Palenque, esplendor de una ciudad maya

En el siglo VIII d.C., Palenque era una próspera ciudad regida por una dinastía de reyes de origen divino. En los imponentes templos de la urbe se celebraban sofisticadas ceremonias para asegurase el favor de los dioses.

Pirámides en la selva

Pirámides en la selva

Los vestigios, notablemente conservados, de la Palenque maya se alzan en medio de la selva Lacandona, en el estado mexicano de Chiapas. El edificio más extenso es el antiguo palacio, frente al que se alza el templo de las Inscripciones.  

Danny Lehman / Getty Images

La antigua ciudad maya de Lakamha’, conocida hoy como Palenque, surgió a partir del siglo I a.C. al pie de Yehmal K’uk’ Lakam Witz, «La Gran Montaña del Quetzal Descendente», en una pequeña meseta bañada por varios arroyos. Los habitantes primigenios practicaban la agricultura, la caza y la pesca. Poco a poco, la economía de Palenque prosperó y, gracias a su situación estratégica, la ciudad obtuvo el control del comercio de las tierras altas de Chiapas, las bajas del Petén y la zona costera del golfo de México.

Mapa

Mapa

Área de expansión de la civilización maya en los siglos VII y VIII d.c.

 

Cartografía: Gradualmap

Palenque experimentó un rápido crecimiento que la situó como potencia económica, política y religiosa de la región. Ello permitió a su vez un notable desarrollo de las artes y las ciencias, y en particular la construcción de un imponente conjunto de templos y palacios, con relieves y murales estucados que inmortalizaron a sus dioses y a sus gobernantes.

Era una sociedad jerarquizada y teocrática en cuya cima se encontraba el ahaw o sagrado señor, representante de un linaje divinizado dentro del cual el poder se transmitía hereditariamente. Con su poder, el ahawprocuraba el bienestar de la comunidad, controlaba la vida de sus súbditos y actuaba como intermediario e intérprete de los dioses a través de un sofisticado ritual.

Pakal el grande

Pakal el grande

Esta máscara de jade, los collares y demás adornos pertenecen al rey más famoso de Palenque, K’inich Janaab’ Pakal, y se hallaron en su tumba en 1952.

 

Foto: Click Alps / AWL Images

Cronología

Auge, declive y fin

Siglo I a.C.

Se desarrolla una primera comunidad agrícola en Palenque, que completa su economía con la caza, la pesca y otros recursos.

Siglo V

Se establece la dinastía de gobernantes o ahaw de Palenque y empieza la construcción de los templos de la ciudad.

Siglo VII

Bajo Pakal el Grande, Palenque es la ciudad más poderosa de su zona. Se erige el templo de las Inscripciones.

Siglo IX

Durante este siglo comienza el abandono paulatino de la ciudad, que finalmente queda cubierta por la selva.

1785

El arquitecto Antonio Bernasconi hace un informe sobre Palenque que propicia una misión arqueológica.

La dinastía de Pakal

El fundador del linaje palencano fue K’uk B’alam I, Quetzal Jaguar, en 431 d.C., aunque el más famoso de sus caudillos fue K’inich Janaab’ Pakal, Escudo de Rostro Solar, que reinó de 615 a 683. Pakal el Grande estableció alianzas políticas y comerciales vitales y obtuvo grandes victorias militares que inmortalizó en bellos relieves. Reformó la ciudad con obras monumentales, decoradas con elegantes esculturas y largos textos glíficos de estuco que han revelado a los historiadores actuales la interesante historia política y religiosa de la ciudad y sus vecinos.

El templo de las inscripciones

El templo de las inscripciones

El templo de las Inscripciones fue construido en el siglo VII como mausoleo del rey Pakal el Grande. El sarcófago con su cuerpo quedó alojado en una cripta que fue descubierta por el arqueólogo Alberto Ruz en 1952.

 

Foto: Cem Canbay / AGE Fotostock

Palenque constaba de dos partes bien diferenciadas: el área cívico-religiosa y los conjuntos habitacionales que surgieron en torno a ella. En el centro ceremonial, el poder civil giraba en torno al gran palacio que, por su tamaño y situación, era el edificio más importante de la ciudad. Se levantó sobre una gran plataforma rectangular, de 100 por 80 metros de lado y 10 metros de altura, en la que se colocaron diversas construcciones distribuidas alrededor de patios, corredores abovedados y subterráneos. Su alta torre es el elemento que destaca a primera vista, y la cuidada decoración de relieves exteriores e interiores habla del refinamiento que alcanzó la corte palencana.

