento los miembros del club de los cordeleros y de los jacobinos, que representaban a la masa de la capital. Esta izquierda comprendía un pequeño grupo de fanáticos, que se sentaba en los bancos de arriba, y por esto fue llamado la montaña.

    Después venía el grupo más importante, los girondinos, cuyo nombre se explica porque sus principales líderes procedían de la región de Gironda. En el centro se encontraban los llamados independientes. De esta división de la Asamblea Legislativa de la época de la revolución francesa deriva la costumbre de clasificar a los partidos políticos en izquierda y derecha.

    Peticiones de guerra

    La principal preocupación de la Legislativa fue la guerra contra las potencias extranjeras, que se veía como algo inminente. Los principales impulsores de ésta eran los partidarios de la gironda, que lo veían como un medio de consolidar su posición al interior del país.

    Por entonces empezó a circular la expresión de sans-culottes (sin calzón), que alude a la costumbre de los revolucionarios de usar pantalones en vez de calzones cortos que llevaban los partidarios del antiguo régimen.

    También en esa época fue aceptado como símbolo de la libertad el gorro frigio, de color rojo , que primitivamente usaban los presidarios.

    El 20 de abril de 1792, con siete votos en contra, fue aprobada la declaración de guerra contra Austria. Así comenzó la gran lucha entre las potencias mundiales, guerra que con breves interrupciones había de durar más de dos decenios.

    La Comuna revolucionaria

    El 9 de junio de 1792 se acordó celebrar un nuevo aniversario de la Toma de la Bastilla, convocando a París a más de 20 mil hombres procedentes de todos los puntos del país. Así, la gironda proponíase entrar en posición de una forma defensiva que pudiera servir a sus propósitos.

    Los girondinos ardían en deseos de acrecentar su fuerza. Llamaron, pues, en su ayuda, al proletariado de los barrios bajos, tras los cuales estaba Dantón (en la imagen).

    Una manifestación se preparó para el 20 de junio, aniversario del juramento del juego de pelota. Ese día se pusieron en marcha ochos mil proletarios armados, sin que nada pudiera hacerse para detenerlos. A los manifestantes se les unió una gran masa humana. Entraron al salón de sesiones de la Legislativa, desfilando por la sala al redoble del tambor. La muchedumbre se dirigió luego a las Tullerías y en pocos momentos penetró en el interior del palacio. El rey quedó tan sorprendido que dejó abierta la puerta de su habitación . Acosado con pocos fieles sobre el arco de un balcón, amenazado de picas y sables, se mantuvo firme durante horas y horas, rechazando con dignidad el griterío de los atacantes. Cuando se hubo puesto el gorro rojo revolucionario, que algunas manos le alargaron, y hubo bebido un vaso de vino a la salud del pueblo, pareció cambiar el ánimo de los asaltantes, que se dispersaron al llegar la noche.

    Reacción de la Burguesía

    Entre la clase media burguesa, estos sucesos habían provocado una emoción de vergüenza. Despertando dormidos sentimientos monárquicos. Se intentó impedir que llegaran a París los 20 mil convocados para celebrar el aniversario de la Toma de la Bastilla, pero el rey, atemorizado, la aprobó. Su única esperanza de salvación eran las potencias extranjeras. Pero éstas actuaban con poca inteligencia, y el 26 de julio emitieron una declaración que causó profunda irritación en Francia, porque responsabilizaba a los revolucionarios de cualquier daño que sufriera la familia real. Se pidió declarar la «patria en peligro» y se empezó a hablar abiertamente de la destitución del rey y de la supresión de la monarquía.

    Avance de Dantón

    La celebración del aniversario de la Toma de la Bastilla permitió a Dantón avanzar en sus propósitos subversivos. Se produjo la unión entre los llegados de provincia y el pueblo bajo de París, creándose comités al margen de la ley. Entre los llegados de provincia representaba un papel principal el batallón de los marselleses. Su cántico guerrero era un himno que poco antes había compuesto Rouget de Lisle, y que se conoció con el nombre de La Marsellesa. Hoy es el himno nacional francés.

    El 9 de agosto de 1792, mientras la Legislativa aplazaba su discusión sobre si deponía o no al rey , una turba asaltó las Tullerías. En el Ayuntamiento se instalaron, junto al Consejo Municipal, comisarios de 28 secciones en que se había dividido París. Ante él compareció el comandante de la Guardia Nacional, Mandat, encargado de defender el palacio que había reemplazado a La Fayette en ese cargo. Los comisarios de las secciones le mandaron arrestar y después de su asesinato, ocurrido en la escalera misma del Ayuntamiento, se constituyeron en Comuna Revolucionaria, reemplazando al Consejo Municipal , sobre todo en sus funciones policiales. La defensa de la Tullerías quedó reducida a cero y el rey decidió colocarse bajo la protección de la Asamblea Legislativa. Venció la resistencia de María Antonieta, y entre los gritos insultantes de la plebe amontonada en las terrazas del río Sena, condujo a la familia real al salón de sesiones de la Legislativa. El presidente de ésta le aseguró que la Asamblea mantendría y defendería «los derechos del pueblo y las autoridades constituidas». Y señaló al rey y a los suyos, como lugar de estancia, la tribuna de los taquígrafos, defendida por una reja. Allí, durante muchas horas, el rey fue testigo presencial de la caída de la monarquía.

