Escultura helenística

Laocoonte y sus hijos, una tragedia griega en piedra

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Foto: Istock

Los textos antiguos hablaban de una de las esculturas más bellas de todos los tiempos: Laocoonte y sus hijos. Representaba el episodio de la muerte del sacerdote troyano y sus vástagos defendiéndose de las terribles serpientes que los atacan y se enroscan en su cuerpo en una lucha a muerte. Los gestos y las contorsiones de sus protagonistas eran de un patetismo asombroso y la colocaban, al parecer de Plinio el Viejo "por delante de todas, no solo del arte de la estatuaria sino también del de la pintura". El naturalista habría visto esta obra de arte en el palacio del emperador Tito en el siglo I d.C., pero pronto dejó de saberse de ella y se creía completamente perdida hasta que 1.500 años después, en 1506, alguien que iba a construirse una casa en una zona de viñedos de la colina del Esquilino, en Roma, desenterró una enorme escultura. De inmediato, el papa Julio II envió al lugar (situado sobre los antiguos palacios de Nerón y de Tito) a Miguel Ángel y al arquitecto Giuliano de Sangallo, que de inmediato afirmó "Eso es el Laocoonte que dice Plinio", la obra maestra perdida hacía más de un milenio y que volvía a renacer en todos su esplendor.

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La imagen del sufrimiento

El conjunto mide 2,5 m de altura y representa tres figuras humanas tremendamente expresivas. Recrea un episodio de la guerra de Troya relatado por Virgilio en su Eneida: el sacerdote troyano Laocoonte advirtió infructuosamente a sus compatriotas contra la trampa del gigantesco caballo de madera ofrecido por los griegos y Atenea decidió castigarlo enviando dos grandes serpientes marinas que lo atraparon a él y a sus dos hijos, que pese a la lucha, se enroscaron en torno a los tres hasta matarlos.

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Foto: iStock

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Contraposto, un recurso dinámico

El cuerpo de Laocoonte se retuerce por el esfuerzo, cada músculo parece estar al máximo de su tensión. Los maestros escultores rodios usaron para dar más dinamismo a su obra la técnica conocida con el nombre de contraposto, que consiste en girar cada parte del cuerpo en sentido contrario al anterior.

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Furia desbocada

Plinio el Viejo aseguraba que la obra había sido tallada de un solo bloque de mármol. Todas las zonas están trabajadas hasta el más mínimo detalle, La cara de la serpiente al morder transmite una gran furia.

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Foto: Jan Mehlich

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El barroco helenístico

Es el mejor ejemplo de la tendencia al patetismo que fue adquiriendo al escultura helenística con el paso del tiempo. Un estilo al que se ha llamado barroco helenístico, por su expresividad, cuya máxima expresión la encontramos en el altar de pérgamo, construido a mediados del siglo II a.C. en la acrópolis de esta ciudad y que en la actualidad se puede contemplar en el Museo homónimo de Berlín.

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Foto: Sailko

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El modelo de la obra maestra

Precisamente esta obra maestra de la estatuaria helenística fue la inspiración del Laocoonte. concretamente uno de los grandes relieves que muestra el mismo episodio con el sacerdote, y Atenea en el friso de la Gigantomaquia del monumento de Pérgamo.

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Foto: Cordon Press

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Una obra digna de admirar

Los más ilustres artistas del Renacimiento quedaron admirados por el aspecto de la escultura y en seguida comenzó a reproducirse su imagen en dibujos y grabados como este, en el que se aprecia un detalle poco conocido. El brazo derecho de Laocoonte no se reconoció en el momento de la exhumación, por lo que faltaba una parte importante de la obra.

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Foto: Cordon Press

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Restauración poco acertada

Los artistas contemporáneos a la época del descubrimiento decidieron que había que reconstruir las partes no encontradas para restituir la obra en toda su grandeza, así que añadieron los brazos de padre y sus dos hijos que no se habían hallado. El resultado visible hasta inicios del siglo XX, era tal y como muestra esta fotografía tomada en la década de 1860, con todas las extremidades hacia arriba.

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Foto: iStock

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Brazos de quita y pon

Pero a inicios del siglo XX un arqueólogo identificó de forma casual el brazo original de Laocoonte en la tienda de un anticuario de Roma, flexionado hacia atrás. Y la escultura fue de nuevo modificada. Se añadió el brazo hallado y se quitaron los añadidos que de los que no estaba seguro, adoptando la escultura su aspecto definitivo.

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Miguel Ángel tenía razón

Lo más curioso es que esta posición la había propuesto el mismísimo Miguel Ángel 500 años antes, pero su propuesta no fue escuchada. Casi como una premonición, o una reivindicación, el maestro florentino pintó el brazo derecho del Jesucristo del Juicio Final de la Capilla Sixtina en la posición que creía, acertadamente, debía tener Laoconte.