En Palenque se realizaban múltiples rituales y fastuosas celebraciones presididas por el gobernante quien, ayudado por la élite sacerdotal, reforzaba su poder y su origen divino al vincularse directamente con los dioses. El calendario de festejos de la ciudad estaba jalonado de multitud de ceremonias relacionadas con la agricultura y con actividades funerarias públicas y privadas. En ellas era esencial el culto a los antepasados.

Incensario de cerámica

Incensario de cerámica

Este incensario  compuesto está decorado con la efigie de un dignatario desconocido. Templo XVI de Palenque.

 

Foto: AKG / Album

La sociedad maya se agrupaba en unidades de parentesco que reconocían a un antepasado fundador, de origen divino para los gobernantes y mortal para el resto de la población. Los gobernantes se hacían enterrar en magníficos templos funerarios. En fechas señaladas se exhumaban sus huesos, se limpiaban y embadurnaban de rojo cinabrio y se volvían a enterrar con nuevas ofrendas que, a veces, incluían cuerpos de jóvenes sacrificados. Estos actos públicos servían para solicitar la protección de los ancestros para toda la comunidad. La gente común veneraba a sus antepasados de igual forma, aunque más modestamente: eran sepultados en el patio de la casa y sus huesos se exhumaban en ceremonias periódicas que fortalecían la unión y prosperidad familiar. Al enterrar al difunto en el hogar, ese espacio se transmutaba en el lugar de los muertos.

La gran procesión

La festividad más importante que se celebraba en Palenque era el final del k’atún, como se denominaban los períodos de veinte años. El ritual se desarrollaba en dos partes: una pública y otra privada, que el ahaw realizaba en el interior de un templo, en comunión con los dioses y los antepasados divinizados. En Palenque, el fin del k’ era una jornada sin parangón. Todas las expectativas de sus habitantes estaban puestas en el gobernante, en el señor dador de vida: ese día realizaba una ceremonia que pondría en movimiento un nuevo ciclo temporal y con ello aseguraría una vida próspera y de abundancia.

El enigma De la Torre

El enigma De la Torre

Esta torre se erigió en el patio sudoeste del palacio de Palenque en una fecha tardía, el año 721. No se sabe si tenía función de vigilancia o de observatorio astronómico.

 

Foto: W. Skrypczak / Alamy / ACI

Todo comenzaba al amanecer, en la plaza del palacio, por cuyas escalinatas descendía majestuoso el ahaw para incorporarse al cortejo que le esperaba, formado por la familia real, los sacerdotes, guerreros, nobles, altos funcionarios y el pueblo. Una vez se había colocado en la cabecera, el atecocoli o silbato de caracola señalaba el inicio de la procesión. Ésta hacía su primera parada frente al templo de las Inscripciones, donde reposaban los restos de Pakal el Grande, y desde allí avanzaba hasta el templo XIII, donde en 1994 se halló el sepulcro de una princesa maya que los arqueólogos llamaron Reina Roja porque sus huesos estaban cubiertos de cinabrio.

A continuación, cruzando el arroyo Otulum, la comitiva seguía hacia el grupo de las Cruces. Esta zona, llamada por los mayas Casa del Quetzal de Rostro Solar, formaba una plaza limitada por tres templos dedicados a los tres dioses principales de la ciudad, que los arqueólogos llamaron G-I, G-II y G-III hasta que se descifraron los glifos con sus nombres.

Máscara de la reina roja

Máscara de la reina roja

En la tumba de esta princesa no identificada se hallaron 119 fragmentos de una máscara de malaquita que se ha podido restaurar.

 

Foto: Alamy / ACI

Su disposición rememoraba la visión del mundo que tenían los mayas. El templo de la Cruz, consagrado a G-I o Itzamnaaj, estaba situado en la parte más alta de la plaza porque representaba la esfera celeste. El templo de la Cruz Foliada era el espacio terrestre y estaba dedicado al dios G-II en su advocación infantil del dios K’awiil, símbolo del maíz recién nacido y protector de los gobernantes. El templo del Sol, erigido en la parte más baja, emulaba la región subterránea con su deidad patrona G-III, K’inich Ahaw Pakal, el Sol Jaguar del Inframundo, relacionado con la guerra por su lucha diaria con las tinieblas.

Los dioses del universo

En la plaza, que la presencia de los tres templos convertía en un espacio divino, la multitud enmudecía cuando el ahaw tomaba el incensario y lo dirigía hacia los cuatro rumbos del universo, donde los bacabes, especie de atlantes mayas, sostenían el mundo.

Templo de la Cruz de Palenque, en primer plano. en segundo término aparece el templo XIV y, al fondo, el palacio de la ciudad.

Templo de la Cruz de Palenque, en primer plano. en segundo término aparece el templo XIV y, al fondo, el palacio de la ciudad.

Templo de la Cruz de Palenque, en primer plano. en segundo término aparece el templo XIV y, al fondo, el palacio de la ciudad.