    Asalto a las Tullerías

    Las Tullerías quedaron defendidas por un reducido número de nobles y un regimiento de la Guardia Suiza. Las turbas los asaltaron y sólo se salvaron algunos que penetraron en el salón de sesiones de la Legislativa. El palacio, indefenso ya, fue desbordado por los furiosos parisinos. Casi toda la guarnición masculina fue asesinada. La Asamblea, limitada a las izquierdas, por ausencias de las derechas y del centro, decretó no la deposición, pero sí la «suspensión provisional del jefe del poder ejecutivo» (el rey), hasta que una Convención Nacional se pronunciara sobre las medidas necesarias «para asegurar la soberanía del pueblo y el imperio de la libertad y la igualdad». Un segundo decreto determinaba que el rey y su familia permanecerían como rehenes bajo la protección de la ley en una residencia que les sería asignada. Seguidamente la Asamblea nombró un Consejo Ejecutivo Provisional, del que formó parte Dantón en una posición preeminente. Tras él estaba la fracción extrema, que no retrocedía ante ningún hecho sangriento.

    Presa la familia real

    Entretanto, la Comuna amenazaba con suplantar de hecho a la Legislativa y al gobierno por ella nombrado. Las autoridades revolucionarias, que se reunían en el Ayuntamiento, en vez de limitarse a los asuntos de la ciudad, se esforzaban por asumir las riendas del mando supremo. Consiguieron que les fuera entregada la familia real para encerrarla en el Temple, antigua sede de la Orden de los Templarios. Obtuvieron la institución de un primer tribunal revolucionario que, sin sujeción a procedimientos jurídicos regulares, pudiera castigar los «crímenes monárquicos». Aniquilaron todos los signos y monumentos de la monarquía, suprimieron los periódicos de esta tendencia, hicieron encarcelar a sacerdotes y a nobles por Comités de Vigilancia. La Asamblea se hallaba en oposición a la Comuna, que se burlaba de todo intento hecho para disolverla.

    Caos en París

    El peligro extranjero fue usado como pretexto para acabar con los presuntos enemigos del interior. Dantón consiguió plenos poderes de la Asamblea para mandar hacer investigaciones nocturnas en las casas, confiscar todas las armas y poner presos a todos los sospechosos. Poco después se inició la persecución entre los mismos revolucionarios. Durante varios días y noches se llevaron a cabo matanzas en masa, en medio de las calles y en las prisiones, por una plebe sedienta de sangre y afanosa de robo.

    Cuando la Asamblea pudo salir de la embriaguez en la cual había estado sumida al permitir las sangrientas escenas, puso pena de prisión a toda violación de domicilio y detención arbitrarias. Luego de estas resoluciones, dio término a su misión y fue reemplazada, el 20 de septiembre de 1792, por la Convención.

    Muerte de Luis XVI

    Si los demagogos de la Comuna Revolucionaria creían haberse asegurado la mayoría en la Convención mediante las matanzas de septiembre, se equivocaron. En París lograron hacer elegir a Robespierre, Marat, Dantón y otros, pero en provincias los votos favorecieron a los enemigos del régimen terrorista de la comuna, sobre todo a los girondinos.

    A fines de 1792 comenzó el proceso de Convención contra Luis XVI, quien fue juzgado y condenado a la guillotina por mayoría de votos. El 21 de enero de 1793, Luis subió al cadalso, inconmovible hasta el último momento en el sentimiento de su inocencia.

    La noticia de la muerte del rey produjo indignación en Inglaterra, la que despidió al embajador o representante francés. Francia contestó declarando la guerra a Inglaterra y a Holanda, su aliada. Luego hizo lo mismo con España, Rusia, Cerdeña, Nápoles, Portugal y el Imperio Alemán, lo que acarreó a Francia una serie de derrotas militares.

    Apretada por la masa de sus enemigos externos, Francia se veía amenazada en el interior por una terrible guerra civil, que enfrentaba a los girondinos y la montaña. Los primeros fueron derrotados.

    Asesinato de Marat

    La caída de la gironda produjo, por primera vez en la historia de la revolución, un levantamiento de las provincias contra la capital, conocido con el nombre de federalismo. La clase media urbana salió de su sopor. Produjéronse protestas fogosas contra la violencia.

