La ciudadela de los dioses

La Acrópolis de Atenas

Los atenienses siempre consideraron la colina de la acrópolis como un lugar sagrado. Habitada desde época micénica, en ella se erigieron templos cada vez más majestuosos, que culminaron con las grandes construcciones promovidas por Pericles en el siglo Va.C.

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Las doncellas del Erecteion. Las columnas en forma de doncella sostienen la cubierta del pórtico que custodiaba la tumba del mítico rey cécrope, el primer soberano de atenas.

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Desde los tiempos más remotos, los atenienses se vanagloriaban, sin que les asistiera demasiada razón para ello, de ser «autóctonos», es decir, de haber habitado en la región del Ática desde tiempo inmemorial, a diferencia de otros pueblos griegos, que sólo fueron asentándose más tarde en lo que luego vino a llamarse Grecia. Para acreditarlo, y como hicieron muchos otros, se inventaron un mito. 

De hecho, Platón ya afirmaba que el primer cometido y deber del fundador de una ciudad es el de forjar sus propios mitos. Así surgió el del rey Cécrope, supuesto primer gobernante de Atenas, que habría sido hijo nada menos que de la diosa Tierra, Gea. Desde luego no debe extrañarnos la presencia de la diosa Tierra, pues cualquier comunidad humana ha de organizarse en torno a un espacio físico, en torno a un territorio. En el caso de Atenas, dicho espacio abarca al menos tres lugares: la Acrópolis como ámbito sagrado, el ágora como foro y centro del comercio, y el Cerámico o cementerio de la ciudad. 

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El majestuoso Partenón. Con 8 columnas en las fachadas occidental y oriental, y 17 en las laterales, medía 31m de ancho por 69 de largo y estaba construido en mármol blanco del pentélico.

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Según otra leyenda, la diosa Atenea y el dios del mar y de los seísmos, Poseidón, se enzarzaron cierto día en una disputa por la posesión y el patrocinio de ese desnudo peñasco llamado Acrópolis. Para atraerse el favor de sus primeros moradores, Poseidón hizo brotar con su tridente un manantial de agua en aquel lugar y además ofreció como regalo a los atenienses el caballo, animal muy útil para los humanos. Por su parte, Atenea plantó el sagrado árbol del olivo como obsequio para los habitantes de la ciudad. El dictamen de un tribunal constituido por ciudadanos y presidido por el dios Zeus fue favorable a Atenea, quien desde entonces se convirtió en la protectora y benefactora de la ciudad, a la que dio su propio nombre, Atenas, y en cuyo honor sus habitantes levantaron su templo más famoso, el Partenón.

Fourth century calyx krater ARV extra   Athena and Poseidon competing for the protection of Attica   two youths (02)

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En esta crátera ática del siglo V a.C. Atenea y Poseidón compiten ante los dioses por convertirse en protectores de Atenas (personificada en el centro).

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La Acrópolis de Atenas se localiza en el suroeste de la región llamada Ática y está circundada por el Licabeto y otros cerros de menor altura. Con sus 300 metros de largo por 150 de ancho, constituye una escarpada fortificación que cuenta con sus propias defensas naturales ante cualquier invasor. El primer rey propiamente dicho del Ática fue –como hemos señalado– Cécrope (1654-1604 a.C.), y de hecho la Acrópolis recibió el nombre de Cecropia, y sus habitantes, el de cécropes. La tradición también le atribuye haber instituido el tribunal del Areópago y la promulgación de algunas leyes. A su muerte se sucedieron en Atenas 17 reyes durante unos 560 años, comenzando por el rey Cránao, en cuyos días tuvo lugar el diluvio enviado por Zeus, del que sólo se salvaron un hombre y una mujer: Deucalión y Pirra. 

La colina escogida por los dioses 

La Acrópolis debió de conocer una cierta prosperidad desde época micénica (1400-1200 a.C.), y sus primeras construcciones se asemejan a las de otros recintos amurallados como Micenas y Tirinto. Los atenienses llamaron a esta primera fortificación «muro pelásgico», en la idea de que sus constructores habían sido los pelasgos, unos antiquísimos habitantes del Ática. Algo más tarde, allá por el siglo X a.C., este muro fue ampliado por el lado occidental a fin de proteger el abastecimiento de agua potable de la fuente Clepsidra, asícomo algunos templos vecinos. Más tarde, cuando hacia 1100 a.C. se produjo la llamada invasión de los pueblos dorios sobre Grecia, Atenas y el Ática quedaron relativamente al margen de dichas incursiones, lo que les permitió conocer un período de cierto esplendor, como parecen atestiguar la rica cerámica y los numerosos objetos funerarios hallados en el cementerio del Cerámico. 