Foto: Diego Grandi / Alamy / ACI

Acto seguido empezaba la parte privada de la ceremonia. El ahaw ascendía al templo de la Cruz, el más grande de los tres, para enfrentarse en solitario a las fuerzas cósmicas y conseguir la renovación de la vida. Como los demás edificios sagrados de Palenque, el templo de la Cruz estaba formado por un pórtico de tres entradas, con pilares ricamente decorados, que daba paso a una sala central. En ésta se alzaba un pequeño santuario, decorado con un relieve de piedra cuyo elemento central es un árbol sagrado. Sus brazos están formados por una serpiente bicéfala que representa el Dragón Celeste o Monstruo Cósmico.

En la penumbra del templo esperaban al señor de Palenque dos braseros, uno encendido, preparado para «morir» tras veinte años de vida, y otro nuevo, cargado con resinas aromáticas obtenidas de árboles como pinos, abetos o burseras), que el ahaw encendía. Tras varios días de ayuno y abstinencia sexual, el ahaw ingería alguna de las plantas divinas –peyote, toloache, tabaco– consideradas como la carne de los dioses.

Hacha de obsidiana

Hacha de obsidiana

Estos cetros o hachas se llaman excéntricos por su forma irregular. Se creía que la obsidiana era un rayo fosilizado.

 

Foto: AKG / Album

Esto lo preparaba para realizar su autosacrificio y comunicarse con las divinidades. Mientras se despojaba de su manto de poder, el ahaw recitaba mantras inmemoriales, con una cadencia monótona. Dioses y antepasados, representados en los elegantes relieves tallados en la piedra, iluminados por la llama del hermoso brasero, esperaban impasibles el sacrificio ritual. El ahawiba a realizar el rito de la sangradura, para el que todo príncipe se preparaba desde niño.

La sangre del rey

Con la punzante espina de la pastinaca y las afiladas navajas de obsidiana, elaboradas en alguno de los barrios de la ciudad, el ahaw se horadaba las piernas, el lóbulo de la oreja, quizás el labio inferior y el pene, fuente de vida. La sangre que brotaba la recogía en papel sagrado, que a continuación quemaba en el fuego purificador del nuevo brasero, el cual, al recibir la más preciada de las ofrendas, cobraba vida. Algunas veces, el penitente pasaba una cuerda con nudos por las partes pinchadas para impregnarla y quemarla junto al papel o en lugar de éste. Terminada la ofrenda, el gobernante apagaba el incensario que durante el k’atún había vivido en el interior del templo y se volvía a vestir con sus atributos de poder para salir al exterior y reanudar la ceremonia pública.

El rito de la sangradura

El rito de la sangradura

En las pinturas murales de San Bartolo, un centro maya situado en Guatemala, aparece esta escena que muestra a un rey realizando un ritual semejante al que ejecutaban los soberanos de Palenque al término del k’atún.

 

Foto: Danita Delimont / Alamy / ACI

A su indicación varios sacerdotes trasportaban el viejo incensario hasta la base del templo-pirámide para enterrarlo en la cara oeste, donde se había excavado un hueco en el que permanecería de pie, mirando al lugar de los muertos, por donde el sol nocturno transitaba cada día y ganaba la terrible batalla a las tinieblas para renacer victorioso por el este. Junto a él se colocaba una ofrenda de conchas marinas, alimentos, copal y falanges humanas o de jaguar.

Con ese acto en el espacio sagrado del grupo de las Cruces, el ahawiniciaba un nuevo k’atún que aseguraba la vida y la prosperidad de los habitantes de esa ciudad que era como un rubí de rojas pirámides, escondidas en la jungla, llamada Lakamha’, la de las grandes aguas.

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Palenque emerge de la jungla

Palenque emerge de la jungla

Palenque emerge de la jungla

Foto: Bridgeman / ACI

Aunque se conocía desde el siglo XVI, el yacimiento de Palenque quedó olvidado hasta que en 1784 se autorizó la primera exploración oficial. Tras recibir un informe al año siguiente, el rey de España Carlos III, un apasionado de la arqueología, financió la expedición de Antonio del Río y el dibujante Ricardo Almendáriz, quienes concluyeron que la ciudad fue levantada por romanos con influencias fenicias y griegas. En 1807, Carlos IV envió allí al estudioso Guillermo Dupaix, y en 1807 el francés J. F. Waldeck se autoproclamó descubridor arqueológico del sitio. La etapa científica se inició a finales del XIX, con el arqueólogo inglés Alfred Maudslay, aunque el punto de inflexión lo marcó el descubrimiento de la tumba de Pakal, en 1952, por Alberto Ruz Lhuillier.