    Los comisarios de la Convención fueron encarcelados y todo el mundo se preparó a la lucha de las armas contra los poderosos de la capital. Al más odiado, Marat, lo mató el 3 de junio de 1793 una revolucionaria llamada Carlota Corday, mientras se bañaba.(En la imagen)

    Ascenso de Robespierre

    Frente a esta amenaza a la unidad de la república, la Convención desenvolvió una energía terrorista sin igual, no deteniéndose ante ningún límite. El fin principal de su convocatoria había sido el establecimiento de una nueva constitución, así que el 24 de junio de 1793 promulgó una, pero apenas fue confirmada y promulgada cuando quedó en suspenso para dejar el campo libre a una «gobierno provisional revolucionario hasta la paz». El órgano principal de este gobierno fue el Comité de Salud Pública, al que se incorporó Robespierre. Un Tribunal Revolucionario constituyó en complemento de la maquinaria gubernamental.

    Bajo el dominio del terror

    Y sobrevino el terror. La guillotina aceleró la carnicería con la simplicidad de su mecanismo. Había sido creada por el médico José Ignacio Guillotín, como una forma piadosa de ejecutar a los condenados. El debía ser una de sus víctimas. Hubo alrededor de 2.800 guillotinados en París y 14.000 en provincias. El Tribunal Revolucionario sesionó sin respiro durante 14 meses. La cabezas caían con sangrienta monotonía. Así pereció María Antonieta, llamada en las actas la viuda Capeto, su cuñada Isabel y Felipe Igualdad, que así se hacía llamar el duque de Orleáns, primo del rey.

    Pero el terror fue una vorágine que consumió a sus propios creadores. Aniquilados los girondinos y derrotado el federalismo, formáronse dos grupos que amenazaban adoptar una posición independiente frente al Comité de Salud Pública dirigido por Robespierre. Uno de esos grupos apoyaba a Dantón en la Convención y quería dulcificar un tanto el dominio del terror. Su órgano de prensa era El Viejo Cordelero, dirigido por Camilo Desmoulins.

    Los dantonistas cayeron porque su defensa de la moderación hería personalmente a Robespierre. Este hizo detener a Dantón en la noche del 30 al 31 de marzo de 1894, junto al Desmoulins y otros amigos, juzgándolo sumariamente y condenándolo. «Una correa es bastante – exclamó Dantón cuando era conducido a la guillotina-. Preparad la otra para Robespierre».

    Caída de Robespierre

    Desaparecido Dantón, quedaba Robespierre dueño del campo. En el comité le ayudaba su discípulo, Luis de Saint-Just, muy superior a él en entusiasmo y actividad. La dictadura de Robespierre trajo un aumento de terror, cosa que casi parecía imposible. La guillotina trabajaba sin descanso, tomando a sus víctimas sin distinción de sexo clase ni mérito. Todos los días caían en París de 40 a 50 personas bajo su cuchilla.

    Entre tanto, se preparaba la caída de Robespierre. En el Comité de Salud Pública uniéronse en su contra. El 27 de julio de 1894 se presentó en la Convención y fue recibido con los gritos de «el tirano». Tres veces intentó dominar la tormenta, asiéndose, nervioso a la tribuna. Pero su voz no pudo dominar el tumulto. «Te ahoga la sangre de Dantón», le gritaron. La Convención, en forma unánime, presentó acusaciones en contra suya y de Saint-Just. Ambos se refugiaron en el Ayuntamiento, donde fueron detenidos.

    Los guillotinadores fueron guillotinados. Cayó la cabeza de Robespierre mientras la multitud gritaba: «Abajo el tirano y viva la república». En los días siguientes fueron a la guillotina 92 partidarios y secuaces del tirano, miembros de la Comuna, jueces y jurados del Tribunal Revolucionario.

    Fuente:
    http://www.salonhogar.net/

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  3. Revolución Francesa

    Capitulo II

    La Toma de la Bastilla

    No obstante su explícito respeto al rey, muchos cuadernos planteaban el deseo de que se formulase una Constitución para el país.

    La primera sesión de los Estados Generales se realizó el 5 de mayo de 1789, en Versalles. El rey había elegido este lugar sin considerar que el lujo de la corte podía irritar los ánimos de los representantes del tercer estado. En la reunión inaugural, el monarca tomó la palabra señalando a los presentes que su ocupación esencial sería hacer las reformas financieras. En el fondo, su discurso dejó claro que él no quería oír nada acerca de la Constitución. Desde ese momento se pudo advertir que el pueblo y el monarca no serían compañeros de equipo. Otro punto que provocó desacuerdo se refería a la forma en que se celebrarían las sesiones.(En la imagen: la Toma de la Bastilla, fortaleza utilizada como prisión, fue el hecho que inauguró el periodo de violencia de la Revolución Francesa)

    El monarca y la nobleza deseaban que cada orden se reuniese por separado. El tercer estado, en cambio, quería que todos formasen una asamblea única, en la que se adoptaran las resoluciones con voto individual.

    La Asamblea Nacional

    Cuando el rey se retiró de la reunión inaugural, fue despedido con aplausos que no reflejaban aprobación sino más bien simple cortesía.

