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Estado

Relacionan existencia de ruinas precolombinas con Cuarenta Casas

Estas “viviendas en acantilado”, que tienen fuerte influencia de la cercana Paquimé, se encuentran en un lamentable estado de saqueo y destrucción en el Valle de Jovales, municipio de Casas Grandes, Chihuahua

Froilán Meza Rivera / El Diario

martes, 21 noviembre 2023 | 14:17

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Casas Grandes, Chihuahua- Sin descubrir todavía, desconocidas para el público, sin registro aún en el Instituto Nacional de Antropología e Historia (INAH), las llamadas localmente como Cuevas del Águila, esperan a que se les estudie, catalogue y se les apliquen urgentes medidas de conservación.

Enclavadas en el Valle de Jovales o Ejido Hernández, estas cuevas encierran uno de los mayores vestigios de la cultura de los conocidos como “nidos de águila” o casas en acantilado, que es otro de los nombres genéricos del estilo de las Cuarenta Casas, el asentamiento más representativo. En el sitio se encuentran cinco cuevas, cuatro de las cuales contienen edificaciones de adobe y tierra en diverso estado de conservación, así como enterramientos humanos, restos de alfarería y restos raquíticos también, de la industria de herramientas y armas de piedra, y al menos una pintura rupestre en la quinta de ellas.

El propio valle es en sí mismo una maravilla natural por la abundancia de las monumentales y pintorescas formaciones rocosas que se extienden en paralelo al río y al pie de la cordillera. Ahí donde confluyen el río de Jovales y el arroyo de la Hierbabuena, a once kilómetros del poblado de Jovales, se yergue un increíble arco de piedra, otra maravilla que flanquea la primera de la serie de las cinco cuevas conocidas en el lugar. El nombre de Jovales proviene del asentamiento inicial de grupos de mormones que en el siglo XIX poblaron las partes bajas del valle, al que ellos nombraron en inglés “Hop Valley” (el “valle del lúpulo”, porque había abundancia de esta enredadera silvestre). Hop Valley devino, con una deficiente pronunciación por los mexicanos, en Jovales.

Devastación de los vándalos por codicia

El recorrido inició en la primera cavidad, donde existe incompleta una pintura realizada en el paredón rocoso, con símbolos varios y una figura humana mutilada por vándalos, que blande en su mano derecha lo que parece ser una antorcha o una espada de vidrio volcánico.

En la visita del reportero, en 2016, don Andrés Martínez Escalante era el cuidador de las cuevas, ya que están dentro de un predio de su propiedad. Él se había estado encargando de ver que no fueran saqueadas estas ruinas, aunque le resultaba imposible estar ahí todo el tiempo; “porque la gente del pueblo viene, sobre todo en Semana Santa, de visita, y a veces traen amigos y parientes de fuera”.

“Y la gente no tiene cultura ni costumbre de conservar estas riquezas, pero es pura inconsciencia... ¡nomás fíjese todo lo que han logrado en Madera con las Cuarenta Casas, que es uno de los atractivos turísticos principales de ese municipio!”, exclamó, con manifiesta envidia porque no tienen algo así por acá.

Don Andrés dijo que nunca ha venido nadie del gobierno a visitar las cuevas, mucho menos a hacerse cargo de ellas. Sólo los lugareños conocen la existencia de esta maravilla histórica, y el daño que se ha infligido a las ruinas es mayúsculo. En la primera de las cuevas, llamada Cueva del Garabato, manos destructoras arrancaron a punta de pico la parte derecha del glifo pintado ahí hace muchos años con tintes blancos. “Mire usted, lo que queda del ‘mono’ es la cabeza y el brazo hacia arriba... mire cómo tiene en la mano una antorcha o una mecha de lumbre”.

En las ‘Moctezumas’, los infames pozos de saqueo

A un lado de la Cueva del Garabato se alza el gran arco de piedra al que los nativos le calculan que tiene unos treinta metros de largo.

Las cuevas están en secuencia a lo largo del cantil, y hay un camino practicado en la roca que las comunica.

En la segunda cueva, donde quedan restos de habitaciones de tierra con las ventanas y puertas en forma de la “T” característica de la cultura de Paquimé y las Cuarenta Casas, don Andrés echó de menos una gran olla o tinaja que medía unos dos pies de alto por unos 3 de diámetro y que estaba semienterrada. La rompieron los visitantes para llevársela en pedacitos. “Es que buscan oro y joyas, pero lo que no saben es que todo esto, aunque no tiene oro, es una joya”, reclamó.

En la tercera de las cuevas, y en la cuarta, hay paredes y casitas completas sin techo, pero destacan más las que se encuentran derrumbadas. Los principales daños, según el cuidador, se hicieron en la década de los sesenta y setenta, que es de cuando datan los mayores “escarbaderos”. Aquí ya no hay ollas, ni platos, y si se localizan numerosas piezas de piedra labrada, es porque a la gente no les llaman el mínimo de atención, puesta su codicia en lo que consideran más valioso.

Los lugareños en general quisieran que hubiera aquí una intervención, con recursos y con estudios completos del área, por parte de las autoridades del INAH, para frenar el saqueo y la destrucción. “Para que no pase lo que ya pasó abajo en el valle, donde cada 500 metros había una moctezuma, y ya no queda ni una sola, porque les pagaban a 15 y 16 pesos por cada ollita, y a 18 pesos las de colores”. A Andrés Martínez le tocó pelear por el patrimonio: “A punta de plomazos, de aquí he corrido a los saqueadores que se agarraron escarbando por todo el río, con contarle que en mi ranchito había una moctezuma, y yo vi que esas gentes ya traían una caja llena de ollitas, y los corrí, pero ya no queda nada”. Para el lector, hay que aclarar que una “moctezuma” es, en esta región, un sitio arqueológico abundante de objetos, y es donde los saqueadores practican las excavaciones para encontrar las piezas que se terminan llevando.

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