Muerte y renacimiento del rey Pakal

Lápida de panal

Lápida de panal

Lápida de pakal, conservada en el Museo Nacional de Antropología de Ciudad de México, con una restitución del colorido original.

 

Ilustración 3D: Trasancos 3D

En 1952, Alberto Ruz descubrió la cripta del templo de las Inscripciones de Palenque en la que se conservaba el sarcófago del mayor gobernante de la ciudad, Pakal el Grande. La lápida que lo cubría, de 3,8 m de longitud y 2,2 de ancho, está decorada con un relieve que, por su calidad y complejidad de ejecución, ha sido considerado una maravilla del arte universal. La escena representa el tránsito de Pakal de la muerte al renacimiento. El rey ha seguido al Sol en su camino a los abismos del inframundo, donde se encuentra con el Monstruo Terrestre. Éste vomita al rey por sus fauces, y así Pakal renace encarnado en el dios del maíz.

Aparece recostado sobre su espalda, ataviado con joyas, faldellín y cinturón, y el símbolo del pixán o último aliento en la nariz. A continuación, Pakal asciende por la ceiba o tronco del árbol cósmico que brota de su vientre, hasta llegar al supramundo, donde mora el dios Itzamnaaj. Con esta lápida, Pakal quiso dejar un mensaje de esperanza, al mismo tiempo que reivindicar la prosperidad que su dinastía había traído a la ciudad, ya que en el sarcófago también figuran sus antepasados como árboles frutales que proporcionan el alimento a la comunidad.

Dentro de un templo de Palenque

El templo del Sol ilustra bien la estructura externa e interna de los edificios sagrados de Palenque. De planta rectangular, se accedía a él después de subir una escalinata que conducía a una puerta flanqueada por pilastras decoradas. Dos bóvedas de saledizo apuntalaban la techumbre y formaban dos salas oblongas separadas por un muro o pared medianera. Una de esas salas contenía, además, el santuario o pib’naah. La crestería, el elemento que coronaba el edificio, estaba formada por dos secciones caladas y ligeramente inclinadas una contra otra para contrarrestar la fuerza del viento. En el interior del templo había un tablero formado por tres panales de piedra caliza, en los que estaba representado, entre otros, el dios de la guerra, el Sol Jaguar del Inframundo.

El templo de la cruz

La boca del inframundo

La boca del inframundo

En la fachada principal, el friso sobre el pórtico estaba decorado con la cara del Dragón Terrestre, cuya boca simbolizaba la entrada al inframundo.

 

Ilustración 3D: Trasancos 3D

El templo de la Cruz está situado en el norte de la plaza del Sol. Este santuario estaba dedicado a G-I o Itzamnaaj, el dios del mundo celeste, y por ese motivo estaba situado por en la parte más elevada de la plaza. El edificio se yergue sobre un basamento que está compuesto por seis cuerpos dobles escalonados y por una empinada escalinata que conduce al oratorio situado en su cima.

Vestido ritual

Vestido ritual

Esta figura de barro representa a un alto dignatario de Palenque ataviado con faldellín, collar, brazaletes y un yelmo-máscara con la forma de un pavo ocelado. Grupo B de Palenque.

 

Foto: Bridgeman / ACI

En el basamento, la construcción presentaba pequeñas hendiduras móviles que servían para colocar fuegos, portaestandartes u otros ornamentos relacionados con las ceremonias religiosas que se celebraban en el templo, en cuyo interior se había dispuesto un tablero tallado en piedra donde se narraban hechos históricos así como representaciones míticas de la ceiba o árbol sagrado de los mayas.

La casa del inframundo de Palenque

El dios regente de este templo era el Sol Jaguar del Inframundo, numen de la región más profunda del cosmos o Xibalbá. Esto explica que el templo se construyera en el nivel más bajo de la plaza del Sol, orientado hacia el poniente, y que, con 19 m de altura, sea la construcción menos elevada del grupo. El basamento estaba formado por cuatro cuerpos unidos por una escalinata que daba a la plaza. El pórtico tenía tres entradas, delimitadas por pilares que estaban decorados con inscripciones jeroglíficas y con figuras humanas y mitológicas modeladas en estuco y pintadas con colores vivos.

El santuario albergaba un tablero formado por tres paneles de piedra calcárea: la escena principal que acompaña el texto está presidida por el símbolo de la guerra, To’k’-Pakal, literalmente «el pedernal y el escudo». En el friso aparecía la figura de un personaje sentado, rodeado por la silueta ondulante de una serpiente de dos cabezas. La crestería 5 que coronaba el templo estaba formada por dos paredes caladas con pequeñas «ventanas» rectangulares que creaban el efecto de una red de piedra. Estaba decorada con estuco y medía más de cuatro metros de altura.

Este artículo pertenece al número 201 de la revista Historia National Geographic.