    Al término de la reunión, el tercer estado se congregó por su cuenta, resolviendo no aceptar las deliberaciones de cada orden por separado. Más tarde, el tercer estado invitó a la nobleza y al clero a sumarse a esta iniciativa. Algunos miembros del clero acogieron este llamado, y el 17 de junio, el tercer estado, acompañado de unos 15 sacerdotes, se autodeclaró Asamblea Nacional.

    La nobleza y los obispos, en su mayoría, solicitaron al rey que impusiera su autoridad para impedirles salirse con la suya. Como primera medida, se clausuró la sala en que el grupo realizaba sus reuniones. Pero eso no resultó ser un obstáculo serio, ya que la Asamblea simplemente se cambió de local y sesionó en un lugar utilizado para juego de pelota. Allí, el 20 de junio, estos delegados jugaron no separarse «hasta que la Constitución del reino fuera establecida sobre firmes fundamentos». Tres días más tarde se presentó el rey, ordenando que volviesen a sesionar por grupos separados y les negó el derecho a legislar. El monarca dio por terminada la sesión, pero los partidarios de la Asamblea no se movieron del lugar. El conde de Mirabeau, que pese a su título mobiliario era representante del tercer estado, señaló que sólo abandonarían el lugar por la fuerza de las bayonetas. El rey no se atrevió a usar la violencia y, a regañadientes, los dejó quedarse.

    A medida que pasaban los días, más y más miembros del clero e incluso de la nobleza abandonaban sus posturas iniciales para sumarse a la Asamblea Nacional, que más tarde tomó el título de Asamblea Constituyente. Siguiendo el viejo lema de «si no puedes ir en contra únete a ellos», el rey terminó por ordenar a todos los representantes tomar parte en la Asamblea.

    El pueblo en armas

    A pesar de haber dado su autorización, el rey, naturalmente, no estaba de acuerdo con la situación que se estaba viviendo. Tampoco lo estaban algunos nobles. El ambiente era tan tenso que se emplazaron tropas armadas en las afueras de París y de Versalles. La gota que colmó el vaso fue la destitución de Necke. El pueblo entero manifestó su descontento y se proclamó a favor de la Asamblea Constituyente. Esto no quedó en meras declaraciones. La multitud se sublevó y saqueó varias tiendas de armas.

    Uno de los primeros objetivos de las enfurecida turba en París fue la Bastilla, una fortaleza que servía de prisión y que simbolizaba para muchos la arbitrariedad del régimen. Cientos de hombres armados se dirigieron a ese lugar, el 14 de julio de 1789, exigiendo su rendición. En un comienzo se intentó negociar, pero luego los amotinados fueron atacados. Se inició de esa forma una batalla sangrienta que terminó con la caída de la fortaleza. El gobernador de la Bastilla, De Launey, murió degollado y su cabeza fue llevada por las calles sobre la punta de una lanza.

    El mismo día en que estos hechos ensangrentaban París, el rey había salido de cacería. El día 15 le comunicaron la noticia. Sin llegar a comprender la magnitud real de lo sucedido, el soberano preguntó: «¿Se trata de una revuelta?». La respuesta fue lapidaria: «No majestad, es una revolución».

    Fin de privilegios

    La Toma de la Bastilla hizo que todo París se convirtiera en un campo de batalla. En las calles y plazas se levantaron barricadas. La Fayette fue proclamado comandante de la Guardia Nacional, y Jean Sylvain Bailly, un astrónomo, alcalde de la ciudad.

    La Asamblea Nacional seguía angustiada por las tropas que la rodeaban, pero el rey las hizo retirar. El 17 de julio, Luis XVI llegó a París y aceptó de manos de Baily, la escarapela tricolor (azul y rojo, colores de la ciudad, y blanco como color de los Borbones), símbolo de la revolución.

    Abolición de privilegios

    En la Asamblea Nacional donde llegaron noticias terribles de provincias, para tranquilizar los espíritus pareció indispensable abolir el sistema feudal que, de hecho, ya estaba aniquilado. El 4 de agosto la Asamblea abolió los privilegios de la nobleza. La lista de acuerdos comprendía: la eliminación de servidumbre, de los derechos de caza, de palomar y de conejera, la admisión de los ciudadanos a todos los cargos civiles y militares, la gratuidad de la justicia y la prohibición de comerciar con los cargos.

    Los acuerdos tomados interrumpieron los debates de un tema que interesaba principalmente a La Fayette. Era la Declaración de los Derechos del Hombre y del Ciudadano,(en la imagen) que había de constituir la introducción teórica a la Constitución Futura, y cuyas ideas principales, tomó éste de la Constitución de algunos de los estados norteamericanos recién independizados.