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El templo de Atenea Níke. Sobre un bastión de la Acrópolis se alza este pequeño templo jónico, erigido en 421 a.C. y dedicado a Atenea Victoriosa. Conmemora el triunfo ateniense en Salamina, en 480 a.C.

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También es tradición que en algún momento en torno al siglo X a.C., las diversas villas y aldeas de este enclave terminaron reagrupándose en una entidad cívica de rango superior, sometidas por consenso a la hegemonía de una de ellas, Atenas. A este proceso de reunificación territorial y política se le conoce con el nombre de «sinecismo», término que procede del griego y que significa etimológicamente «cohabitación». Pasados los años, los propios atenienses perdieron conciencia de cómo se había producido exactamente esta reunificación política y terminaron recurriendo de nuevo a la seducción del mito, atribuyéndola a uno de sus más prestigiosos y antiguos soberanos: el rey Teseo (Plutarco, Vida de Teseo, 24). En honor de dicha reunificación, Teseo instituyó la celebración de las Panateneas, fiestas en las que participaban con gran pompa todas las antiguas villas del Ática ahora confederadas en Atenas. 

Una diosa de madera 

Hasta aquí, nuestras fuentes de información sobre la antigua acrópolis de Atenas han sido bien de naturaleza mítico-literaria, bien arqueológica. Una de las más antiguas y prestigiosas en la que aparecen vinculadas Atenea y la ciudad es la Odisea de Homero. En esta obra, la diosa conduce al náufrago Ulises (Odiseo, en el texto griego) hasta el palacio del rey de los feacios, en la isla de Esqueria, y le da diversos consejos; luego «márchose Atenea de ojos glaucos por encima del mar incansable, dejó atrás la amable Esqueria, llegó a Maratón y a Atenas de anchas calles, y penetró en la sólida casa de Erecteo». A partir de textos y pasajes como éste, la presencia de Atenas y su Acrópolis es tan permanente y abundante en los textos de historiadores, autores de teatro y filósofos que sería prolijo enumerarlos aquí. 

The Lansdowne Bust of Athena of Velletri LACMA 49 23 1

The Lansdowne Bust of Athena of Velletri LACMA 49 23 1

La patrona de Atenas. Se adoraba a Atenea bajo advocaciones diversas, ya como diosa virgen (Atenea Parthénos), ya como divinidad guerrera (Atenea Promáchos, en el busto superior).

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Durante la edad arcaica, entre los siglos VII y VI a.C., tomó impulso la construcción de templos, santuarios y otros edificios civiles sobre la Acrópolis. Y aunque es de lamentar que ninguno de ellos se haya conservado hasta nuestros días, las fuentes literarias antiguas nos hablan de estas construcciones. Así, el visitante actual de la Acrópolis camina sobre fragmentos de mármoles, y restos de columnas y de losas grabados con inscripciones, mudos vestigios de su antiguo esplendor. Y los arqueólogos se afanan por ordenar tamaño rompecabezas. 

Desde un principio, el templo griego fue un edificio vinculado a las antiguas construcciones palaciegas, y de hecho la disposición de su planta arquitectónica y la distribución de sus compartimentos recuerdan el mégaron, la sala del trono de los palacios micénicos. Estas construcciones primitivas acogían a la divinidad protectora de la ciudad, representada en toscas imágenes de madera llamadas xoanon. Entre ellas figuraba la estatua de Atenea Polias tallada en un trozo de madera de olivo que, según la leyenda, había caído del mismo cielo. 

Este xoanon fue venerado en el templo arcaico dedicado a Atenea, edificio que, al parecer, estuvo en pie hasta el año 529 a.C. y debió de ocupar el emplazamiento en el que hoy se alza el Erecteion. Rodeadas de un halo de misterio, estas primitivas esculturas gozaban de enorme prestigio y, aun cuando no han llegado hasta nosotros, hemos de suponer que al cabo de los años fueron los modelos en que se inspiraron estatuas posteriores, como la Atenea criselefantina (en oro y marfil) del interior del Partenón, labrada por Fidias. 

La Acrópolis, escaparate del poder 

En la Atenas de la época arcaica, el poder se encontraba en manos de un puñado de grandes familias nobiliarias –los Alcmeónidas, los Medónticas, los Filaidas–, cuyas propiedades se extendían por el Ática. Pero la Acrópolis seguía siendo el centro simbólico de la comunidad. Así lo demostró el golpe de Estado de Cilón, en torno al año 630 a.C. Cilón era un aristócrata y antiguo campeón olímpico, que con el apoyo de su suegro, tirano de la vecina Megara, ocupó la Acrópolis con un grupo de seguidores en un intento de establecer él mismo una tiranía en Atenas. Tucídides cuenta que los atenienses pusieron sitio a la Acrópolis y lo mantuvieron durante largo tiempo. Cilón, según Tucídides, logró escapar, mientras sus compañeros, vencidos por el hambre y la sed, «ocuparon sus lugares como suplicantes delante del altar en la Acrópolis». Los arcontes o magistrados supremos de Atenas los convencieron para que aceptaran ser juzgados, asegurándoles que sus vidas no corrían peligro, pero finalmente fueron lapidados.