    París retiene al rey

    Adoptado los derechos del hombre el 27 de agosto, la Asamblea, llamada ahora Constituyente, pasó a redactar la Constitución. Pero su discusión no impedía que, de tiempo en tiempo, fuese reclamada por las duras necesidades de la realidad y hubiese de ocuparse de la amenazadora banca rota. El paro de industrias y del comercio aumentó el número de hambrientos y vagabundos. La elevación del precio de los granos, a consecuencia de malas cosechas y peores sistemas de distribución, obligó a comprar trigos a precios muy altos .

    En las masas de la capital, el miedo al hambre colectiva uniese con la idea de que se debía traer al rey a París, para hacerle saber los deseos del pueblo. Pero, sobre todo, la capital sintió gran indignación cuando supo que el rey y la reina se había presentado en un banquete en el cual la bandera tricolor había sido insultada. Jean Paul Marat, médico enfermo, desilusionado y fanático, llamó a los pobres al combate. Por la mañana del 5 de octubre de 1789, grandes masas humanas de ambos sexos se dirigieron a Versalles para llevar al rey a París. El pueblo rodeó el palacio, donde nadie se atrevía a resolverse por la huída. El rey despidió con buenas palabras a la comisión de mujeres que pedía pan blanco. Eso sí, no recibieron una respuesta tan comprensiva de la reina María Antonieta, quien al saber el hambre de pan que había, contestó: «Que coman tortas, pues».

    El rey regresa a París

    En esta misma oportunidad, el rey aprobó los derechos del hombre. Pero delante del palacio había disturbios y peleas con los guardias. La situación se hacía cada vez más peligrosa. Finalmente, a la caída de la tarde, se presentó La Fayette con 20 mil hombres de la Guardia Nacional, y pidió al rey, entre otras cosas, que tomase el palacio de las Tullerías, en París, por residencia habitual y que mandase que el servicio de éste fuese desempeñado por las Guardias Nacionales. Puso centinelas en las puertas del palacio y a medianoche se fue a acostar. Al amanecer del 6 de octubre, una masa de plebe penetró en el palacio por una puerta que no estaba guardada, y mató a varios centinelas de la Guardia Real. La reina, medio desnuda, y cuya cabeza pedía la multitud, huyó a las habitaciones del rey.

    Ambos fueron salvados por La Fayette, a quien sacaron apresuradamente de su sueño. Desde el balcón, el rey prometió trasladarse a París. Por la tarde emprendió el triste camino hacia la capital con su familia y acompañado de una salvaje multitud a cuya vanguardia iban las cabezas cortadas de los infieles guardias asesinados. Así, Luis XVI pasó a ser prisionero de París.

    Entretanto, la Asamblea Constituyente seguía redactando la nueva Constitución. Sus trabajos fueron interrumpidos con la celebración del primer aniversario de la Toma de Bastilla. De toda Francia acudieron comisiones a la fiesta. El inmoral, cojo, joven, alegre y flexible obispo Carlos Mauricio de Talleyrand bendijo las banderas de la Guardia Nacional, y La Fayette, nombrado comandante supremo de esta arma para todo el reino, se adelantó el primero al altar de la patria, para jurar fidelidad a la nación, a la ley y al monarca.

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  4. Revolución Francesa

    Capitulo I

    http://www.salonhogar.net/

    Proceso social y político acaecido en Francia entre 1789 y 1799, cuyas principales consecuencias fueron el derrocamiento de Luis XVI, perteneciente a la Casa real de los Borbones, la abolición de la monarquía en Francia y la proclamación de la I República, con lo que se pudo poner fin al Antiguo Régimen en este país.

    Aunque las causas que generaron la Revolución fueron diversas y complejas, éstas son algunas de las más influyentes: la incapacidad de las clases gobernantes —nobleza, clero y burguesía— para hacer frente a los problemas de Estado, la indecisión de la monarquía, los excesivos impuestos que recaían sobre el campesinado, el empobrecimiento de los trabajadores, la agitación intelectual alentada por el Siglo de las Luces y el ejemplo de la guerra de la Independencia estadounidense.

    Las teorías actuales tienden a minimizar la relevancia de la lucha de clases y a poner de relieve los factores políticos, culturales e ideológicos que intervinieron en el oigen y desarrollo de este acontecimiento.

    Las razones históricas de la Revolución
    Más de un siglo antes de que Luis XVI ascendiera al trono (1774), el Estado francés había sufrido periódicas crisis económicas motivadas por las largas guerras emprendidas durante el reinado de Luis XIV, la mala administración de los asuntos nacionales en el reinado de Luis XV, las cuantiosas pérdidas que acarreó la Guerra Francesa e India (1754-1763) y el aumento de la deuda generado por los préstamos a las colonias británicas de Norteamérica durante la guerra de la Independencia estadounidense (1775-1783).

    Los defensores de la aplicación de reformas fiscales, sociales y políticas comenzaron a reclamar con insistencia la satisfacción de sus reivindicaciones durante el reinado de Luis XVI. En agosto de 1774, el rey nombró controlador general de Finanzas a Anne Robert Jacques Turgot, un hombre de ideas liberales que instituyó una política rigurosa en lo referente a los gastos del Estado.

    No obstante, la mayor parte de su política restrictiva fue abandonada al cabo de dos años y Turgot se vio obligado a dimitir por las presiones de los sectores reaccionarios de la nobleza y el clero, apoyados por la reina, María Antonieta de Austria.

    Su sucesor, el financiero y político Jacques Necker tampoco consiguió realizar grandes cambios antes de abandonar su cargo en 1781, debido asimismo a la oposición de los grupos reaccionarios. Sin embargo, fue aclamado por el pueblo por hacer público un extracto de las finanzas reales en el que se podía apreciar el gravoso coste que suponían para el Estado los estamentos privilegiados.

    La crisis empeoró durante los años siguientes. El pueblo exigía la convocatoria de los Estados Generales (una asamblea formada por representantes del clero, la nobleza y el Tercer estado), cuya última reunión se había producido en 1614, y el rey Luis XVI accedió finalmente a celebrar unas elecciones nacionales en 1788.

    La censura quedó abolida durante la campaña y multitud de escritos que recogían las ideas de la Ilustración circularon por toda Francia. Necker, a quien el monarca había vuelto a nombrar interventor general de Finanzas en 1788, estaba de acuerdo con Luis XVI en que el número de representantes del Tercer estado (el pueblo) en los Estados Generales fuera igual al del primer estado (el clero) y el segundo estado (la nobleza) juntos, pero ninguno de los dos llegó a establecer un método de votación.

    A pesar de que los tres estados estaban de acuerdo en que la estabilidad de la nación requería una transformación fundamental de la situación, los antagonismos estamentales imposibilitaron la unidad de acción en los Estados Generales, que se reunieron en Versalles el 5 de mayo de 1789. Las delegaciones que representaban a los estamentos privilegiados de la sociedad francesa se enfrentaron inmediatamente a la cámara rechazando los nuevos métodos de votación presentados.

    El objetivo de tales propuestas era conseguir el voto por individuo y no por estamento, con lo que el tercer estado, que disponía del mayor número de representantes, podría controlar los Estados Generales. Las discusiones relativas al procedimiento se prolongaron durante seis semanas, hasta que el grupo dirigido por Emmanuel Joseph Sieyès y el conde de Mirabeau se constituyó en Asamblea Nacional el 17 de junio.

    Este abierto desafío al gobierno monárquico, que había apoyado al clero y la nobleza, fue seguido de la aprobación de una medida que otorgaba únicamente a la Asamblea Nacional el poder de legislar en.materia fiscal. Luis XVI se apresuró a privar a la Asamblea de su sala de reuniones como represalia. Ésta respondió realizando el 20 de junio el denominado Juramento del Juego de la Pelota, por el que se comprometía a no disolverse hasta que se hubiera redactado una constitución para Francia.

    En ese momento, las profundas disensiones existentes en los dos estamentos superiores provocaron una ruptura en sus filas, y numerosos representantes del bajo clero y algunos nobles liberales abandonaron sus respectivos estamentos para integrarse en la Asamblea Nacional.

    El inicio de la Revolución
    El rey se vio obligado a ceder ante la continua oposición a los decretos reales y la predisposición al amotinamiento del propio Ejército real. El 27 de junio ordenó a la nobleza y al clero que se unieran a la autoproclamada Asamblea Nacional Constituyente. Luis XVI cedió a las presiones de la reina María Antonieta y del conde de Artois (futuro rey de Francia con el nombre de Carlos X) y dio instrucciones para que varios regimientos extranjeros leales se concentraran en París y Versalles.

    Al mismo tiempo, Necker fue nuevamente destituido. El pueblo de París respondió con la insurrección ante estos actos de provocación; los disturbios comenzaron el 12 de julio, y las multitudes asaltaron y tomaron La Bastilla —una prisión real que simbolizaba el despotismo de los Borbones— el 14 de julio.

    Antes de que estallara la revolución en París, ya se habían producido en muchos lugares de Francia esporádicos y violentos disturbios locales y revueltas campesinas contra los nobles opresores que alarmaron a los burgueses no menos que a los monárquicos. El conde de Artois y otros destacados líderes reaccionarios, sintiéndose amenazados por estos sucesos, huyeron del país, convirtiéndose en el grupo de los llamados émigrés.

    La burguesía parisina, temerosa de que la muchedumbre de la ciudad aprovechara el derrumbamiento del antiguo sistema de gobierno y recurriera a la acción directa, se apresuró a establecer un gobierno provisional local y organizó una milicia popular, denominada oficialmente Guardia Nacional. El estandarte de los Borbones fue sustituido por la escarapela tricolor (azul, blanca y roja), símbolo de los revolucionarios que pasó a ser la bandera nacional.