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El Partenón reconstruido, litografía de Simon Oakley, 1910.

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A mediados del siglo VI a.C., otro aspirante a la tiranía, Pisístrato, quiso demostrar su poder emprendiendo varias obras en la Acrópolis. En los años 570-560 a.C. comenzaron por su iniciativa las obras de un nuevo santuario para la diosa Atenea: el Hecatompedón –«cien pies», unos 33 metros, en alusión a su longitud–, sobre el espacio que luego ocuparía el Partenón. Se trataba de un edificio de estilo dórico arcaico, construido en piedra caliza llamada poros, con placas de mármol en sus partes más refinadas. Fuentes literarias nos hablan de que en su frontón principal se había hecho representar un pasaje mítico de la lucha de Heracles (Hércules en su forma latina) con el monstruo Tritón. 

Este edificio fue remodelado por Hiparco, hijo de Pisístrato, en torno al año 525 a.C., y en uno de sus frontones se esculpieron escenas de la Gigantomaquia o lucha de los dioses contra los poderosos titanes. La vida de este nuevo templo también iba a ser efímera, pues cuando los persas invadieron Atenas en 480 a.C., durante la segunda guerra médica, quedó reducido a la nada. Reconstruido poco después de que concluyera la contienda, fue devorado definitivamente por un incendio en el año 406 a.C. 

La gran obra de Pericles 

El establecimiento de la democracia en Atenas también se reflejó en la Acrópolis. Tras la expulsión en 510 a.C. del último tirano, Hipias, se instauró la democracia, régimen bajo el que los atenienses derrotaron a los persas en dos ocasiones. Tras el triunfo ateniense en la primera guerra médica, en 490 a.C., el general y político Temístocles promovió la erección de un gran templo en honor de Atenea Parthénos. El edificio estaba a medio construir cuando, durante la segunda guerra médica, los persas invadieron Atenas y arrasaron la Acrópolis. Una vez los enemigos fueron rechazados, se emprendió la reconstrucción del gran centro religioso ateniense. 

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La estatua crisoelefantina de Atenea presidía el Partenón. Recreación del interior del templo en un grabado inglés de 1880. 

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Pericles, que dirigió los destinos de Atenas entre 458 y 429 a.C., fue quien abordó el proyecto de construcción de la mayor parte de los grandes y soberbios templos que aún puede contemplar el visitante moderno. Se accedía a la Acrópolis a través de los Propileos, una entrada monumental. Una vez dentro, un corto paseo conducía al templo de Atenea Níke («victoria»), conocido como Níke Áptera («victoria sin alas»), un pequeño y elegante templo de mármol en honor de Atenea Victoriosa. Según la leyenda, los atenienses le cortaron las alas a la Victoria a fin de que permaneciera para siempre con ellos. Muy cerca se localizaba la célebre Atenea Promachos, una colosal estatua de bronce, de casi diez metros de altura, obra de Fidias y que representaba a la patrona de la ciudad con lanza, escudo y casco, como vigilante guardiana de la Acrópolis. 

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Caballos de mármol. Lugar sagrado para los atenienses, la Acrópolis atesoró ofrendas como una cuadriga votiva de la que se conservan estos dos caballos. 570 a.C. Nuevo Museo de la Acrópolis, Atenas.

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Más allá se alzaba majestuoso el Partenón, emblema de la ciudad y gloria de Atenas, construido entre los años 447 y 432 a.C. En cambio, el Erecteion, notable por la elegancia de sus pórticos y la delicadeza de su decoración, fue erigido en los años posteriores a la muerte de Pericles (entre 421 y 406 a.C.) en honor de Erecteo, uno de los primeros reyes de Atenas. Todo ello constituía un grandioso conjunto arquitectónico y artístico que celebraba la historia mítica y reciente de la ciudad más brillante del mundo griego. Como observó Plutarco en su Vida de Pericles, las construcciones de la Acrópolis aparecían como una síntesis única de tradición y modernidad: «siempre florece en ellas cierto aire nuevo que mantiene su aspecto intocable por el tiempo, como si estas obras tuvieran mezclado un aliento siempre joven y un espíritu que no envejece».