    No tardaron en constituirse en toda Francia gobiernos provisionales locales y unidades de la milicia. El mando de la Guardia Nacional se le entregó al marqués de La Fayette, héroe de la guerra de la Independencia estadounidense. Luis XVI, incapaz de contener la corriente revolucionaria, ordenó a las tropas leales retirarse. Volvió a solicitar los servicios de Necker y legalizó oficialmente las medidas adoptadas por la Asamblea y los diversos gobiernos provisionales de las provincias.

    Luis XVI y María Antonieta

    La falta de voluntad fue una de las características de Luis XVI (en la imagen), quien subió al trono de Francia a la muerte de su abuelo, Luis XV. Los historiadores lo describen como un personaje rechoncho, de andar torpe y sin muchas condiciones para hacer frente al difícil periodo en que le tocó gobernar.

    Cuando subió al poder declaró que deseaba ser amado por sus súbditos e hizo todo lo que pudo para conseguirlo. Por ejemplo, despidió a dos ministros de su antecesor Maupeou y Terray, que eran aborrecidos. Además restableció los Parlamentos que había abolido Luis XV, sin imaginar los dolores de cabeza que estos le darían más adelante.

    En realidad Luis XVI tenía buenas intenciones, pero carecía de capacidad para el manejo público. Su gran pasión era la caza y él mismo llevaba una estadística: entre 1775 y 1789 salió a cazar nada menos que 1562 días. Se cuenta también que al regresar de su jornada de cacería, acostumbraba darse un banquete y luego dormirse.

    El collar de la reina

    A pesar de su poca fortaleza, el pueblo no sentía mayor antipatía por este monarca. Por el contrario, veía con malos ojos a su esposa, María Antonieta, (en la imagen) que era de origen austriaco. La reina, hermosa y alegre, tenía fama de frívola.

    El comportamiento irresponsable de la reina, en lo que a gastos se refiere, era el blanco común de la crítica de sus adversarios. Su popularidad cayó aún más a mediados de la década de 1780, cuando la soberana se vio envuelta en un bullado escándalo. Este episodio pasó a la historia como el «asunto del collar de diamantes» que, se cree, fue urdido por adversarios de María Antonieta. Todo comenzó cuando una estafadora que se hacía llamar condesa de Lamotte convenció al cardenal de Rohan, a quien la reina no podía ver, de que podría ganar la amistad de la soberana regalándole un hermoso collar de diamantes. El pobre cardenal cayó en la trampa y encargó la joya, la cual nunca llegó a manos de María Antonieta. Cuando la estafa fue descubierta, se produjo un escándalo y se cuestionó no sólo la honestidad del cardenal sino también la de la reina. Ambos fueron posteriormente absueltos, pero el daño a su imagen ya estaba hecho.

    Prestigio internacional

    En tiempos de Luis XVI, Francia tenía problemas económicos, pero gozaba de una buena posición en el plano internacional. Como Inglaterra le disputaba supremacía en Europa, el ministro francés de Relaciones Exteriores, Vergennes, buscó la forma de dar un golpe al adversario. Encontró el escenario propicio en Estados Unidos, país que luchaba por independizarse. Luis XVI reconoció la independencia de esa nación en 1778 y firmó una alianza que le llevó a aumentar su prestigio y también sus problemas financieros.

    Al borde de la bancarrota

    En el reinado de Luis XVI había graves problemas. Y no era para menos, considerando el lujoso modo de vida de la realeza y los cortesanos, que gastaban dinero a manos llenas.

    El encargado de manejar las finanzas fue Robert Turgot, que tenía fama de ser un hombre serio y honesto. Cuando asumió su cargo de inspector general, dio a conocer al rey sus propósitos: «nada de bancarrota, nada de aumento de tributos, nada de empréstitos». La idea de Turgot era reducir los gastos, pero esto era difícil de conseguir. El ministro de finanzas estaba consciente de ello, incluso señaló al rey: «tendré que luchar con la generosidad de Vuestra Majestad y de las personas que le son más queridas. Seré temido, odiado aún por casi todos los que componen la corte, por todos los que solicitan mercedes». Luis XVI, al parecer con buena voluntad, le aseguró su respaldo.

    Turgot sustituyó el trabajo de mantención de caminos, al que estaban obligados los habitantes, por un impuesto. Lo importante de esta medida era que todos los propietarios debían pagar el tributo, incluso los nobles, quienes tradicionalmente habían estado exentos de impuestos. Otra medida consistió en abolir las corporaciones o gremios las que reunían a quienes desempeñaban un mismo oficio imponiendo reglamentos que impedían la libertad de trabajo. Con estas medidas Turgot se ganó grandes enemigos: los parlamentos, la corte, los maestros de diversos oficio y todos los que vieron disminuidos sus privilegios, se pusieron en contra suya. A pesar del apoyo del monarca, Turgot fue destituido en mayo de 1777.

    Jacobo Necker, rico banquero fue el sucesor de Turgot. Su receta para conseguir dinero fue recurrir a los préstamos públicos contratados por el Estado. Sin embargo, al publicar el presupuesto estatal no daba datos reales.

    A pesar de lo anterior, el informe de Necker permitió a la gente tener una idea de lo que se gastaba en la corte, lo cual antes no se había hecho público. Así se ganó la simpatía de muchos sectores, pero también la furia de la reina y sus amigos. Con tan poderosos oponentes, Necker no pudo seguir adelante y se retiró en 1783.

    Posteriormente María Antonieta hizo valer sus influencias ante el rey y logró el nombramiento de Carlos Alejandro de Calonne como inspector general, quien corrió una suerte similar a su antecesor. Su cargo paso a manos de Loménie de Brienne.

    La defensa de los privilegios

    Ante un panorama financiero de lo más desastroso, Brienne no tuvo otro remedio que pedir más préstamos. Pero eso no bastaba. Retomó entonces la idea de establecer un impuesto sobre las tierras, sin ninguna excepción. Esta vez la posición del Parlamento fue fiera. Como este tribunal debía registrar los edictos, utilizó esta facultad como un arma de batalla. Exigió que se le mostrase el estado de las cuentas. El rey se negó y, a partir de entonces, esta verdadera «guerra fría» fue cobrando proporciones cada vez mayores. El Parlamento de París comenzó a bombardear con diversos planteamientos: pidió que, antes que se implantase ningún impuesto nuevo, la nación se reuniese en asamblea.

    También afirmó tajantemente que «sólo la nación tiene derecho a conseguir subsidios», y sostuvo que «los impuestos deben ser consentidos por los que han de soportarlos».

    Esta posición del Parlamento no pretendía defender los derechos del pueblo o de los pobres, sino los privilegios de las clases acomodadas, como los nobles. Claro que toda la gente se vio involucrada en este clima de agitación. En París se respiraba un aire cargado de tensiones; se quemaban en la calle efigies de los ministros, y los consejeros de María Antonieta le hicieron notar que haría bien en no aparecer por la capital.

    La batalla entre el gobierno y el Parlamento continuaba. El rey impuso su voluntad y obligó a registrar sus edictos. Acto seguido, el Parlamento los anuló. En fin, la propia autoridad del monarca estaba quedando por el suelo, aún cuando éste lograra salirse con la suya declarando que los registros eran legales «porque yo así lo quiero».

    La lucha pasó de las palabras a los hechos y varios miembros del Parlamento fueron detenidos. Las protestas arreciaron . Ya no se trataba sólo de asuntos monetarios, sino de la defensa de la libertad individual.

    En medio de estas pugnas, la bancarrota se hizo inminente. La única posibilidad de evitarla era convocar a los Estados Generales, para dar un corte a las disputas.

    Los Estados Generales

    Los Estados Generales eran una asamblea, compuesta por tres órdenes separados: el clero, la nobleza y el grupo formado por burguesía y campesinado. Este último orden se conoce como el tercer estado, término que usaremos para referirnos a él en lo sucesivo. Dicha asamblea se había citado por última vez en 1614 y el dramatismo de la situación obligó al gobierno a convocarla nuevamente.

    Necker fue llamado una vez más a hacerse cargo de la situación hasta que se reuniesen los Estados Generales. Comenzó por donar una cuantiosa tajada de su fortuna personal a las arcas de la monarquía, lo que naturalmente fue recibido con aplausos. Pero el economista no era mago y tratar de reflotar las finanzas en ese momento era prácticamente una misión imposible.

    Pero el tema que acaparaba la atención de toda la población era la convocatoria a los Estados Generales. En torno a este asunto también hubo polémica: fue necesario fijar el número de los representantes de cada grupo y se decidió que el tercer estado tendría tantos delegados como las otras dos órdenes juntas (el clero y la nobleza).

    En realidad el gobierno, cuyos intereses chocaban contra los de los privilegiados por la cuestión de los impuestos, creyó encontrar respaldo en el pueblo. La idea era afianzar «la alianza natural del trono y el pueblo contra las aristocracias, cuyo poder no podría establecerse sino sobre la ruina de la autoridad real».

    Reclamos y peticiones

    De acuerdo a la tradición, cada orden debía plantear sus reclamos y proposiciones en cuadernos. En todos ellos dejaron constancia de su respaldo al rey, al que en ese entonces nadie soñaba en derribar del trono. Esto, independientemente de las quejas formuladas, que superaban con mucho la materia tributaria.

    Los miembros del tercer estado, pedían por ejemplo, cosas que hoy pueden parecer bastante pintorescas. Un pueblo exigía su derecho a tener fusiles para cazar a los lobos y reclamaba contra una serie de privilegios feudales que estaban vigentes. Los señores poseían el derecho de caza, el control sobre los caminos y podían mantener palomares que incomodaban mucho a los campesinos, ya que las aves se alimentaban de los granos que ellos usaban para la siembra.

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